Ciencia, ética y ecología
social
Fue en la primera mitad del s. XX cuando el científico de origen
ucraniano Vladimir Vernadsky acuñara el término Tecnosfera para referirse al
conjunto de artificios que nuestra especie ha creado para modificar el entorno.
Es quizás en ese momento histórico (comienzos del pasado siglo) cuando la
Humanidad toma más conciencia del papel transformador del medio ambiente y de
su responsabilidad ante la Naturaleza, es decir nos encontramos delante del
nacimiento de la ecología moderna.
La ecología moderna no la podemos entender sin la gran
contribución de Murray Bookchin, un pensador norteamericano vinculado al
movimiento libertario, que puso sobre la mesa a finales de los años 60 del s. XX
el término Ecología Social. Esta escuela
del ecologismo, según palabras suyas; estudia el equilibrio dinámico entre las
sociedades humanas y el entorno natural. Estos dos puntos, equilibrio y
dinamismo, son de vital importancia a la hora de entender las relaciones que
los seres humanos establecemos con la Naturaleza. No podemos quedarnos en lo
estático, el mundo se mueve y nosotros con él, por lo que sería absurdo, desde
la óptica de la Ecología Social, el conservadurismo. A lo que tenemos que
encaminarnos és a que, una vez producido el cambio o transformación, el medio en el
que se haya producido se mantenga armónico.
La Ecología Social no es únicamente un planteamiento teórico que
entiende de una determinada manera las relaciones entre nuestra especie y la
Naturaleza, sinó que además tiene una implicación política que encuentra su
manifestación en el Municipalismo Libertario; modelo de organización
territorial basado en la autonomía (del municipio), en su autogestión y en su
libre federación. Podríamos decir, a grandes rasgos que esta idea no es nueva,
encontramos su rastro en las colectividades anarquistas en las que se implantó
el comunismo libertario allá por el año 1936. Sea como fuere, el Municipalismo
Libertario es un intento de actualizar ya no sólo el pensamiento anarquista,
sino también ecologista.
Pero ya que hablamos de Historia, profundicemos un poco más en
ella. Nos encontramos con que el sentimiento ecológico viene de lejos, por
poner sólo un ejemplo hallamos los levantamientos ludistas que entre 1811 y
1817 se rebelaron contra un incipiente industrialismo que rompía con las bases
del mundo agrario.
Hoy, en el s. XXI, esta corriente de pensamiento está viva en la
Noosfera Social de occidente, pese a que la tecnología lo envuelve todo, y, quizás precisamente por eso, muchas personas han llegado a posturas que la
sociología moderna conoce con el nombre de "primitivistas". A grandes
rasgos esta corriente ideológica podría ser definida como el rechazo frontal
contra todo "avance" científico y tecnológico.
Para realizar un debate serio sobre la tecnología tenemos que
centrarnos en la sociedad de control, ergo en la dominación, o lo que es lo
mismo la pérdida cada vez más creciente de la libertad personal y por lo tanto
de la diversidad que cada individuo confiere a la sociedad en favor de una
masificación uniformista. Si entendemos que el empobrecimiento de la diversidad
es uno de los principales factores entrópicos de una especie, comenzaremos a
delimitar cuales son las fronteras entre ética y tecnología. Existe una técnica
evolutiva y otra que no lo es, definidas por su función y motivación; de lo que
en realidad hablamos a la hora de definirlas es dominación y liberación, de
enriquecimiento humano o de empobrecimiento de nuestra especie.
Aquí llegamos a la conclusión de que no todo avance
técnico-científico es eso, un avance, para que lo sea tenemos que medirlo en
términos éticos; el por qué y el cómo, como nos recuerda Murray Bookchin
en su libro La Ecología de la Libertad. Éstas son las prerrogativas para rechazar o
asumir una ciencia o una técnica. Es en este punto cuando pierden consistencia
según que postulados "primitivistas" que, a veces, se quedan anclados en una
visión simplista de la realidad, que simplifican un debate rico en
matices. No se trata de volver a lo salvaje, dejando a un lado toda
artificialidad, eso es imposible, desde el neolítico hemos modificado el
entorno, de lo que se trata es de avanzar en el equilibrio dinámico, base de la
Ecología Social, encontrando las bases del tecnopoder para desarticularlo, a la
vez que desmitificamos ciertos postulados técnicos y científicos, para que
técnica y ciencia esté al servicio de la Humanidad. Naturalmente en el actual
régimen capitalista esta desarticulación del tecnopoder, este servicio a la
Humanidad es imposible, entre otras cosas porque cualquier "avance"
tecnológico únicamente tiene una finalidad: la consolidación del poder por
parte de las clases dirigentes y la ganancia económica.
Àlex Alfaro Blanco
Barcelona, enero de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario