viernes, 31 de octubre de 2014

TOMÁS IBÁÑEZ: "LA TOMA DEL PODER ES EL ESPEJISMO QUE DESVIRTÚA Y ESTERILIZA LAS POLÍTICAS RADICALES"




Siempre parece lo contrario, pero las ideas anarquistas mantienen el atractivo y se sitúan en el centro del debate. Aunque muchos lo quieran dar muerto, el anarquismo ya sea como ideología o como pauta de comportamiento está presente en muchos espacios.

Sobre la importancia que juega y puede jugar el anarquismo en al actualidad que nos rodea nos habla Tomás Ibañez en su nuevo libro, Anarquismo es movimiento. Este zaragozano nacido en 1944 tiene una amplia trayectoria militante en el movimiento libertario. Participante desde el periodo de la clandestinidad en la lucha libertaria, es autor de numerosos textos sobre la actualidad del anarquismo y es integrante de los equipos de redacción de revistas como Libre Pensamiento o Réfractions dedicadas al pensamiento libertario

¿Qué pretendes aportar con la obra al pensamiento anarquista?

Mi propósito no ha sido el de enriquecer el pensamiento anarquista con aportaciones y formulaciones innovadoras. No lo ha sido porque estoy convencido que es a partir de las prácticas de lucha contra los actuales dispositivos de dominación como se puede generar ese tipo de propuestas, y, hoy estoy demasiado alejado de la cotidianidad de las luchas para poder contribuir a la construcción colectiva de nuevas aportaciones.

Mi única pretensión pasa por ofrecer una visión de la situación actual del anarquismo que ayude a reflexionar tanto sobre el porqué de esa situación, como sobre las propias características del anarquismo.

Ahora bien, el libro no tiene una finalidad puramente expositiva y reflexiva, sino que busca producir efectos prácticos impulsando determinas formas de entender el anarquismo y de fortalecer su incidencia social. Si, como lo pretendo, el anarquismo se encuentra en la imposibilidad de no ser cambiante, es obvio que no hay que obstaculizar su renovación, y si es cierto que se fragua en las luchas contra la dominación entonces también es obvio que hay que impulsar su presencia en los diversos escenarios de esas luchas, aunque desborden los contornos del movimiento anarquista instituido. En este sentido, mi libro quiere ser una herramienta que sirva para acrecentar la apertura y la combatividad del anarquismo contemporáneo.

Neoanarquismo y postanarquismo son dos términos que desarrollas en el libro. Palabras y principios que se enmarcan en la cultura de la postmodernidad. Aunque hay debates al respecto sobre la propia postmodernidad ¿qué aporta ésta al anarquismo?

El término postmodernidad se ha ganado a pulso, todo hay que decirlo, tan pésima fama que necesitaríamos bastante tiempo para explorar sus diversos significados, algunos de los cuales, también hay que decirlo, son muy interesantes. Pero en aras a la brevedad te diría que, con relación al anarquismo, la posmodernidad aporta, simultáneamente, elementos positivos y negativos, tanto si la consideramos en su vertiente discursiva, o ideológica, como si la entendemos en tanto que una nueva época que se está perfilando. Época y discurso están, por supuesto, íntimamente relacionados, por no decir que son dos aspectos de una misma realidad.

El discurso posmoderno le aporta valiosos elementos para cuestionar un conjunto de creencias acríticamente heredadas de la Ilustración, pero, al mismo tiempo, le sitúa en la difícil tesitura de tener que diagnosticar y contrarrestar las implicaciones liberticidas de esa nueva ideología.

Considerándola ahora no como discurso sino como una nueva época y un nuevo modelo de sociedad que se encuentra en gestación, me parece que, por una parte, dificulta los planteamientos anarquistas porque diseña instrumentalizaciones de la libertad que dificultan su ejercicio, pero, por otra parte, abre al anarquismo nuevos escenarios de lucha donde intervenir y donde forjar nuevas armas para contrarrestar sus dispositivos de poder. Es más, el anarquismo puede utilizar para sus luchas algunas de los instrumentos propios de esa nueva época.

En tanto que la postmodernidad es la nueva cara que va tomando la dominación, el anarquismo no puede sino enfrentarse a ella, pero en tanto que la postmodernidad desmantela las bases legitimadoras de la anterior cara de la dominación, el anarquismo no puede renunciar a apropiarse los resultados de ese trabajo de demolición.

¿Hay diferencias entre el anarquismo clásico, protagonista de importantes luchas por la emancipación social, y el anarquismo actual? ¿Qué le debe el segundo al primero?

Por supuesto, hay diferencias y semejanzas, aunque sin duda son muchas más las semejanzas que las diferencias. Ahora bien, el anarquismo solo tiene relevancia si está firmemente anclado en las condiciones sociales propias de cada momento histórico, de cada presente, por así decirlo, y si está profundamente involucrado en la conflictividad social vigente. No cabe duda que el contexto social actual ya no es el mismo que el contexto donde hundía sus raíces el anarquismo clásico, y también es obvio que la conflictividad social ha cambiado en algunos de sus aspectos. Por lo tanto mal andaría el anarquismo actual si fuese idéntico al anarquismo clásico, por la sencilla razón que no conseguiría entroncar con la realidad social del momento presente.

Como ejemplo de las diferencias que median entre ambas expresiones anarquistas basta con pensar en las características que revestía la Revolución en el antiguo imaginario anarquista y a las que presenta en el imaginario actual. La Revolución ya no es un evento situado en un futuro más o menos lejano, que nos espera al final del camino recorrido por las luchas, sino que está firmemente anclada en el presente y se vive como una dimensión que es constitutiva de la propia acción subversiva.

Como es lógico, si los dispositivos de dominación van cambiando, también cambian las formas de lucha, y como son estas las que definen el anarquismo en cada momento, es obvio que mantener la actualidad del anarquismo implica necesariamente su constante renovación.

Eso no implica discontinuidad entre las prácticas anarquistas de ayer y las de hoy. El anarquismo actual se nutre, sin fetichismos, del legado de experiencias de lucha y de construcción de realidades alternativas acumulado por el anarquismo de antaño.

Resurgimiento y renovación son dos palabras muy utilizadas en tu libro. Sin embargo, en principio, son dos cosas distintas. ¿A cuál de las dos palabras se ajustaría más el anarquismo actualmente?

Tienes razón, son dos cosas distintas, sin embargo lo que argumento en el libro es que, tratándose de anarquismo, esa distinción se difumina y esas dos cosas están íntimamente entrelazadas. No hay que olvidar que, como dicen los clásicos del anarquismo, este se caracteriza por unir indisolublemente “la idea” y “la acción”, la teoría y la práctica, la idea nace en un contexto de acción y revierte sobre la acción. Esto significa que, como todas las prácticas están incardinadas en un contexto sociohistórico, estas van cambiando con los inevitables cambios de ese contexto y eso hace que la idea también se renueve.

Si el anarquismo resurge eso implica que se incrementa su presencia en las prácticas antagonistas y que, consecuentemente con lo que acabo de decir, esa mayor presencia conlleva un mayor efecto transformador del anarquismo. Obviamente los tempos del resurgimiento y de la renovación no son milimétricamente sincrónicos, eso hace que, a mi entender, hoy en día la renovación esté a la zaga del resurgimiento.

¿Qué hay de anarquismo en los nuevos movimientos sociales?

Sin duda alguna, encontramos en esos movimientos un modo de funcionamiento que evoca muy directamente los principios organizativos del anarquismo. Me refiero a la horizontalidad, al asamblearismo, al estricto control de la delegación cuando esta no se puede evitar, etc.

Ahora bien, todo esto se sitúa sobre un plano puramente formal, y parece más difícil discernir una relación con el anarquismo en el plano de los contenidos. Ciertamente, el anarquismo no se reduce a un modo de funcionamiento de los colectivos, y podemos imaginar hoy unos movimientos totalmente reformistas, simplemente ciudadanistas, o incluso reaccionarios, que adopten formas de organización horizontales, y modos de funcionamiento próximos a los que caracterizan al anarquismo.

Sin embargo, en algunos de los nuevos movimientos sociales también existen ciertas semejanzas con el anarquismo que van más allá de los aspectos puramente formales, y que atañen a los contenidos. Solo mencionaré unos pocos como, por ejemplo, el recurso a la acción directa, el compromiso con políticas prefigurativas, es decir, con formas de intervención política cuyos procedimientos y planteamientos conlleven los fines que pretenden alcanzar, hipersensibilidad frente a las manifestaciones del poder, suspicacia y rechazo hacia todas las formas de dirigismo y de autoritarismo, denuncia de las discriminaciones y de las desigualdades, etc.

A lo largo de libro, en muchas ocasiones, haces referencia a Mayo del 68. Allí también se empezó a hablar de “nueva izquierda” y de un resurgir del anarquismo. Sin embargo hubo cosas que no cuajaron. ¿Crees que en el momento actual, que parece de cambio, el anarquismo tiene mucho que decir?

