En la Europa de la posguerra que siguió a la Segunda Guerra Mundial se encuentra el origen de nuevos comportamientos sociales cuyos actores fueron los miembros de una juventud insatisfecha y descontenta con el mundo que les había tocado vivir. Este desasosiego o malestar, como se le quiera llamar, motivaría a miles de jóvenes a reunirse en grupos muy específicos, marginales, y a mantener unas actitudes sociales especiales, siempre acorde con la protesta y la crítica de la sociedad.
Este proceso se inició ya en los años cincuenta (siglo XX) y en ciertos
aspectos se ha prolongado hasta nuestros días. Varios fueron los factores que
se combinaron para dar lugar a la explosión de la juventud occidental, en
Europa y en Estados Unidos.
Entre la Segunda
Guerra Mundial y la Guerra Fría
El primero de los factores a destacar fue la barbarie que representó la
Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que dio lugar a la eclosión de movimientos
pacifistas a los que se habrían de adherir miles de jóvenes, que a lo largo de
los años cincuenta y más adelante manifestarían su repudio por la Guerra Fría y
su rechazó al terror nuclear.
A este factor cupo añadírsele la atracción que sobre la juventud europea
ejerció, también a mediados de los años cincuenta del siglo XX, la corriente
filosófica del existencialismo. Esta corriente,
cuyas figuras centrales fueron el filósofo Jean-Paul Sartre y
el escritor Albert Camus, analizaba el mundo
desde una perspectiva atea y lo entendía como un absurdo, al que Sastre acabó
dándole sentido con un contenido marxista y Camus con uno humanista. En
cualquier caso, sus postulados eran eminentemente antiburgueses y, en
consecuencia, anticapitalistas.
Otro factor importante derivaría de la reconstrucción europea de la
posguerra, posible mediante la ayuda estadounidense concebida en el Plan Marshall. Reconstrucción que, ante el temor al
comunismo, las élites políticas y las fuerzas económicas liberales dominantes
en la época dieron unos contenidos dirigidos hacia una distribución más
equitativa de la riqueza entre las diversas capas sociales. Se practicó una
reconstrucción desde una perspectiva socialdemócrata, reformista, y no desde
posiciones ideológicas netamente liberales. Surgió así el Estado del Bienestar en Europa occidental (excepto
en España, donde la dictadura del general Franco impidió que la población
pudiera beneficiarse de aquella ayuda).
Y surgieron también unas nuevas clases medias en gran medida dominadas
por un nuevo y creciente valor: el consumismo, sustitutivo del valor
tradicional que era el ahorro. Con el paso de los años, el consumismo sería
aborrecido por crecientes capas de la juventud europeo-occidental y
estadounidense, y su rechazó culminaría en los sangrientos episodios habidos en
Estados Unidos y Europa, donde culminaron con el estallido del Mayo de 1968 francés, como se verá más adelante.
Los jóvenes también rechazarían progresivamente la recién estrenada
moral hipócrita de la Nueva Sociedad del Consumo,
como ya la definía el pensador francés Guy Debord. Moral
fundada en el dinero y el despilfarro, en no saber distinguir lo necesario de
lo superfluo. Se abrió un proceso de mímesis social y las formas y modas de las
clases altas de la sociedad fueron burdamente imitadas por la mayoría de gentes
de la nueva clase media, nutrida en gran parte de las clases trabajadoras,
incluidos los obreros industriales, aquellos a quienes Lenin definiera un día como la aristocracia
obrera.
Ligado al rechazo de los nuevos valores de la Nueva Sociedad, el rechazo
de los jóvenes se orientaría hacia factores como la Familia y el Estado (junto
con la política), entendidos como símbolos de la autoridad, y también hacia el
Mercado, considerado símbolo del consumismo.
