No hay un esperanto
de la revuelta.
No son los rebeldes los que deben aprender a hablar el
anarquista,
sino que son los anarquistas los que deben volverse políglotas.
Merry crisis and happy new fear
Por otro lado,
el discurso de la crisis interviene como método político de gestión de poblaciones.
La reestructuración permanente de todo, tanto de los organigramas como de la
asistencia social, tanto de las empresas como de los barrios, es la única
manera de organizar, a través de un desquiciamiento constante de las
condiciones de existencia, la inexistencia del partido adverso. La retórica del
cambio sirve para desmantelar toda costumbre, para destrozar todos los
vínculos, para desconcertar toda certeza, para disuadir toda solidaridad, para
mantener una inseguridad existencial crónica. Corresponde a una estrategia que
se formula en estos términos: “Prevenir mediante la crisis permanente toda
crisis efectiva.” Esto es similar, a escala de lo cotidiano, a la práctica
contrainsurreccional bien conocida del “desestabilizar para estabilizar”, que
consiste, en lo que respecta a las autoridades, en suscitar voluntariamente el
caos a fin de hacer del orden algo más deseable que la revolución. Del
micromanagement a la gestión de países enteros, mantener a la población en una
suerte de estado de shock permanente asegura la estupefacción, la negligencia a
partir de la cual se hace de cada uno y 25de todos casi cualquier cosa que se
desee. La depresión de masas que abate actualmente a los griegos es el producto
deseado por la política de la Troika, y no su efecto colateral.
[...]
Es por no haber
comprendido que la “crisis” no era un hecho económico, sino una técnica
política de gobierno, que algunos han caído en el ridículo cuando proclaman
precipitadamente la “muerte del neoliberalismo” con la explosión de la estafa
de las subprimes.
[...]
A finales de
2012, el oficialísimo Center for Disease Control estadounidense difundía, para
variar, una historieta gráfica. Su título: Preparedness 101: Zombie
apocalypse. La idea aquí era simple: la población debe estar lista para
toda eventualidad, una catástrofe nuclear o natural, una avería generalizada
del sistema o una insurrección. El documento concluía así: “Si usted está
preparado para un apocalipsis zombi, está preparado para cualquier situación de
emergencia.” La figura del zombi proviene de la cultura vudú haitiana. En el
cine estadounidense, las masas de zombis sublevados sirven crónicamente como
alegoría de la amenaza de una insurrección generalizada del proletariado negro.
Es pues sin duda para eso para lo que hay que estar preparado. Ahora que ya no
existe una amenaza soviética que esgrimir para asegurar la cohesión psicótica
de los ciudadanos, todo es bueno para hacer que la población esté preparada
para defenderse, es decir, para defender el sistema. Mantener un espanto sin
fin para prevenir un fin espantoso.
Toda la falsa
consciencia occidental se encuentra resumida en ese comic oficial. Es
evidente que los verdaderos muertos vivientes son los pequeñoburgueses de los suburbs
estadounidenses. Es evidente que la mera preocupación por sobrevivir, la
angustia económica por carecer de todo o el sentimiento de una forma de vida
propiamente insoportable no es lo que vendrá después de la catástrofe, sino
aquello que anima ya el desesperado struggle for life de cada individuo
bajo un régimen neoliberal. La vida menoscaba no es aquello que nos amenaza,
sino aquello que ya está ahí, cotidianamente. Todos lo ven, todos lo saben,
todos lo sienten. Los Walking Dead son los salary men. Si esta
época enloquece por unas escenificaciones apocalípticas, que ocupan buena parte
de la producción cinematográfica, esto no es solamente por el goce estético que
este género de distracción autoriza. [...] Un viejo gusto calvinista por la
mortificación se entremezcla con esto: la vida es un aplazamiento, nunca una
plenitud. No se ha hablado en vano de “nihilismo europeo”. Se trata, además, de
un artículo que ha sido tan bien exportado que el mundo ya se encuentra
saturado de él. De hecho, más que “globalización neoliberal”, hemos primeramente
tenido la mundialización del nihilismo.
[...]
Esta catástrofe es en primer lugar
existencial, afectiva, metafísica. Reside en la increíble extrañeza ante el
mundo por parte del hombre occidental, la misma que exige, por ejemplo, que el
hombre se vuelva amo y poseedor de la naturaleza: no se busca dominar sino
aquello que se teme. No es por casualidad que éste haya puesto tantas barreras
entre él y el mundo. Al sustraerse de lo existente, el hombre occidental lo ha
convertido en esta extensión desolada, esta nada sombría, hostil, mecánica y
absurda que debe trastornar sin cesar por medio de su trabajo, por medio de un
activismo canceroso, por medio de una histérica agitación de superficie.
Arrojado sin tregua de la euforia al estupor y del estupor a la euforia,
intenta remediar su ausencia en el mundo con toda una acumulación de
especializaciones, de prótesis, de relaciones, con todo un montón de chatarra
tecnológica al fin y al cabo decepcionante. [...] La vida está efectivamente,
afectivamente, ausente para él, pues la vida le repugna; en el fondo, le da
nauseas. Es de todo aquello que lo real contiene de inestable, de irreductible,
de palpable, de corporal, de pesado, de calor y de fatiga, de lo que ha
conseguido protegerse arrojándolo al plano ideal, visual, distante,
digitalizado, sin fricción ni lágrimas, sin muerte ni olor, del Internet.
La mentira de
toda la apocalíptica occidental consiste en arrojar al mundo el duelo que
nosotros no podemos rendirle. No es el mundo el que está perdido, somos
nosotros los que hemos perdido el mundo y lo perdemos incesantemente; no es él
el que pronto se acabará, somos nosotros los que estamos acabados, amputados,
atrincherados, somos nosotros los que rechazamos de manera alucinatoria el
contacto vital con lo real. La crisis no es económica, ecológica o política, la
crisis es primeramente de la presencia. Tanto es así que el must de la
mercancía —típicamente el iPhone y la Hummer— consiste en un sofisticado
equipamiento de la ausencia.
[...]
Lo mismo
ocurrió con las comunidades minoritarias formadas espontáneamente en Nueva
Orleans en los días que siguieron al Katrina como respuesta al desprecio de los
poderes públicos y a la paranoia de las agencias de seguridad, y que se
organizaron cotidianamente para alimentarse, sanarse, vestirse, e incluso para
saquear algunas tiendas. Así pues, repensar una idea de la revolución capaz de
abrir una brecha en el curso del desastre, consiste, para empezar, en purgarla
de todo aquello que ha contenido, hasta ahora, de apocalíptica.
[...]
No alcanzaremos
ni el millenium ni el apocalipsis. Jamás habrá paz sobre esta tierra. Abandonar
la idea de paz es la única paz verdadera. Frente a la catástrofe occidental, la
izquierda adopta generalmente la posición del lamento, de la denuncia y, por lo
tanto, de la impotencia, que la hace odiosa a los propios ojos de aquellos a
los que pretende defender. El estado de excepción en el que vivimos no es
algo a denunciar, es algo a volver contra el poder mismo. Henos aquí aliviados,
a nuestra vez, de todo miramiento por la ley... en proporción a la impunidad que
nos arrogamos y a la relación de fuerza que creamos. Tenemos el campo
absolutamente libre para cualquier decisión o treta, por poco que respondan a
una fina inteligencia de la situación. Para nosotros ya sólo hay un campo de
batalla histórico y las fuerzas que se mueven en él. Nuestro margen de acción es
infinito. La vida histórica nos tiende los brazos.
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