Por supuesto. Hoy el anarquismo tiene mucho que decir porque el continuo desarrollo y la creciente sofisticación de los dispositivos de poder que proliferan por todos los ámbitos del tejido social y se insinúan en los intersticios más diminutos de la vida cotidiana, no solo sitúan la lucha contra el poder en un primer plano sino que legitiman el discurso anarquista que siempre le concedió una importancia privilegiada.

También tiene mucho que decir porque la voluntad de imprimir mayor efectividad a los movimientos sociales de base y asamblearios que van surgiendo más o menos espontáneamente por doquier, encarrila esos movimientos hacia unos derroteros que amenazan con desvirtuar su potencial subversivo. Ahí están Podemos o Guanyem como posibles ejemplos. Frente a esas derivas, la experiencia histórica acumulada por las luchas anarquistas articula un discurso, que no se debería desoír, contra las tentaciones parlamentaristas y contra la participación en los engranajes del poder político. La toma del poder es el espejismo que desvirtúa y esteriliza las políticas radicales.

La palabra anarquismo muchas veces ha sido mal utilizada. Por ejemplo. En EEUU existe el término “libertariano” o el “Libertarian Party”, que hablan de una desaparición del Estado o un Estado mínimo pero en términos económicos son ultraliberales. Son lo que se denominan “anarco-capitalistas”, que no deja de ser una contradicción in terminis. ¿Cómo afecta esto al anarquismo que siempre ha tenido una base transformadora hacia el socialismo?

Esto afecta, seguramente, a determinados sectores del capitalismo que pugnan por desarrollar planteamientos económicos y políticos ultra liberales, pero no afecta en lo más mínimo al anarquismo.

No lo afecta por la sencilla razón que se trata de orientaciones inconmensurables, pertenecientes a universos políticos totalmente ajenos el uno al otro y sin ningún punto de contacto. Por supuesto, nadie puede impedir que las palabras sean secuestradas para servir a propósitos estrambóticos, pero sí se puede denunciar el carácter estrambótico de esas apropiaciones indebidas y mostrar su inanidad.

Eso es bastante fácil cuando se trata del acoplamiento del término “anarco” a una serie de otros términos, que son a veces antitéticos, tal y como anarco-capitalismo, anarco-fascismo, u otros del mismo tipo, sin embargo la presencia de referencias a conceptos que son nucleares para el anarquismo, tales como anti-estatismo, o exigencia de libertad, parece complicar las cosas, pero eso no es así porque si los significantes son idénticos los significados nada tiene en común. Así, por ejemplo, el concepto anarquista de la libertad vincula de forma inseparable la libertad y la igualdad (libertad entre iguales) lo cual hace de la libertad un concepto incompatible con cualquier forma de capitalismo.

En España el movimiento libertario fue uno de los más dinámicos de la historia. Sus organismos y militantes no solo articularon movimientos sindicales y políticos sino que crearon una forma de vida distinta. La llamada “cultura libertaria”. En este momento de agitación social. ¿Ves posibilidades de crecimiento de un movimiento libertario similar al de los años 30? ¿En qué puntos consideras que se encuentra el anarcosindicalismo en la actualidad?

En un contexto político y social notablemente distinto resulta difícil imaginar cómo sería un movimiento libertario similar al de los años 30, ahora bien, estoy convencido que el movimiento libertario puede acercarse a las cuotas de influencia que conoció en aquellos años (salvo que la evolución de la sociedad hacia sistemas de dominación cada vez más sofisticados e invasivos, consiga eliminarlo del todo).

Ahora bien, es obvio que su fuerza ya no se concentrara en una clase trabajadora cuyas características distan mucho de las que la definían en los años treinta. En su forma clásica el anarcosindicalismo tiene en el contexto social actual un techo relativamente bajo que, sin ser despreciable, no le augura el lugar hegemónico que ocupo en los años treinta. Por mucho que pueda crecer al calor de la “crisis”, mi sentimiento es que no progresara mucho más arriba del punto en el que se sitúa en el momento actual.

Esto no significa que no sea útil contribuir a su desarrollo, pero atempera las expectativas de éxito que se puedan albergar. Ahora bien, el anarcosindicalismo está pugnando actualmente por renovar sus planteamientos en la línea de expandirse fuera del mundo del trabajo estrictamente definido, y de lograr una “hibridación” con los movimientos sociales. Si consigue progresar en esa vía puede alcanzar nuevas cuotas de desarrollo y deparar desagradables sorpresas a las instituciones que mantienen el orden establecido.