Esas nuevas realidades, y especialmente la crisis de la familia
tradicional, propiciarían el inicio de un movimiento social, el de la
liberación de la mujer, movimiento que devino en los movimientos feministas que
alcanzarían un gran auge desde finales de los años sesenta (siglo XX) en
Estados Unidos y Francia especialmente, coincidiendo con la coyuntura en que la
mujer comenzó a incorporarse al mercado laboral. Y junto a la valorización del
papel social de la mujer, el rechazo a los tabúes sexuales fue cobrando una
realidad cultural como forma de contra cultura frente al hipócrita puritanismo
de la Nueva Sociedad del Consumo.
La juventud
irrumpe en el escenario
Los movimientos juveniles importantes surgidos a principios de los años
sesenta (siglo XX) tuvieron sus propios precedentes en la década anterior, es
decir, en los años cincuenta del mismo siglo. Por ejemplo, cabe destacar el
nuevo clima generado en Estados Unidos por un nuevo género musical: el Rock’n Roll, con la emblemática figura de un joven
rebelde: Elvis Presley. En línea similar se moverían los Angry Young Man en el Reino Unido.
El rock’n roll adoptó,
musicalmente hablando, el trepidante ritmo del blues 4/4, apoyándose
especialmente en el cuarto tiempo. Fue, de hecho, el resultado de la fusión de
músicas negras, como el rhythm and blues,
de Fats Domino, y del hilbilly, de Hank Williams. Uno de los primeros impulsores del nuevo
género serían Bill Haley & The Comets y
el paradigma fue su canción Rack Around the Clock,
editada en 1954 en Estados Unidos.
Inmediatamente destacarían como líderes del nuevo género contracultural
y rebelde Jerry Lee Lewis, Little Richard y, sobre todo, Elvis Presley. El rock, con la
trepidancia de su ritmo y la radical acritud de sus letras causó primero
asombró y luego una creciente adición entre la juventud, todo ello ante la
perplejidad de la Nueva Sociedad bienpensante norteamericana.
En Europa, la rebeldía se inició en el Reino Unido, como virulenta
reacción juvenil contra la sociedad establecida y su carácter marcadamente
victoriano y puritano. E inicialmente la crisis estalló con la formación del
movimiento Jóvenes Airados, entre los cuales se contaban los
dramaturgos John Osborne y Joe Orton, así como el director cinematográfico Tony Richadson. El buque insignia del movimiento fue la
obra teatral Mirando hacia atrás con ira,
estrenada en 1956 y realizada por Osborne:
representaría durante varios años el símbolo de una generación que rechazaba el
legado paterno y buscaba una conciencia auténtica para un nuevo tipo de
existencia.
Aquel movimiento tuvo su prolongación en el inconformismo del Free Cinema, corriente cinematográfica realista cuyo
mentor intelectual era el crítico y director Lindsay Anderson,
junto a sus colegas Karel Reisz y
el citado Tony Richardson. El filme Saturday night and Sunday morning se convirtió
en emblemático del rechazo de la sociedad burguesa y reivindicativo de las
capas sociales trabajadoras excluidas del Nuevo Bienestar. La solidaridad con
lo colectivo se mezclaba así con la apología de la individualidad que debía
distinguir a los jóvenes y alejarlos de la mediocridad de sus progenitores.
Otros movimientos se movían especialmente en el plano de la
diferenciación estética. Estos jóvenes buscaban la afirmación de una identidad
y cultura propias, como el caso de los Teddy Boys británicos
o los Blousons Noirs franceses, sobre los cuales
volveremos, origen de lo que serían las llamadas tribus urbanas.
En conjunto, estos incipientes movimientos, con sus propias conductas,
constituían en cierto modo una novedad en la historia occidental. No se tiene
noticia, por ejemplo, de la juventud como problema en la Edad Media, ni se han
citado movimientos o rebeliones estrictamente juveniles en aquella dilatada
época. Las primeras organizaciones de jóvenes propiamente dichas surgen en
Europa hacia finales del siglo XVII: se trataba de entidades que agrupaban a
jóvenes universitarios, todos ellos hijos de las clases dominantes.
