Colin Ward |
Revolución
sexual y educación liberadora
El
anarquista contemporáneo Alex Comfort, en su obra El sexo en la sociedad,
consideraba que cuando elegimos un cónyuge lo que hacemos es procurar repetir o
mantener las mismas relaciones que teníamos en la infancia, así como recuperar
las fantasías que se nos habían negado. Así, las relaciones se convierten en
muchas personas en intentos de realizar partes de esas fantasías; como,
habitualmente, las dos partes no tendrán las mismas fantasías, la cosa acababa
convirtiéndose en un duelo entre fantasías diferentes o antagónicas. Lo que se
trata es de dar un mayor horizonte a lo sentimental, tratando de desterrar la
etiqueta de "inmoral" para determinados tipos de relaciones (entre
dos, o más personas) y los derechos de exclusividad que puede reclamar cada
objeto de amor. En cualquier caso, de lo que se trata es de aportar libertad
para que cada relación resuelva las cosas a su manera, tratando de no crear
obstáculos impositivos que crean problemas donde no los hay.
Sea
cual fuere la visión de los anarquistas del pasado, no siempre adelantados a su
tiempo, el anarquismo es sinónimo también de revolución sexual. Colin Ward lo
definió señalando que la revolución sexual, que tanto había avanzado a mediados
del siglo pasado, era esencialmente anarquista al combatir las regulaciones
impuestas por el Estado y por las Iglesias a las acciones de las personas. No
se habla necesariamente de un fracaso de la familia tradicional, más bien de
una ampliación del campo de actividad sexual para que cada cual lo dirija como
le parezca. Cada vez que la sociedad ha avanzado en este sentido, y en
cualquier otro campo, con un mayor
margen de libertad, no se han cumplido los terribles presagios de moralistas y
religiosos. La Iglesia acabó legando el código penal en asuntos de sexo al
Estado, la disminución de la fe religiosa en el mundo hacía cada vez más
difícil su justificación. Las relaciones entre la represión política y
represión sexual no son, tal vez, demasiado diáfanas, y no parece demostrable
que la liberación en un asunto conduce necesariamente a la liberación en otro.
Lo que sí está claro es que la revolución sexual ha aportado mayor felicidad a
las personas. La legislación al respecto de la conducta sexual, en diferentes
países y épocas, no posee bases inmutables, podemos darnos cuenta del absurdo
autoritario si observamos según qué cosas. Ian Dunn, en Gay Liberation in
Scotland, afirmaba que la homosexualidad masculina se convirtió en un problema
solo por haber sido sometida a una legislación; la homosexualidad femenina no
lo era, al ignorar los legisladores masculinos su existencia. Las normas y
prohibiciones han abundado en lo absurdo y en el desvirtuamiento de las
relaciones.
Alex
Comford diría: "el actual contenido del comportamiento sexual cambia
probablemente mucho menos en las diversas culturas que la capacidad individual
de disfrutar de él sin culpa". El mismo autor trató de establecer dos
imperativos al respecto de la conducta sexual (no jugar con los sentimientos
ajenos y no dar lugar a un nacimiento no deseado), por lo que hay quien se
burló de él por tratar de imponer "leyes" anarquistas. La respuesta
de Comford no tiene precio, al invocar una filosofía de libertad que requiera
niveles superiores de responsabilidad personal por encima de la simple creencia
en la autoridad. Del mismo modo, quería ver las causas de la falta de prudencia
y respeto en ciertos comportamientos adolescentes como producto de una código
punitivo sin sentido, en lugar de buscar apelar a principios comprensibles
capaces de potenciar la parte más sensible de los jóvenes.
Se
trata de ser crítico con un modelo de familia que puede ser la mejor solución
para algunas personas, pero que constituye un evidente foco de tensiones y
fracasos para muchos otros, sin que la sociedad permita soluciones al respecto.
Puede que se haya avanzado mucho al respecto en los últimos años, al menos en
la sociedad occidental, pero el peligro reaccionario se mantiene constante
tratando de encorsetar la vida sexual y familiar. Las soluciones al respecto
que puede aportar el anarquismo pasarían, como es lógico, por mayores cotas de
libertad, pero también de responsabilidad y de solidaridad. Kropotkin afirmaba
"todos los niños son nuestros niños", por lo que se pide compartir
esa responsabilidad también de forma comunitaria. Colin Ward quería ver el fracaso
de la estructura familiar, por no educarles en esa responsabilidad sobre sí
mismos y sobre la sociedad. No es cuestión de buscar alternativas
estereotipadas, ya que las necesidades y aspiraciones personales son diversas,
ni de universalizar un modelo familiar. Lo auténticamente importante es el rol
que ejercen los individuos, y no tanto la estructura de la familia. De nuevo se
señala el autoritarismo como causante de numerosos males, ya que una presión a
la infancia para que realicen lo que otros consideran lo mejor para ellos da
lugar a tantos adolescentes y adultos frustrados. La educación en la
responsabilidad es mucho más adaptable eludiendo la tutela en los chavales y
dejándoles que, en gran medida, vayan descubriendo el mundo. No se trata de eludir
tareas educativas ni de abandonar a nuestros hijos en manos de una sociedad
(más bien frívola y consumista), sino de buscar alternativas experimentales que
abunden en los valores y en la responsabilidad sin imposiciones dañinas.
