miércoles, 6 de enero de 2016

«¿CUÁL ES LA BASE DE LA LIBERTAD Y LA DEMOCRACIA?», UN TEXT DE TAKIS FOTOPOULOS (2005)

Takis Fotopoulos

¿Cuál es la base de la libertad y la democracia?

Una sociedad autónoma es inconcebible sin individuos autónomos y viceversa. Así, en la Atenas clásica, ningún ciudadano es autónomo a menos que participe de forma igualitaria en el poder, es decir, a menos que participe en el proceso democrático. En general, como observa Castioradis, ninguna sociedad es autónoma a menos que esté compuesta de individuos autónomos porque “sin la autonomía de los demás no hay autonomía colectiva; y fuera de esa colectividad yo no puedo ser realmente autónomo”. Por lo tanto, es obvio que en el contexto social, la misma aceptación de la idea de autonomía conduce inevitablemente a la idea de democracia.
Sin embargo, incluso si damos por sentada la relación entre la libertad/autonomía y la democracia, se sigue planteando la cuestión de las bases de la democracia, de hecho, de la libertad en sí misma. Tradicionalmente, la mayoría de libertarios, desde Godwin a Bakunin y Kropotkin, basaron su ética y su política, la libertad en sí misma, en una naturaleza humana estática que se rige por “leyes universales y necesarias”, las cuales normalmente se referían a leyes naturales; a diferencia de los marxistas que hacían hincapié en las “leyes” económicas. Esto reflejaba el mismo aliciente que en el siglo XIX llevó a Marx a elaborar sus leyes económicas “científicas”, a saber, el incentivo de hacer que el proyecto libertario parezca “científico” o, al menos, “objetivo”.
Sin embargo, el uso de un método “objetivista” para justificar la necesidad de una democracia inclusiva es a la vez problemático e indeseable. Es problemático porque hoy son pocos los que siguen creyendo, tras la entrada decisiva en la ciencia de la incertidumbre del siglo XX, que aún es posible inferir “leyes”, “tendencias” o “direccionalidades” “objetivas” de la evolución social. Es indeseable porque, como ha demostrado el caso del proyecto socialista, existe una relación clara entre la “cientifización” del proyecto en manos de los marxistas- leninistas y la consiguiente burocratización de la política socialista y la transformación totalitaria de la organización social. Así, se puede suponer que si la democracia inclusiva reemplaza alguna vez a las actuales formas heterónomas de organización política y económica, esto no representará la realización de posibilidades potenciales para la libertad, sino simplemente la elección consciente entre dos posibilidades sociales, que pueden describirse de forma esquemática como la posibilidad de autonomía frente a la posibilidad de heteronomía.
Sin embargo, si el “objetivismo” modernista parece problemático e indeseable, esto no significa que el subjetivismo posmodernista sea menos problemático, puesto que puede conducir fácilmente al relativismo general y al irracionalismo, si no al abandono total de la política radical y al conformismo. El proyecto democrático es incompatible con el relativismo, porque niega explícitamente la consideración de que todas las tradiciones, en este caso la tradición autónoma y la heterónoma, tienen unos valores de verdad equivalentes.
Por consiguiente, aunque se pueda aceptar la concepción posmodernista de la historia, según la cual esta no se puede ver como un proceso lineal (Kant, etc.) o dialéctico (Hegel, Marx) de Progreso que encarna la razón, esto no implica que deberíamos asignar el mismo valor a todas las formas históricas de organización social: desde la Atenas clásica, los cantones suizos y las secciones parisinas, hasta los regímenes “democráticos” actuales. Esta clase de relativismo general, adoptado por el posmodernismo, simplemente refleja el abandono por parte de este último de cualquier crítica de la realidad social institucionalizada y una retirada general al conformismo, como señala acertadamente Castoriadis. Además, adoptar el rechazo posmoderno del universalismo implica el abandono de cualquier idea de un proyecto liberador, dado que el proyecto de autonomía/democracia, por supuesto, es en gran medida un proyecto “universal”
Por último, el proyecto democrático es incompatible con el irracionalismo porque la democracia, como proceso de auto-institución social, implica una sociedad abierta ideológicamente, es decir, que no se basa en ningún sistema cerrado de creencias, dogmas o ideas. “La democracia”, como señala Castoriadis, “es el proyecto de romper el cerco a nivel colectivo”. Por lo tanto, en una sociedad democrática, los dogmas y los sistemas cerrados de ideas no pueden ser parte del paradigma social dominante, aunque, por supuesto, los individuos pueden tener las creencias que deseen, siempre y cuando estén comprometidos a respetar el principio democrático, es decir, el principio según el cual la sociedad es autónoma, institucionalizada como una democracia inclusiva. Una muestra de esto es que, incluso en la Atenas clásica, hace 2.500 años, se establecía una clara distinción entre la religión y la democracia. No es casual, por ejemplo, que todas las leyes aprobadas por la ecclesia empezaran con la cláusula de que “esta es la opinión del Demos” sin hacer ninguna referencia a Dios. Esto contrasta claramente con la tradición judeo-cristiana, donde, como señala Castoriadis, el origen de las leyes en el Antiguo Testamento es divino: Jehová dicta las leyes a Moisés.