El punto de inflexión, como decíamos, ha sido el decenio de los años
cincuenta del siglo XX, y las organizaciones surgidas en esa coyuntura
respondía a unas situaciones absolutamente distintas creadas en la sociedad
occidental tras el citado conflicto bélico de 1939-1945, el más atroz y
sangriento de la historia. Nueva situación en la que el culto al dinero y el
culto al poder aparecían como valores dominantes.
Los primeros
movimientos juveniles
Concretamente, los primeros movimientos juveniles que aparecen en Europa
occidental se constituyeron como subculturas o «tribus urbanas» con una marcada
identidad propia, aunque todos ellos compartían una característica: el rechazo
del Sistema. Como decíamos, los teddy boys británicos y los blousons noirs franceses fueron los
precursores. Y con ellos los provos neerlandeses.
Todos ellos compartían la «defensa del grupo» y
trataban de potenciar el sentido de la marginación de los miembros individuales
respecto al entorno, es decir, el Sistema Social, lo rechazable y rechazado.
Una función importante la representa el look, o estética
adoptada: peinados, indumentaria, etc., eran —y son aún en los grupos más
marginales— los rasgos distintivos. Además, en el interior del grupo, se
profundizaba en la necesidad de «sentirse superior» al entorno exterior, y, por
otra parte, los grupos buscaban espacios propios donde existir y desarrollar
sus actividades: calles, barrios e incluso islas y espacios naturales (Carnaby Street,
en Londres, fue emblemática en los años sesenta). Los teddy boys fueron el primer movimiento organizado
de aquel tipo que apareció en Europa. Nació a finales de los años cincuenta
(siglo XX) en el East End de Londres, la capital británica. De hecho, los blousons noirs de París, casi simultáneos,
fueron un derivado mimético de los primeros. Ambos grupos se definían por ser
hijos de familias obreras sin acceso a las nuevas clases medias.
Para ello era fundamental el estilo, cuestión que cuidaban
extraordinariamente hasta llegar al extremo del dandysmo. Se definían
ideológicamente como proletarios e iconoclastas (derribadores de «ídolos») y la
música rock fue un instrumento de la manifestación de su
rebeldía con las instituciones fundamentales: Familia, Escuela y Estado. Eran
también contrarios a la inmigración y cabe, en este sentido, considerarles
precursores de los actuales violentos neonazis skinheads.
Los provos surgieron a
principios de los años sesenta en Países Bajos, concretamente en Ámsterdam.
Eran hijos de las clases medias y trabajadoras y su lema principal era la
provocación, que se manifestaba a través de los happenings,
acciones realizadas en espacios públicos, donde mostraban su capacidad creativa
como un juego. Querían «provocar» a la sociedad, aunque su ánimo no era
revolucionario: pretendían simplemente despertar al ciudadano medio de su
asepsia, su vulgaridad, su egoísmo y su ignorancia, y provocarle inquietudes y
reflexión a través de los citadoshappenings no
violentos. Ellos fueron precursores de los actuales okupas. Realizaron tomas de drogas y fumadas en las
calles, por ejemplo, como forma de provocación. También introdujeron elementos
de ecología urbana y reclamaban islas cerradas a los coches (fueron, pues, los
precursores de las actuales «zonas peatonales» difundidas ampliamente por todas
las grandes ciudades). Rechazaban los vehículos a motor y postulaban el uso de
la bicicleta, al tiempo que manifestaban su ideología libertaria, por lo cual
carecían de líderes.
La segunda ola europea de los movimientos juveniles de ese tipo se
produjo en Europa también justo al iniciarse la década de los años sesenta
(siglo XX), muy influenciados por los teddy boys. De
éstos derivaron en aquellos años los mods y
los rockers, grupos que llegaron a tener una notable
presencia en las calles británicas. Los rockers alardeaban
de sus poderosas motocicletas Harley-Davidson y
los mods de sus motocicletas Lambretta. Eran parte de sus signos distintivos. Los
enfrentamientos entre ambos grupos fueron continuos, como testimonia el
filme Quadrophenia, protagonizado por el cantante Sting. De
hecho, el antecedente más directo de los actuales neonazis skinheads fueron los mods que pululaban por la costa sur de
Inglaterra, con numerosos episodios de violencia racista y con una ideología
que acabó por exaltar la figura de Adolf Hitler. Su
estética se basaba en la cabeza rapada y la indumentaria de corte militar en la
que no faltaban las botas altas.
Más adelante, avanzados los años sesenta, tuvieron un enemigo natural en
el movimiento de los punkies, grupos
de jóvenes que gustaban de cultivar el arte povera («arte
pobre»), usaban ropas viejas adornadas con materiales diversos, y sus pelos
eran cortados en formas llamativas (crestas, por ejemplo). Como los provos, se sentían libertarios y, de hecho, se
extendieron por las principales ciudades europeas y aún se les puede encontrar
en algunas de ellas.
Aparecen los hippies
Mientras todos esos variados grupos surgían en Europa occidental para
formar el mundo de la contracultura, en
Estados Unidos nacería el más importante de los movimientos juveniles de los
años sesenta (siglo XX): los hippies.
Los hippies fueron los
herederos de la precedente generación beat que
surgió en Estados Unidos a principios de los años cincuenta, concretamente en
California, como resultado de la frustración de numerosos intelectuales y
jóvenes, asqueados de la guerra (1939-1945), del macarthysmo, de la política y del culto al dinero.
Fueron poetas como: Allen Ginsberg,
autor del poemario ¡Aullido!, donde
invitaba al grito contra el consumo y el autoritarismo; del escritor Jack Kerouac, autor de la novela On the Road, En el camino, en la
que postulaba que no hay otra forma de vivir que el carpe diem, esto es, «vivir al día, al momento», y el
ensayista William Borroughs, autor de El trabajo, donde rechazaba el trabajo impuesto pos la
sociedad por alienante y reclamaba, lo mismo que los anteriores, un regreso a
la Naturaleza. Otros fueron Gregory Corso, Michael McClure y Timoty
Leary, postulado este último del consumo de drogas como modo de
evasión. Ellos fueron los padres de la citada contracultura.
El término beat define
perfectamente el sentimiento de aquellos hombres: su traducción es «frustrado»,
«golpeado», pues así se sentían en aquella sociedad. Sus parámetros eran el
primitivismo antropológico y el anticonsumismo, y latía en su fondo un resorte
anarquizante. Sus seguidores fueron los beatniks,
inmediatos precursores de los posteriores movimientos hippies. Su «biblia» era En el camino, el libro de Kerouac y se agrupaban en colectivos en los que
reinaba un espíritu comunista, es decir, fraterno e igualitario. Entre sus
hábitos se contaba su pasión por la música y la poesía, el consumo habitual de
drogas y la práctica del amor libre. Se sentían, en cierto modo, herederos de
socialistas utópicos del siglo XIX, como el francés Charles Fourier o el antillano-francés Paul Lafargue.