Es
recurrente hablar del hincapié que hace el anarquismo en la educación, puede
decirse que ningún otro movimiento ha mostrado un mayor compromiso con la
enseñanza en sus acciones y en sus escritos. Colin Ward diría que el cometido
social de la enseñanza es perpetuar la sociedad, ya que ésta garantiza su
futuro moldeando a sus hijos a su propia imagen. Frank MacKinnon, en The
Politics of Education (Londres, 1961), afirmaba que en la moderna sociedad
gubernamental el más importante instrumento con el que cuenta el Estado para
inculcar a las personas desde temprana edad lo que tienen que hacer, es el
sistema de enseñanza. Los grandes filósofos racionalistas del siglo XVIII
especularon sobre los problemas de una enseñanza popular, puede hablarse de dos
grandes pensadores que muestran posiciones antitéticas: Rousseau, que se
mostraba a favor de una enseñanza pública establecida por el gobierno, y
Godwin, que criticó al Estado y la idea global de una educación. Godwin
argumentaba que una enseñanza pública reproducirá la idea de permanencia y
conservación propia de una institución oficial, y adoctrinará a los alumnos en
los dogmas establecidos; por otra parte, y como otro de sus males, una
enseñanza nacional tenía su origen en la falta de comprensión acerca del
espíritu humano, por lo que es necesario abandonar toda tutela y dejar a los
hombres actuar según su vocación; también Godwin señalaba el vínculo entre una
enseñanza nacional y el principio de gobierno, de tal manera que el Estado
usará el sistema educativo para fortalecerse y perpetuarse.
Por
su parte, Bakunin describirá en Dios y el Estado al pueblo como "aquel
eterno menor, aquel alumno decididamente incapaz de aprobar un examen, que de
pronto accede a la sabiduría de sus maestros y se libera de su
disciplina". Naturalmente, no es necesario aclarar que, tanto Bakunin,
como cualquier anarquista razonable, no estará a favor de la abolición de las
escuelas y sí de la eliminación del principio de autoridad en ellas. Era un
deseo de acabar con los tradicionales roles de preceptor y alumno, tal y como
lo expresaba Godwin, y de fomentar el continuo aprendizaje de forma voluntaria.
El educador anarquista contemporáneo Paul Goodman mencionaba el ejemplo del
antiguo pedagogo ateniense que paseaba por la ciudad con sus discípulos;
reclamaba, para ello, más seguridad y disponibilidad en las calles y en el
lugar de trabajo. La planificación urbana debería procurar que los chavales
hagan uso de su ciudad, la pedagogía, que los niños pequeños se asomen con
interés y por iniciativa propia a todo cuanto acontezca; así, gracias a la
observación, las preguntas y la imitación práctica, podría sacar provecho el
educando según su propio criterio. Según Goodman, el trabajo es un medio
adecuado para la enseñanza técnica, siempre que los jovenes tengan un margen
para organizarse y criticar; se trata de un formación directa para que los
trabajadores tiendan a la autogestión. La educación universitaria sería para
los "adultos" que ya poseen algún conocimiento.
Colin
Ward hablaba de "respeto por el estudiante" dentro del anarquismo,
nunca de desprecio por el aprendizaje. La crítica que dirigía al sistema de
enseñanza era demoledora, ya que resultaba profundamente antieducativo. Los
chavales empiezan a corta edad impacientes por aprender y acaban, después de
unos años, deseosos de escapar de aquello. Como solución, solo encontraba una
presión desde las mismas bases, cuando los mismos educandos acabaran hartos de
una autoridad y leyes arbitrarias, iniciando una auténtica revolución en la
enseñanza al mostrar que el sistema ni siquiera tendría ya una apariencia de
efectividad. En cuanto a la educación universitaria, Ward mencionaba, junto a
algunos otros ejemplos, la española Institución Libre de Enseñanza, fundada a
finales del siglo XIX por influyentes profesores universitarios apartados de la
educación oficial por un gobierno subordinado a la Iglesia. Los brillantes
resultados para una generación son conocidos (Unamuno, Ortega y Gasset, Joaquín
Costa, Cossío, Antonio Machado, Pío Baroja, y tantos otros), junto al crecimiento
del movimiento obrero en la época se denunció "la asfixiante inercia, la
hipocresía y la corrupción de la vida española". Resulta emotiva esta
reivindicación que hace Ward de la ILE, desde un punto de vista libertario, y
de la posterior Residencia de Estudiantes creada en 1910 con notables
resultados. Gerald Brenan, en The Literature for the Spanish People (Cambridge,
1951), describe de forma también memorable aquella Residencia con Unamuno,
Cossío y Ortega paseando por el jardín, o a la sombra de los árboles, de forma
parecida a las maneras de los antiguos filósofos.
Se
trata de abandonar el privilegio y la meritocracia, alejarse de aquello que lo
justifique, como directores y consejos académicos, en busca de un festival del
aprendizaje. Como se demostró en algunas experiencias durante la rebeldía
estudiantil de los años 60, la autoeducación, auténtica enseñanza, puede
conseguirse acabando u obviando la jerarquía académica y buscando la actividad
autogestionada (mediante una red de grupos de individuos autónomos que
substituya la estructura de poder), asumiendo las decisiones y la
responsabilidades como liberación.
José
María Fernández Paniagua
Artículo publicado en el periódico anarquista Tierra y libertad núm. 265 (agosto 2010).
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