Por lo tanto, el proyecto democrático no puede basarse en ninguna “ley” o tendencia divina, natural o social, sino en nuestra propia elección consciente y auto-reflexiva entre las dos principales tradiciones históricas: la tradición de heteronomía, que ha sido históricamente dominante, y la tradición de autonomía. La elección de la autonomía implica que la institución de la sociedad no se fundamenta en ningún tipo de irracionalismo (fe en Dios, creencias místicas, etc.) ni en “verdades objetivas” sobre la evolución social basadas en “leyes” sociales o naturales. Esto es así porque cualquier sistema de creencias religiosas o místicas (así como cualquier sistema cerrado de ideas), por definición, excluye el cuestionamiento de algunas creencias o ideas fundamentales y, por tanto, es incompatible con los ciudadanos estableciendo sus propias leyes. De hecho, el principio de “no cuestionar” algunas creencias fundamentales es común en toda religión o conjunto de creencias metafísicas y místicas, desde el cristianismo hasta el taoísmo. Esto es importante si se tiene en cuenta especialmente que la influencia actual de tendencias irracionalistas en las corrientes libertarias ha dado lugar a la ridícula imagen de decenas de comunidades organizadas de forma democrática e inspiradas por diversos tipos de irracionalismo (que no se diferencian de sectas religiosas similares en el pasado, por ejemplo, el movimiento de cristianos cátaros, ensalzado por los libertarios como democrático!).
El elemento fundamental de la autonomía es la creación de nuestra propia verdad, algo que los individuos sociales sólo pueden lograr a través de la democracia directa, es decir, el proceso mediante el cual cuestionan continuamente cualquier institución, tradición o “verdad”. En una democracia, las verdades dadas simplemente no existen. La práctica de la autonomía individual y colectiva presupone la autonomía de pensamiento, en otras palabras, el cuestionamiento constante de las instituciones y de las verdades.
Sin embargo, si no es factible ni deseable basar la reivindicación de democracia en “leyes” o “tendencias” “científicas” u “objetivas” que dirigen la evolución social hacia la realización de potencialidades objetivas, entonces esta reivindicación sólo se puede fundamentar en un proyecto liberador. Y ese proyecto liberador hoy sólo puede constituir una síntesis de las tradiciones democrática, socialista, libertaria, ecologista radical y feminista. En otras palabras, sólo puede ser un proyecto para una democracia inclusiva, en el sentido de democracia política, económica, “social” y ecológica. Sin embargo, el hecho de que la reivindicación de democracia sólo pueda fundamentarse en un proyecto que no puede ser “cientifizado” ni “objetivizado” no significa que es sólo una utopía en el sentido negativo de la palabra. Un proyecto liberador no es una utopía si se basa en la realidad actual. Y la realidad actual se resume en la crisis multidimensional sin precedentes que vimos en la primera parte del libro, que abarca todos los ámbitos de la sociedad (político, económico, social, cultural) así como la relación sociedad-naturaleza.
Además, un proyecto liberador no es una utopía si expresa el descontento de importantes sectores sociales y su explícita o implícita impugnación de la sociedad existente. Hoy en día, se impugnan cada vez más las principales instituciones políticas, económicas y sociales en las que se basa la actual concentración de poder. Así, no sólo se cuestionan de diversas maneras las instituciones políticas básicas (capítulo 4) sino que también se cuestionan de forma masiva las instituciones económicas fundamentales, como la propiedad privada (véase, por ejemplo, el estallido del crimen contra la propiedad en el último cuarto de siglo aproximadamente).

Por último, un proyecto liberador no es una utopía si refleja las tendencias actuales en el cambio social. Y el proyecto para una democracia inclusiva que se describirá en el siguiente capítulo refleja las tendencias democráticas que se expresaron radicalmente en el mayo del 68 y hoy en día a través de las formas de organización del movimiento antiglobalización en el Norte y de tendencias similares de organización democrática, más allá de la “democracia” representativa y la economía de mercado, en el Sur.

Takis Fotopoulos

Fragment de «Las bases de un nuevo proyecto liberador», capítol 12 del llibre Crisis multidimensional y democracia inclusiva (Girona, 2012), de Takis Fotopoulos. Traducció de Laia Vidal y Blai Dalmau.


No hay comentarios:

Publicar un comentario