Los hippies, como ya hemos
adelantado, fueron sus herederos en los años sesenta y aún en los inicios de
los setenta del siglo XX. De ellos se puede afirmar que más que una subcultura,
representaron la contracultura: se autoexcluyeron de
una sociedad que les repelía por su culto al dinero, por su ignorancia y falta
de sensibilidad, por su racismo, por su alienación sexual, por su masificación
y culto a lo urbano, por su despilfarro inútil y por su democrática sumisión al
poder, y buscaron vivir al margen, convencidos de que era inútil luchar para
cambiar una sociedad tan podrida que era incapaz de regenerarse. Buscaron
fundar una nueva sociedad basada en la espiritualidad y el hedonismo, en el
disfrute de la Naturaleza y en el amor. Del socialista utópico francés Fourier habían aprendido que no se puede ser libre
más que a través del naturalismo y el sexo. Del antillano francés Paul Lafargue, que fuera yerno de Karl Marx, el rechazo del trabajo embrutecedor, contra
el que proponían un trabajo creativo, autónomo combinado con el derecho a la
pereza, amando al mismo tiempo la meditación y la quietud propias de las
religiones orientales, el budismo y el hinduismo, que combinaban con el acceso
a las drogas, desde la marihuana al LSD. Su estética era típica, psicodélica y
exótica: cabellos largos, danzas vivaces y suaves, músicas bucólicas, ropas
amplias y de llamativos colores. Su pacifismo a ultranza les llevó a ser uno de
los grupos más activos contra la Guerra de Vietnam en los años sesenta y
avanzados los años setenta, aunque muchos grupos de ellos se disolverían en
1969.
El año 1968 sería el punto de inflexión fundamental de aquel conjunto de
movimientos juveniles, tan diversos en su forma de rechazar la Sociedad de
Consumo, pues desde hacía dos años, en otro ámbito del problema, en las
instituciones universitarias de Estados Unidos y de Europa occidental, la
inquietud estudiantil era creciente. Y acabaría generando una explosión de
disconformidades que originarían los movimientos estudiantiles. Mas, ¿qué
ocurría en aquella coyuntura histórica? Conviene aquí hacer un corte y
reflexionar.
En 1968 el mundo había modificado su fisonomía a causa de la incidencia
de varios factores. Existía ahora una amplia conexión entre las culturas,
originada por el proceso de mundialización económico heredado del colonialismo
del siglo XIX. Y el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, en
palabras del sociólogo Marshall McLuhan,
estaba convirtiendo el planeta en una aldea global, o sea no un mundo vasto y
desconocido, sino inmediato e intercomunicado.
En el contexto histórico en que estallaron los movimientos estudiantiles
de 1968, la Guerra de Vietnam, mantenida por el Gobierno de Estados Unidos
contra el pueblo de aquel país, estaba en primer plano. En Nigeria, África
negra, estaba la Guerra de Biafra: el neocolonialismo y las multinacionales del
petróleo, con el respaldo de los gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido,
intentaban romper la unidad de aquella nación recién accedida a la
independencia y amputarle su provincia petrolífera, Biafra. En Angola y
Mozambique surgían dos movimientos guerrilleros de liberación nacional contra
el aún resistente colonialismo de Portugal. En la República de Sudáfrica la
dictadura fascista y racista blanca del apartheid, que
contaba con el respaldo internacional político de Londres y Washington, estaba
promoviendo amplios rechazos en todo el mundo. En América Latina persistían en
numerosos países los movimientos guerrilleros guevaristas, herederos de las
actividades del asesinado líder argentino-cubano el doctor Ernesto Che Guevara, convertido en un mito de la
juventud contestataria. En China, Mao Tse-tung, el dirigente
comunista, había desatado una feroz campaña contra el burocratizado Partido
Comunista de China: la Revolución Cultural,
con amplios ecos en la juventud estudiantil europeo-occidental.
Los problemas no sólo afectaban a la sociedad occidental. En el bloque
comunista europeo también los había. En 1968, en la entonces Checoslovaquia,
bajo la influencia de la URSS y con un régimen sovietizado impuesto por Moscú,
las tensiones por modificarlo y crear un socialismo de rostro humano dieron
lugar a la Primavera de Praga, quebrada por la
ocupación militar soviética de aquella ciudad y del propio país checoslovaco,
en el verano de aquel año. Los estudiantes checos y eslovacos desempeñaron un
papel importante en aquella primavera frustrada.
