viernes, 22 de enero de 2016

EL COMITÉ INVISIBLE: «MERRY CRISIS AND HAPPY NEW FEAR»





No hay un esperanto de la revuelta. 
No son los rebeldes los que deben aprender a hablar el anarquista, 
sino que son los anarquistas los que deben volverse políglotas.


Merry crisis and happy new fear

Por otro lado, el discurso de la crisis interviene como método político de gestión de poblaciones. La reestructuración permanente de todo, tanto de los organigramas como de la asistencia social, tanto de las empresas como de los barrios, es la única manera de organizar, a través de un desquiciamiento constante de las condiciones de existencia, la inexistencia del partido adverso. La retórica del cambio sirve para desmantelar toda costumbre, para destrozar todos los vínculos, para desconcertar toda certeza, para disuadir toda solidaridad, para mantener una inseguridad existencial crónica. Corresponde a una estrategia que se formula en estos términos: “Prevenir mediante la crisis permanente toda crisis efectiva.” Esto es similar, a escala de lo cotidiano, a la práctica contrainsurreccional bien conocida del “desestabilizar para estabilizar”, que consiste, en lo que respecta a las autoridades, en suscitar voluntariamente el caos a fin de hacer del orden algo más deseable que la revolución. Del micromanagement a la gestión de países enteros, mantener a la población en una suerte de estado de shock permanente asegura la estupefacción, la negligencia a partir de la cual se hace de cada uno y 25de todos casi cualquier cosa que se desee. La depresión de masas que abate actualmente a los griegos es el producto deseado por la política de la Troika, y no su efecto colateral.

 [...]

Es por no haber comprendido que la “crisis” no era un hecho económico, sino una técnica política de gobierno, que algunos han caído en el ridículo cuando proclaman precipitadamente la “muerte del neoliberalismo” con la explosión de la estafa de las subprimes.

 [...]

A finales de 2012, el oficialísimo Center for Disease Control estadounidense difundía, para variar, una historieta gráfica. Su título: Preparedness 101: Zombie apocalypse. La idea aquí era simple: la población debe estar lista para toda eventualidad, una catástrofe nuclear o natural, una avería generalizada del sistema o una insurrección. El documento concluía así: “Si usted está preparado para un apocalipsis zombi, está preparado para cualquier situación de emergencia.” La figura del zombi proviene de la cultura vudú haitiana. En el cine estadounidense, las masas de zombis sublevados sirven crónicamente como alegoría de la amenaza de una insurrección generalizada del proletariado negro. Es pues sin duda para eso para lo que hay que estar preparado. Ahora que ya no existe una amenaza soviética que esgrimir para asegurar la cohesión psicótica de los ciudadanos, todo es bueno para hacer que la población esté preparada para defenderse, es decir, para defender el sistema. Mantener un espanto sin fin para prevenir un fin espantoso.
Toda la falsa consciencia occidental se encuentra resumida en ese comic oficial. Es evidente que los verdaderos muertos vivientes son los pequeñoburgueses de los suburbs estadounidenses. Es evidente que la mera preocupación por sobrevivir, la angustia económica por carecer de todo o el sentimiento de una forma de vida propiamente insoportable no es lo que vendrá después de la catástrofe, sino aquello que anima ya el desesperado struggle for life de cada individuo bajo un régimen neoliberal. La vida menoscaba no es aquello que nos amenaza, sino aquello que ya está ahí, cotidianamente. Todos lo ven, todos lo saben, todos lo sienten. Los Walking Dead son los salary men. Si esta época enloquece por unas escenificaciones apocalípticas, que ocupan buena parte de la producción cinematográfica, esto no es solamente por el goce estético que este género de distracción autoriza. [...] Un viejo gusto calvinista por la mortificación se entremezcla con esto: la vida es un aplazamiento, nunca una plenitud. No se ha hablado en vano de “nihilismo europeo”. Se trata, además, de un artículo que ha sido tan bien exportado que el mundo ya se encuentra saturado de él. De hecho, más que “globalización neoliberal”, hemos primeramente tenido la mundialización del nihilismo.

 [...]

 Esta catástrofe es en primer lugar existencial, afectiva, metafísica. Reside en la increíble extrañeza ante el mundo por parte del hombre occidental, la misma que exige, por ejemplo, que el hombre se vuelva amo y poseedor de la naturaleza: no se busca dominar sino aquello que se teme. No es por casualidad que éste haya puesto tantas barreras entre él y el mundo. Al sustraerse de lo existente, el hombre occidental lo ha convertido en esta extensión desolada, esta nada sombría, hostil, mecánica y absurda que debe trastornar sin cesar por medio de su trabajo, por medio de un activismo canceroso, por medio de una histérica agitación de superficie. Arrojado sin tregua de la euforia al estupor y del estupor a la euforia, intenta remediar su ausencia en el mundo con toda una acumulación de especializaciones, de prótesis, de relaciones, con todo un montón de chatarra tecnológica al fin y al cabo decepcionante. [...] La vida está efectivamente, afectivamente, ausente para él, pues la vida le repugna; en el fondo, le da nauseas. Es de todo aquello que lo real contiene de inestable, de irreductible, de palpable, de corporal, de pesado, de calor y de fatiga, de lo que ha conseguido protegerse arrojándolo al plano ideal, visual, distante, digitalizado, sin fricción ni lágrimas, sin muerte ni olor, del Internet.

La mentira de toda la apocalíptica occidental consiste en arrojar al mundo el duelo que nosotros no podemos rendirle. No es el mundo el que está perdido, somos nosotros los que hemos perdido el mundo y lo perdemos incesantemente; no es él el que pronto se acabará, somos nosotros los que estamos acabados, amputados, atrincherados, somos nosotros los que rechazamos de manera alucinatoria el contacto vital con lo real. La crisis no es económica, ecológica o política, la crisis es primeramente de la presencia. Tanto es así que el must de la mercancía —típicamente el iPhone y la Hummer— consiste en un sofisticado equipamiento de la ausencia.

 [...]

Lo mismo ocurrió con las comunidades minoritarias formadas espontáneamente en Nueva Orleans en los días que siguieron al Katrina como respuesta al desprecio de los poderes públicos y a la paranoia de las agencias de seguridad, y que se organizaron cotidianamente para alimentarse, sanarse, vestirse, e incluso para saquear algunas tiendas. Así pues, repensar una idea de la revolución capaz de abrir una brecha en el curso del desastre, consiste, para empezar, en purgarla de todo aquello que ha contenido, hasta ahora, de apocalíptica.

 [...]

No alcanzaremos ni el millenium ni el apocalipsis. Jamás habrá paz sobre esta tierra. Abandonar la idea de paz es la única paz verdadera. Frente a la catástrofe occidental, la izquierda adopta generalmente la posición del lamento, de la denuncia y, por lo tanto, de la impotencia, que la hace odiosa a los propios ojos de aquellos a los que pretende defender. El estado de excepción en el que vivimos no es algo a denunciar, es algo a volver contra el poder mismo. Henos aquí aliviados, a nuestra vez, de todo miramiento por la ley... en proporción a la impunidad que nos arrogamos y a la relación de fuerza que creamos. Tenemos el campo absolutamente libre para cualquier decisión o treta, por poco que respondan a una fina inteligencia de la situación. Para nosotros ya sólo hay un campo de batalla histórico y las fuerzas que se mueven en él. Nuestro margen de acción es infinito. La vida histórica nos tiende los brazos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario