viernes, 28 de febrero de 2014

LA REBELIÓN JUVENIL DE LOS AÑOS SESENTA


En la Europa de la posguerra que siguió a la Segunda Guerra Mundial se encuentra el origen de nuevos comportamientos sociales cuyos actores fueron los miembros de una juventud insatisfecha y descontenta con el mundo que les había tocado vivir. Este desasosiego o malestar, como se le quiera llamar, motivaría a miles de jóvenes a reunirse en grupos muy específicos, marginales, y a mantener unas actitudes sociales especiales, siempre acorde con la protesta y la crítica de la sociedad.

Este proceso se inició ya en los años cincuenta (siglo XX) y en ciertos aspectos se ha prolongado hasta nuestros días. Varios fueron los factores que se combinaron para dar lugar a la explosión de la juventud occidental, en Europa y en Estados Unidos.

Entre la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría

El primero de los factores a destacar fue la barbarie que representó la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que dio lugar a la eclosión de movimientos pacifistas a los que se habrían de adherir miles de jóvenes, que a lo largo de los años cincuenta y más adelante manifestarían su repudio por la Guerra Fría y su rechazó al terror nuclear.

A este factor cupo añadírsele la atracción que sobre la juventud europea ejerció, también a mediados de los años cincuenta del siglo XX, la corriente filosófica del existencialismo. Esta corriente, cuyas figuras centrales fueron el filósofo Jean-Paul Sartre y el escritor Albert Camus, analizaba el mundo desde una perspectiva atea y lo entendía como un absurdo, al que Sastre acabó dándole sentido con un contenido marxista y Camus con uno humanista. En cualquier caso, sus postulados eran eminentemente antiburgueses y, en consecuencia, anticapitalistas.

Otro factor importante derivaría de la reconstrucción europea de la posguerra, posible mediante la ayuda estadounidense concebida en el Plan Marshall. Reconstrucción que, ante el temor al comunismo, las élites políticas y las fuerzas económicas liberales dominantes en la época dieron unos contenidos dirigidos hacia una distribución más equitativa de la riqueza entre las diversas capas sociales. Se practicó una reconstrucción desde una perspectiva socialdemócrata, reformista, y no desde posiciones ideológicas netamente liberales. Surgió así el Estado del Bienestar en Europa occidental (excepto en España, donde la dictadura del general Franco impidió que la población pudiera beneficiarse de aquella ayuda).

Y surgieron también unas nuevas clases medias en gran medida dominadas por un nuevo y creciente valor: el consumismo, sustitutivo del valor tradicional que era el ahorro. Con el paso de los años, el consumismo sería aborrecido por crecientes capas de la juventud europeo-occidental y estadounidense, y su rechazó culminaría en los sangrientos episodios habidos en Estados Unidos y Europa, donde culminaron con el estallido del Mayo de 1968 francés, como se verá más adelante.


Los jóvenes también rechazarían progresivamente la recién estrenada moral hipócrita de la Nueva Sociedad del Consumo, como ya la definía el pensador francés Guy Debord. Moral fundada en el dinero y el despilfarro, en no saber distinguir lo necesario de lo superfluo. Se abrió un proceso de mímesis social y las formas y modas de las clases altas de la sociedad fueron burdamente imitadas por la mayoría de gentes de la nueva clase media, nutrida en gran parte de las clases trabajadoras, incluidos los obreros industriales, aquellos a quienes Lenin definiera un día como la aristocracia obrera.

Ligado al rechazo de los nuevos valores de la Nueva Sociedad, el rechazo de los jóvenes se orientaría hacia factores como la Familia y el Estado (junto con la política), entendidos como símbolos de la autoridad, y también hacia el Mercado, considerado símbolo del consumismo.

Esas nuevas realidades, y especialmente la crisis de la familia tradicional, propiciarían el inicio de un movimiento social, el de la liberación de la mujer, movimiento que devino en los movimientos feministas que alcanzarían un gran auge desde finales de los años sesenta (siglo XX) en Estados Unidos y Francia especialmente, coincidiendo con la coyuntura en que la mujer comenzó a incorporarse al mercado laboral. Y junto a la valorización del papel social de la mujer, el rechazo a los tabúes sexuales fue cobrando una realidad cultural como forma de contra cultura frente al hipócrita puritanismo de la Nueva Sociedad del Consumo.

La juventud irrumpe en el escenario

Los movimientos juveniles importantes surgidos a principios de los años sesenta (siglo XX) tuvieron sus propios precedentes en la década anterior, es decir, en los años cincuenta del mismo siglo. Por ejemplo, cabe destacar el nuevo clima generado en Estados Unidos por un nuevo género musical: el Rock’n Roll, con la emblemática figura de un joven rebelde: Elvis Presley. En línea similar se moverían los Angry Young Man en el Reino Unido.

El rock’n roll adoptó, musicalmente hablando, el trepidante ritmo del blues 4/4, apoyándose especialmente en el cuarto tiempo. Fue, de hecho, el resultado de la fusión de músicas negras, como el rhythm and blues, de Fats Domino, y del hilbilly, de Hank Williams. Uno de los primeros impulsores del nuevo género serían Bill Haley & The Comets y el paradigma fue su canción Rack Around the Clock, editada en 1954 en Estados Unidos.

Inmediatamente destacarían como líderes del nuevo género contracultural y rebelde Jerry Lee LewisLittle Richard y, sobre todo, Elvis Presley. El rock, con la trepidancia de su ritmo y la radical acritud de sus letras causó primero asombró y luego una creciente adición entre la juventud, todo ello ante la perplejidad de la Nueva Sociedad bienpensante norteamericana.

En Europa, la rebeldía se inició en el Reino Unido, como virulenta reacción juvenil contra la sociedad establecida y su carácter marcadamente victoriano y puritano. E inicialmente la crisis estalló con la formación del movimiento Jóvenes Airados, entre los cuales se contaban los dramaturgos John Osborne y Joe Orton, así como el director cinematográfico Tony Richadson. El buque insignia del movimiento fue la obra teatral Mirando hacia atrás con ira, estrenada en 1956 y realizada por Osborne: representaría durante varios años el símbolo de una generación que rechazaba el legado paterno y buscaba una conciencia auténtica para un nuevo tipo de existencia.

Aquel movimiento tuvo su prolongación en el inconformismo del Free Cinema, corriente cinematográfica realista cuyo mentor intelectual era el crítico y director Lindsay Anderson, junto a sus colegas Karel Reisz y el citado Tony Richardson. El filme Saturday night and Sunday morning se convirtió en emblemático del rechazo de la sociedad burguesa y reivindicativo de las capas sociales trabajadoras excluidas del Nuevo Bienestar. La solidaridad con lo colectivo se mezclaba así con la apología de la individualidad que debía distinguir a los jóvenes y alejarlos de la mediocridad de sus progenitores.

Otros movimientos se movían especialmente en el plano de la diferenciación estética. Estos jóvenes buscaban la afirmación de una identidad y cultura propias, como el caso de los Teddy Boys británicos o los Blousons Noirs franceses, sobre los cuales volveremos, origen de lo que serían las llamadas tribus urbanas.

En conjunto, estos incipientes movimientos, con sus propias conductas, constituían en cierto modo una novedad en la historia occidental. No se tiene noticia, por ejemplo, de la juventud como problema en la Edad Media, ni se han citado movimientos o rebeliones estrictamente juveniles en aquella dilatada época. Las primeras organizaciones de jóvenes propiamente dichas surgen en Europa hacia finales del siglo XVII: se trataba de entidades que agrupaban a jóvenes universitarios, todos ellos hijos de las clases dominantes.

El punto de inflexión, como decíamos, ha sido el decenio de los años cincuenta del siglo XX, y las organizaciones surgidas en esa coyuntura respondía a unas situaciones absolutamente distintas creadas en la sociedad occidental tras el citado conflicto bélico de 1939-1945, el más atroz y sangriento de la historia. Nueva situación en la que el culto al dinero y el culto al poder aparecían como valores dominantes.



Los primeros movimientos juveniles

Concretamente, los primeros movimientos juveniles que aparecen en Europa occidental se constituyeron como subculturas o «tribus urbanas» con una marcada identidad propia, aunque todos ellos compartían una característica: el rechazo del Sistema. Como decíamos, los teddy boys británicos y los blousons noirs franceses fueron los precursores. Y con ellos los provos neerlandeses.

Todos ellos compartían la «defensa del grupo» y trataban de potenciar el sentido de la marginación de los miembros individuales respecto al entorno, es decir, el Sistema Social, lo rechazable y rechazado. Una función importante la representa el look, o estética adoptada: peinados, indumentaria, etc., eran —y son aún en los grupos más marginales— los rasgos distintivos. Además, en el interior del grupo, se profundizaba en la necesidad de «sentirse superior» al entorno exterior, y, por otra parte, los grupos buscaban espacios propios donde existir y desarrollar sus actividades: calles, barrios e incluso islas y espacios naturales (Carnaby Street, en Londres, fue emblemática en los años sesenta). Los teddy boys fueron el primer movimiento organizado de aquel tipo que apareció en Europa. Nació a finales de los años cincuenta (siglo XX) en el East End de Londres, la capital británica. De hecho, los blousons noirs de París, casi simultáneos, fueron un derivado mimético de los primeros. Ambos grupos se definían por ser hijos de familias obreras sin acceso a las nuevas clases medias.

Para ello era fundamental el estilo, cuestión que cuidaban extraordinariamente hasta llegar al extremo del dandysmo. Se definían ideológicamente como proletarios e iconoclastas (derribadores de «ídolos») y la música rock fue un instrumento de la manifestación de su rebeldía con las instituciones fundamentales: Familia, Escuela y Estado. Eran también contrarios a la inmigración y cabe, en este sentido, considerarles precursores de los actuales violentos neonazis skinheads.

Los provos surgieron a principios de los años sesenta en Países Bajos, concretamente en Ámsterdam. Eran hijos de las clases medias y trabajadoras y su lema principal era la provocación, que se manifestaba a través de los happenings, acciones realizadas en espacios públicos, donde mostraban su capacidad creativa como un juego. Querían «provocar» a la sociedad, aunque su ánimo no era revolucionario: pretendían simplemente despertar al ciudadano medio de su asepsia, su vulgaridad, su egoísmo y su ignorancia, y provocarle inquietudes y reflexión a través de los citadoshappenings no violentos. Ellos fueron precursores de los actuales okupas. Realizaron tomas de drogas y fumadas en las calles, por ejemplo, como forma de provocación. También introdujeron elementos de ecología urbana y reclamaban islas cerradas a los coches (fueron, pues, los precursores de las actuales «zonas peatonales» difundidas ampliamente por todas las grandes ciudades). Rechazaban los vehículos a motor y postulaban el uso de la bicicleta, al tiempo que manifestaban su ideología libertaria, por lo cual carecían de líderes.

La segunda ola europea de los movimientos juveniles de ese tipo se produjo en Europa también justo al iniciarse la década de los años sesenta (siglo XX), muy influenciados por los teddy boys. De éstos derivaron en aquellos años los mods y los rockers, grupos que llegaron a tener una notable presencia en las calles británicas. Los rockers alardeaban de sus poderosas motocicletas Harley-Davidson y los mods de sus motocicletas Lambretta. Eran parte de sus signos distintivos. Los enfrentamientos entre ambos grupos fueron continuos, como testimonia el filme Quadrophenia, protagonizado por el cantante Sting. De hecho, el antecedente más directo de los actuales neonazis skinheads fueron los mods que pululaban por la costa sur de Inglaterra, con numerosos episodios de violencia racista y con una ideología que acabó por exaltar la figura de Adolf Hitler. Su estética se basaba en la cabeza rapada y la indumentaria de corte militar en la que no faltaban las botas altas.

Más adelante, avanzados los años sesenta, tuvieron un enemigo natural en el movimiento de los punkies, grupos de jóvenes que gustaban de cultivar el arte povera («arte pobre»), usaban ropas viejas adornadas con materiales diversos, y sus pelos eran cortados en formas llamativas (crestas, por ejemplo). Como los provos, se sentían libertarios y, de hecho, se extendieron por las principales ciudades europeas y aún se les puede encontrar en algunas de ellas.

Aparecen los hippies

Mientras todos esos variados grupos surgían en Europa occidental para formar el mundo de la contracultura, en Estados Unidos nacería el más importante de los movimientos juveniles de los años sesenta (siglo XX): los hippies.

Los hippies fueron los herederos de la precedente generación beat que surgió en Estados Unidos a principios de los años cincuenta, concretamente en California, como resultado de la frustración de numerosos intelectuales y jóvenes, asqueados de la guerra (1939-1945), del macarthysmo, de la política y del culto al dinero. Fueron poetas como: Allen Ginsberg, autor del poemario ¡Aullido!, donde invitaba al grito contra el consumo y el autoritarismo; del escritor Jack Kerouac, autor de la novela On the Road, En el camino, en la que postulaba que no hay otra forma de vivir que el carpe diem, esto es, «vivir al día, al momento», y el ensayista William Borroughs, autor de El trabajo, donde rechazaba el trabajo impuesto pos la sociedad por alienante y reclamaba, lo mismo que los anteriores, un regreso a la Naturaleza. Otros fueron Gregory Corso, Michael McClure y Timoty Leary, postulado este último del consumo de drogas como modo de evasión. Ellos fueron los padres de la citada contracultura.

El término beat define perfectamente el sentimiento de aquellos hombres: su traducción es «frustrado», «golpeado», pues así se sentían en aquella sociedad. Sus parámetros eran el primitivismo antropológico y el anticonsumismo, y latía en su fondo un resorte anarquizante. Sus seguidores fueron los beatniks, inmediatos precursores de los posteriores movimientos hippies. Su «biblia» era En el camino, el libro de Kerouac y se agrupaban en colectivos en los que reinaba un espíritu comunista, es decir, fraterno e igualitario. Entre sus hábitos se contaba su pasión por la música y la poesía, el consumo habitual de drogas y la práctica del amor libre. Se sentían, en cierto modo, herederos de socialistas utópicos del siglo XIX, como el francés Charles Fourier o el antillano-francés Paul Lafargue.

Los hippies, como ya hemos adelantado, fueron sus herederos en los años sesenta y aún en los inicios de los setenta del siglo XX. De ellos se puede afirmar que más que una subcultura, representaron la contracultura: se autoexcluyeron de una sociedad que les repelía por su culto al dinero, por su ignorancia y falta de sensibilidad, por su racismo, por su alienación sexual, por su masificación y culto a lo urbano, por su despilfarro inútil y por su democrática sumisión al poder, y buscaron vivir al margen, convencidos de que era inútil luchar para cambiar una sociedad tan podrida que era incapaz de regenerarse. Buscaron fundar una nueva sociedad basada en la espiritualidad y el hedonismo, en el disfrute de la Naturaleza y en el amor. Del socialista utópico francés Fourier habían aprendido que no se puede ser libre más que a través del naturalismo y el sexo. Del antillano francés Paul Lafargue, que fuera yerno de Karl Marx, el rechazo del trabajo embrutecedor, contra el que proponían un trabajo creativo, autónomo combinado con el derecho a la pereza, amando al mismo tiempo la meditación y la quietud propias de las religiones orientales, el budismo y el hinduismo, que combinaban con el acceso a las drogas, desde la marihuana al LSD. Su estética era típica, psicodélica y exótica: cabellos largos, danzas vivaces y suaves, músicas bucólicas, ropas amplias y de llamativos colores. Su pacifismo a ultranza les llevó a ser uno de los grupos más activos contra la Guerra de Vietnam en los años sesenta y avanzados los años setenta, aunque muchos grupos de ellos se disolverían en 1969.

El año 1968 sería el punto de inflexión fundamental de aquel conjunto de movimientos juveniles, tan diversos en su forma de rechazar la Sociedad de Consumo, pues desde hacía dos años, en otro ámbito del problema, en las instituciones universitarias de Estados Unidos y de Europa occidental, la inquietud estudiantil era creciente. Y acabaría generando una explosión de disconformidades que originarían los movimientos estudiantiles. Mas, ¿qué ocurría en aquella coyuntura histórica? Conviene aquí hacer un corte y reflexionar.

En 1968 el mundo había modificado su fisonomía a causa de la incidencia de varios factores. Existía ahora una amplia conexión entre las culturas, originada por el proceso de mundialización económico heredado del colonialismo del siglo XIX. Y el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, en palabras del sociólogo Marshall McLuhan, estaba convirtiendo el planeta en una aldea global, o sea no un mundo vasto y desconocido, sino inmediato e intercomunicado.

En el contexto histórico en que estallaron los movimientos estudiantiles de 1968, la Guerra de Vietnam, mantenida por el Gobierno de Estados Unidos contra el pueblo de aquel país, estaba en primer plano. En Nigeria, África negra, estaba la Guerra de Biafra: el neocolonialismo y las multinacionales del petróleo, con el respaldo de los gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido, intentaban romper la unidad de aquella nación recién accedida a la independencia y amputarle su provincia petrolífera, Biafra. En Angola y Mozambique surgían dos movimientos guerrilleros de liberación nacional contra el aún resistente colonialismo de Portugal. En la República de Sudáfrica la dictadura fascista y racista blanca del apartheid, que contaba con el respaldo internacional político de Londres y Washington, estaba promoviendo amplios rechazos en todo el mundo. En América Latina persistían en numerosos países los movimientos guerrilleros guevaristas, herederos de las actividades del asesinado líder argentino-cubano el doctor Ernesto Che Guevara, convertido en un mito de la juventud contestataria. En China, Mao Tse-tung, el dirigente comunista, había desatado una feroz campaña contra el burocratizado Partido Comunista de China: la Revolución Cultural, con amplios ecos en la juventud estudiantil europeo-occidental.

Los problemas no sólo afectaban a la sociedad occidental. En el bloque comunista europeo también los había. En 1968, en la entonces Checoslovaquia, bajo la influencia de la URSS y con un régimen sovietizado impuesto por Moscú, las tensiones por modificarlo y crear un socialismo de rostro humano dieron lugar a la Primavera de Praga, quebrada por la ocupación militar soviética de aquella ciudad y del propio país checoslovaco, en el verano de aquel año. Los estudiantes checos y eslovacos desempeñaron un papel importante en aquella primavera frustrada.

En México, al otro lado del Atlántico, se desarrollaba también una lucha política. Lo mismo que el movimiento estudiantil checoslovaco, el movimiento estudiantil mexicano luchaba por la libertad de prensa y de convivencia de su país, políticamente dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Si los estudiantes checoslovacos luchaban contra el imperialismo de la URSS, los estudiantes mexicanos lo hacían contra el imperialismo de Estados Unidos. Si la Primavera de Praga fue ahogada por los tanques soviéticos en agosto de 1968, la protesta estudiantil mexicana lo sería de modo sangriento en octubre de aquel año, cuando el Gobierno de México se aprestaba a inaugurar los Juegos Olímpicos. El 2 de octubre, cinco mil estudiantes se reunieron en la grandiosa Plaza de las Tres Culturas o Plaza Tlatelolco. Allí, desde los edificios que circundaban la plaza, centenares de tiradores paramilitares procedieron a un fusilamiento generalizado. Nunca se ha sabido el número de estudiantes muertos, probablemente el número se acercó al millar.

En Estados Unidos y en Europa occidental la crisis tendría otras características. En el Viejo Continente, el hippismo había cobrado un fuerte auge, y entre la juventud europeo-occidental se difundían sus consignas sobre el amor libre, el rechazo de la explotación en el trabajo, el anticonsumismo, la afición a las drogas. La capital inicial del hippismo europeo fue Ámsterdam.

Junto a esa expansión rebelde contracultural, en la República Federal Alemana, desde 1967, venía creciendo otro tipo de contestación contra el Sistema y la Sociedad de Consumo: un movimiento estudiantil representado por la Liga de los Estudiantes, de orientación marxista que rechaza frontalmente el sistema capitalista liberal, pero también el sistema que representaba la URSS, definido como un capitalismo de Estado. Estaban contra ambos sistemas. El líder estudiantil alemán, Rudi Dutschke, había escrito en 1966:

Para nosotros, los jóvenes, se trata de no seguir aceptando un mundo que habla de paz pero tolera la guerra; un mundo que habla de libertad pero que acepta la hipócrita democracia capitalista, un mundo que habla de igualdad y socialismo, pero que tolera la perversión del socialismo burocrático. Los jóvenes no queremos nada de todo eso.

Dutschke fue víctima en 1970 de un atentado perpetrado por un grupo neofascista, y resultó gravemente herido por un disparo en la cabeza. El hecho dio lugar a grandes disturbios estudiantiles en Alemania occidental, donde Dutschke falleció años después a causa de las secuelas del atentado.

En Italia, al igual que en la Alemania occidental, las actividades de estudiantes revolucionarios dio lugar en torno a 1968 a organizaciones de tendencia izquierdista y autogestionaria, de raíz marxista, luxemburguista y anarquista, que buscaban conectar con el Movimiento Obrero, organizaciones como Lotta Continua, Lucha Continua, y Potere Operario, Poder Obrero.

Los casos de Estados Unidos y Francia, en relación con los movimientos rebeldes estudiantiles, merecen, por su envergadura, una atención especial.

La juventud estadounidense, contra la guerra y el racismo

En Estados Unidos confluían una serie de factores que perturbaban la sociedad. En primer lugar la Guerra de Vietnam, sostenida por el Gobierno en Indochina desde 1966, con el pretexto de impedir que las fuerzas nacionalistas-comunistas de Ho Chi-minh se hicieran con el dominio del país. Esa guerra, de imposible justificación, fue creando un malestar generalizado a diversos niveles: entre los intelectuales, entre los movimientos juveniles, especialmente entre los pacifistas hippies, entre los estudiantes y en ciertos sectores de la clase media baja. El escritor Norman Mailer, al final de la Marcha sobre el Pentágono, leyó en Washington un manifiesto donde decía:

No hay sueño americano. El sueño americano se ha transformado en una pesadilla organizada por los desvergonzados que tienen el poder económico y político sostenidos por la complicidad de nuestra conformista y mediocre sociedad.

La cantautora Joan Báez popularizó una canción en la que cantaba:

Ninguna guerra es nuestra guerra, Vietnam es una guerra: la vuestra como todas las guerras.

Y en las octavillas hippies podía leerse:

La vida es el valor supremo. La vida es placer, arte, música, juego y fraternidad. iViva Dionisos!

Otro factor fue la imparable lucha de la población negra por sus Derechos Civiles que pusieran fin a la segregación racial. De esa lucha nacieron diversos movimientos de agitación y lucha, los Black PantersPanteras Negras, de tendencia violenta, y la Plataforma pro Derechos Civiles, fundada por el pastor Martin Luther King, de tendencia pacífica, quien ya en 1967 había promovido la Marcha sobre Washington, en la que participaron millón y medio de activistas antirracistas. Luego, Luther King, al igual que Malcom X, moriría asesinado.


El ambiente en las universidades estadounidenses era de extrema tensión desde 1966. En la Universidad californiana de Berkeley, el profesor Herbert Marcuse, exiliado de la Alemana hitleriana y miembro de la Escuela de Frankfurt sería expulsado de aquella institución universitaria por orden del Gobierno, acusado de instigar a los jóvenes a la revolución. Tenía 72 años cuando fue destituido, pero su pensamiento había impactado fuertemente en la conciencia del estudiantado, un pensamiento que coincidía en muchos puntos con el de la rebelión marginal del hippismo y sus precedentes intelectuales, ya citados antes. Marcuse criticó y denunció la triple tiranía: la economía, la política y la técnica. No se le podía tachar de «comunista», pues era un crítico radical del sistema imperante en la URSS (El marxismo soviético). Apuntó la tesis de que la sociedad capitalista u occidental, dominada por el despilfarro, el culto al dinero y la sumisión al poder iría lentamente configurando un fascismo blanqueado, una democracia fascistizada, en la que el individuo sería el opresor de sí mismo, dominado por el consumismo.

Las ideas de Marcuse, recogidas en textos de gran difusión (y de una gran vigencia aún hoy), tales como Eros y civilización El hombre unidimensional, prendieron en toda una generación de estudiantes norteamericanos y se expandieron a Europa occidental, donde prenderían con especial fuerza en Francia.

Los estudiantes norteamericanos (cuyos líderes más conocidos eran Mario Savia Jerry Rubin) se sumaron a los movimientos antisegregacionistas y, junto al movimiento hippie, combatieron en calles y campus de las principales ciudades y universidades del país contra la Guerra de Vietnam. La represión desencadenada contra ellos por el poder fue brutal: cierre de universidades, encarcelamientos, suspensión de derechos civiles y, finalmente, como siempre, el recurso a la violencia. Las fuerzas policiales del Estado de California, donde el gobernador era el neoconservador Ronald Regan, luego presidente de la nación), el cual había decretado el Estado de sitio, para ocupar la Universidad de Berkeley hubieron de causar más de cuarenta muertos entre los estudiantes que la ocupaban en aquella primavera de 1968. Sin embargo, al final, el Gobierno de Estados Unidos, presidido por el neoconservador Richard M. Nixon, en 1973, tuvo que aceptar la derrota en Vietnam y evacuar vergonzosamente aquel país, dejando un saldo de sesenta mil soldados muertos.

El Mayo francés

El Mayo francés fue la culminación de las rebeliones estudiantiles y juveniles en 1968. Su origen se sitúa en marzo de aquel año, en la Universidad de Nanterre, en las afueras de París, donde ya reinaba, como en numerosas universidades europeas, un clima de rebeldía contra el Sistema. El detonante fue que el rectorado universitario se negó a aceptar una petición estudiantil: prolongar el horario nocturno de la Residencia de Estudiantes y suprimir en ella la separación de sexos. Allí, el 22 de marzo, se publicó el primer Manifiesto Estudiantil, en el cual se decía, entre otras cosas:

El sistema educativo capitalista intenta adiestrarnos a través de dos premisas que no podemos aceptar. La primera es que los conocimientos que se imparten son fragmentados, con el fin de que carezcamos de una visión global del mundo y la sociedad, y solamente tengamos una visión parcial y arbitraria: es más fácil esclavizar a gentes mutiladas e ignorantes que a gentes enteras y concienciadas, pues la rebelión nace del conocimiento amplio y cabal. La segunda estratagema del sistema es inculcarnos que la sociedad en que vivimos, la capitalista y consumista, es la sociedad natural, y por tanto no se la puede cambiar ni combatir, pues es eterna: nosotros decimos que también en la Edad Media se sostenía que la sociedad era inmodificable, pues era, decían los poderes, divina.

El movimiento originado en Nanterre se extendió y llegó a París. El 2 de mayo (1968) los estudiantes ocuparon la mítica Universidad de la Sorbona, en el Quartier Latín, ocupación que duraría hasta cincuenta días. El 7 de mayo todos los centros de enseñanza de Francia se incorporaron a la huelga estudiantil universitaria. El 8 de mayo los estudiantes salieron de la Sorbona y ocuparon el Barrio Latino, convirtiendo el mítico Odeón en el espacio de sus debates, donde comparecería el filósofo Jean-Paul Sartre.

El día 10 de mayo, el Viernes negro: tuvo lugar la Batalla del Barrio Latino. Fuerzas policiales intentaron asaltar las barricadas (containers, automóviles volcados, camiones) instaladas por los estudiantes. Hubo centenares de heridos y la policía hubo de retirarse. Un Manifiesto Estudiantil exigía:

Supresión de la pedagogía autoritaria y fragmentada; supresión de las cárceles y los manicomios, centros de exterminio lento del Sistema; disolución de la familia y amor libre; guerra contra la guerra, contra cualquier guerra, y disolución de los ejércitos; fin del trabajo explotador y alienante; cierre de las fábricas de armamento; igualdad de derechos para todos, sin discriminación de sexo ni de raza…

El día 10 de mayo, el diario Le Monde publicó una entrevista con el profesor Herbert Marcuse. En ella, el filósofo afirmó:

Los poderes no entenderán, ni en Estados Unidos ni en Europa, la naturaleza de las rebeliones de los jóvenes que están teniendo lugar. No se trata de revueltas de pobres mandadas por los estómagos vacíos. No. Los estudiantes no se están revolviendo contra una sociedad dominada por la pobreza. Tampoco se proponen como alternativa nada que se parezca al modelo soviético. Ellos se están manifestando contra una sociedad rica, muy rica, tanto en Estados Unidos como en Europa, a pesar de los ghettos de pobreza que existen. Se trata de rebeliones movidas por el cerebro, de jóvenes de ambos sexos cuyo problema no es comer. Ellos han subido un peldaño en la escala de las rebeliones: luchan contra la ostentación y el despilfarro, contra el consumismo, contra el autoritarismo, contra la mediocridad, contra una enseñanza caducada, contra la discriminación sexual y racial, contra toda forma de poder, contra la mediocridad, el conformismo y la opulencia neocapitalistas, contra el trabajo embrutecedor del capitalismo, contra las guerras, contra la explotación del Tercer Mundo. Es una protesta generosa, un fenómeno enteramente nuevo que, mucho me temo, ni los poderes establecidos ni las clases dominantes podrán entender, aunque muchos de sus hijos son protagonistas de la rebelión. Están incapacitados para ello.

Al día siguiente el presidente de la República, el general Charles de Gaulle, se dirigió por televisión a la nación. Dijo, entre otras cosas:

«Los estudiantes no saben lo que quieren. ¿Qué quieren? Son nihilistas. Son anarquistas».

El 14 de mayo grupos de estudiantes fueron a las fábricas para celebrar asambleas con los trabajadores. Los obreros de la Renault, en París decidieron declararse en huelga y ocupar la fábrica. La huelga general se extendió por toda Francia y paralizó el país, con las fábricas ocupadas, como el Barrio Latino.

El día 15 reinaba el desconcierto en las esferas del poder. No había noticias de De Gaulle, el Parlamento estaba paralizado y el Gobierno desaparecido. El Partido Comunista francés declara que la rebelión estudiantil no sirve a los intereses de la clase obrera. El día 18 el general De Gaulle mantuvo una entrevista secreta con el jefe del Ejército desplegado en Alemania, el general Massu. Se trató de la posibilidad de una intervención militar para acabar con la rebelión social. El día 23, el Gobierno se reúne para intentar romper el frente obrero-estudiantil que abocaba Francia a una revolución socialista. El primer ministro, Georges Pompidou, en el Palacio de Grenelle, se reúne con los dirigentes sindicales comunistas y cristianos: pactan un aumento general de salarios del 38% mensual; vacaciones pagadas de treinta días para los trabajadores; extensión de la seguridad social a toda la población laboral, y jubilación del cien por cien del salario. El día 30 seguía aún la ocupación de fábricas y centros educativos. Ese día el Gobierno convoca una manifestación a su favor a la que acudieron centenares de miles de personas en París: las clases alta y media le dan contenido. Los dirigentes sindicales se movilizan para convencer a los trabajadores para que desistan de su actitud.

Se mantiene la huelga en las empresas hasta que el 7 de junio se reanuda el trabajo. La ocupación de universidades persiste hasta el 16 de junio. Ese día es desalojado el Odeón. Fin de la rebelión.

Entre los líderes estudiantiles más destacados debemos citar al entonces anarquista Daniel Cohn-Bendit, al trotskysta Alain Krivine y a Guy Debord y su Movimiento Situacionista.

Las consecuencias de una rebelión


¿Qué quedó de aquellas jornadas violentas de Berkeley y de la Sorbona, de todos los rechazos de aquellos movimientos juveniles y estudiantiles? Ciertamente hoy quedan lejos aquellas fechas de 1967-1968. El autoritarismo, sin embargo, desapareció de las escuelas e instituciones docentes y los programas educativos fueron reformados; el pacifismo cobró una nueva gran dimensión que no ha cesado hasta nuestros días de hoy; el movimiento ecologista inició una larga carrera de consolidación y hoy es una realidad indiscutible; los tratamientos psiquiátricos fueron modificados, los manicomios abolidos, y las reglas penitenciarias modificadas. Finalmente, la mujer consiguió quebrar su situación respecto al mundo laboral y la relación con el hombre: un avance que no tendrá regresión. Todo ello han sido las herencias de aquellos movimientos que convulsionaron a Occidente y su sistema económico y político.

Bernat Muniesa
Publicado en Polémica, n. 93, mayo 2008

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