En México, al otro lado del Atlántico, se desarrollaba también una lucha
política. Lo mismo que el movimiento estudiantil checoslovaco, el movimiento
estudiantil mexicano luchaba por la libertad de prensa y de convivencia de su
país, políticamente dominado por el Partido Revolucionario
Institucional (PRI). Si los
estudiantes checoslovacos luchaban contra el imperialismo de la URSS, los
estudiantes mexicanos lo hacían contra el imperialismo de Estados Unidos. Si la
Primavera de Praga fue ahogada por los tanques soviéticos en agosto de 1968, la
protesta estudiantil mexicana lo sería de modo sangriento en octubre de aquel
año, cuando el Gobierno de México se aprestaba a inaugurar los Juegos
Olímpicos. El 2 de octubre, cinco mil estudiantes se reunieron en la grandiosa
Plaza de las Tres Culturas o Plaza Tlatelolco. Allí, desde los edificios que
circundaban la plaza, centenares de tiradores paramilitares procedieron a un
fusilamiento generalizado. Nunca se ha sabido el número de estudiantes muertos,
probablemente el número se acercó al millar.
En Estados Unidos y en Europa occidental la crisis tendría otras
características. En el Viejo Continente, el hippismo había
cobrado un fuerte auge, y entre la juventud europeo-occidental se difundían sus
consignas sobre el amor libre, el rechazo de la explotación en el trabajo, el
anticonsumismo, la afición a las drogas. La capital inicial del hippismo europeo fue Ámsterdam.
Junto a esa expansión rebelde contracultural, en la República Federal
Alemana, desde 1967, venía creciendo otro tipo de contestación contra el
Sistema y la Sociedad de Consumo: un movimiento estudiantil representado por
la Liga de los Estudiantes, de orientación marxista que
rechaza frontalmente el sistema capitalista liberal, pero también el sistema
que representaba la URSS, definido como un capitalismo de Estado. Estaban
contra ambos sistemas. El líder estudiantil alemán, Rudi Dutschke, había escrito en 1966:
Para nosotros, los jóvenes, se trata de no seguir
aceptando un mundo que habla de paz pero tolera la guerra; un mundo que habla
de libertad pero que acepta la hipócrita democracia capitalista, un mundo que
habla de igualdad y socialismo, pero que tolera la perversión del socialismo
burocrático. Los jóvenes no queremos nada de todo eso.
Dutschke fue víctima en 1970 de un atentado perpetrado por un grupo
neofascista, y resultó gravemente herido por un disparo en la cabeza. El hecho
dio lugar a grandes disturbios estudiantiles en Alemania occidental, donde Dutschke falleció años después a causa de las
secuelas del atentado.
En Italia, al igual que en la Alemania occidental, las actividades de
estudiantes revolucionarios dio lugar en torno a 1968 a organizaciones de
tendencia izquierdista y autogestionaria, de raíz marxista, luxemburguista y
anarquista, que buscaban conectar con el Movimiento Obrero, organizaciones
como Lotta Continua, Lucha Continua, y Potere Operario, Poder Obrero.
Los casos de Estados Unidos y Francia, en relación con los movimientos
rebeldes estudiantiles, merecen, por su envergadura, una atención especial.
La juventud
estadounidense, contra la guerra y el racismo
En Estados Unidos confluían una serie de factores que perturbaban la
sociedad. En primer lugar la Guerra de Vietnam, sostenida por el Gobierno en
Indochina desde 1966, con el pretexto de impedir que las fuerzas
nacionalistas-comunistas de Ho Chi-minh se
hicieran con el dominio del país. Esa guerra, de imposible justificación, fue
creando un malestar generalizado a diversos niveles: entre los intelectuales,
entre los movimientos juveniles, especialmente entre los pacifistas hippies, entre los estudiantes y en ciertos
sectores de la clase media baja. El escritor Norman Mailer, al
final de la Marcha sobre el Pentágono, leyó en
Washington un manifiesto donde decía:
No hay sueño americano. El sueño americano se ha
transformado en una pesadilla organizada por los desvergonzados que tienen el
poder económico y político sostenidos por la complicidad de nuestra conformista
y mediocre sociedad.
La cantautora Joan Báez popularizó
una canción en la que cantaba:
Ninguna guerra es nuestra guerra, Vietnam es una
guerra: la vuestra como todas las guerras.
Y en las octavillas hippies podía
leerse:
La vida es el valor supremo. La vida es placer, arte,
música, juego y fraternidad. iViva Dionisos!
Otro factor fue la imparable lucha de la población negra por sus Derechos Civiles que pusieran fin a la
segregación racial. De esa lucha nacieron diversos movimientos de agitación y
lucha, los Black Panters, Panteras Negras, de tendencia violenta, y la Plataforma pro Derechos Civiles, fundada por el
pastor Martin Luther King, de tendencia pacífica, quien ya en
1967 había promovido la Marcha sobre Washington,
en la que participaron millón y medio de activistas antirracistas. Luego, Luther King, al igual que Malcom X, moriría asesinado.
El ambiente en las universidades estadounidenses era de extrema tensión
desde 1966. En la Universidad californiana de Berkeley, el
profesor Herbert Marcuse, exiliado de la Alemana hitleriana y
miembro de la Escuela de Frankfurt sería
expulsado de aquella institución universitaria por orden del Gobierno, acusado
de instigar a los jóvenes a la revolución. Tenía 72 años cuando fue destituido,
pero su pensamiento había impactado fuertemente en la conciencia del
estudiantado, un pensamiento que coincidía en muchos puntos con el de la rebelión
marginal del hippismo y sus precedentes
intelectuales, ya citados antes. Marcuse criticó
y denunció la triple tiranía: la economía, la política y la técnica. No se le
podía tachar de «comunista», pues era un crítico radical del sistema imperante
en la URSS (El marxismo soviético). Apuntó la tesis de que la
sociedad capitalista u occidental, dominada por el despilfarro, el culto al
dinero y la sumisión al poder iría lentamente configurando un fascismo
blanqueado, una democracia fascistizada, en la que el individuo sería el
opresor de sí mismo, dominado por el consumismo.
Las ideas de Marcuse, recogidas
en textos de gran difusión (y de una gran vigencia aún hoy), tales como Eros y civilización y El hombre unidimensional, prendieron en toda una
generación de estudiantes norteamericanos y se expandieron a Europa occidental,
donde prenderían con especial fuerza en Francia.
Los estudiantes norteamericanos (cuyos líderes más conocidos eran Mario Savia y Jerry Rubin) se
sumaron a los movimientos antisegregacionistas y, junto al movimiento hippie, combatieron en calles y campus de las
principales ciudades y universidades del país contra la Guerra de Vietnam. La
represión desencadenada contra ellos por el poder fue brutal: cierre de
universidades, encarcelamientos, suspensión de derechos civiles y, finalmente,
como siempre, el recurso a la violencia. Las fuerzas policiales del Estado de
California, donde el gobernador era el neoconservador Ronald Regan, luego presidente de la nación), el cual
había decretado el Estado de sitio,
para ocupar la Universidad de Berkeley hubieron de causar más de cuarenta
muertos entre los estudiantes que la ocupaban en aquella primavera de 1968. Sin
embargo, al final, el Gobierno de Estados Unidos, presidido por el
neoconservador Richard M. Nixon, en 1973, tuvo que
aceptar la derrota en Vietnam y evacuar vergonzosamente aquel país, dejando un
saldo de sesenta mil soldados muertos.
El Mayo francés
El Mayo francés fue la culminación de las rebeliones estudiantiles y
juveniles en 1968. Su origen se sitúa en marzo de aquel año, en la Universidad
de Nanterre, en las afueras de París, donde ya reinaba, como en numerosas
universidades europeas, un clima de rebeldía contra el Sistema. El detonante
fue que el rectorado universitario se negó a aceptar una petición estudiantil:
prolongar el horario nocturno de la Residencia de Estudiantes y suprimir en
ella la separación de sexos. Allí, el 22 de marzo, se publicó
el primer Manifiesto Estudiantil, en el cual
se decía, entre otras cosas:
El sistema educativo capitalista intenta adiestrarnos
a través de dos premisas que no podemos aceptar. La primera es que los
conocimientos que se imparten son fragmentados, con el fin de que carezcamos de
una visión global del mundo y la sociedad, y solamente tengamos una visión
parcial y arbitraria: es más fácil esclavizar a gentes mutiladas e ignorantes
que a gentes enteras y concienciadas, pues la rebelión nace del conocimiento
amplio y cabal. La segunda estratagema del sistema es inculcarnos que la
sociedad en que vivimos, la capitalista y consumista, es la sociedad natural, y
por tanto no se la puede cambiar ni combatir, pues es eterna: nosotros decimos
que también en la Edad Media se sostenía que la sociedad era inmodificable,
pues era, decían los poderes, divina.
El movimiento originado en Nanterre se extendió y llegó a París. El 2 de
mayo (1968) los estudiantes ocuparon la mítica Universidad de la Sorbona, en el
Quartier Latín, ocupación que duraría hasta cincuenta días. El 7 de mayo todos
los centros de enseñanza de Francia se incorporaron a la huelga estudiantil
universitaria. El 8 de mayo los estudiantes salieron de la Sorbona y ocuparon
el Barrio Latino, convirtiendo el mítico Odeón en el espacio de sus debates,
donde comparecería el filósofo Jean-Paul Sartre.
El día 10 de mayo, el Viernes negro: tuvo lugar la Batalla del Barrio Latino. Fuerzas policiales
intentaron asaltar las barricadas (containers, automóviles volcados, camiones)
instaladas por los estudiantes. Hubo centenares de heridos y la policía hubo de
retirarse. Un Manifiesto Estudiantil exigía:
Supresión de la pedagogía autoritaria y fragmentada;
supresión de las cárceles y los manicomios, centros de exterminio lento del
Sistema; disolución de la familia y amor libre; guerra contra la guerra, contra
cualquier guerra, y disolución de los ejércitos; fin del trabajo explotador y
alienante; cierre de las fábricas de armamento; igualdad de derechos para
todos, sin discriminación de sexo ni de raza…
El día 10 de mayo, el diario Le Monde publicó
una entrevista con el profesor Herbert Marcuse. En
ella, el filósofo afirmó:
Los poderes no entenderán, ni en Estados Unidos ni en
Europa, la naturaleza de las rebeliones de los jóvenes que están teniendo
lugar. No se trata de revueltas de pobres mandadas por los estómagos vacíos.
No. Los estudiantes no se están revolviendo contra una sociedad dominada por la
pobreza. Tampoco se proponen como alternativa nada que se parezca al modelo
soviético. Ellos se están manifestando contra una sociedad rica, muy rica,
tanto en Estados Unidos como en Europa, a pesar de los ghettos de pobreza que
existen. Se trata de rebeliones movidas por el cerebro, de jóvenes de ambos
sexos cuyo problema no es comer. Ellos han subido un peldaño en la escala de
las rebeliones: luchan contra la ostentación y el despilfarro, contra el
consumismo, contra el autoritarismo, contra la mediocridad, contra una
enseñanza caducada, contra la discriminación sexual y racial, contra toda forma
de poder, contra la mediocridad, el conformismo y la opulencia neocapitalistas,
contra el trabajo embrutecedor del capitalismo, contra las guerras, contra la
explotación del Tercer Mundo. Es una protesta generosa, un fenómeno enteramente
nuevo que, mucho me temo, ni los poderes establecidos ni las clases dominantes
podrán entender, aunque muchos de sus hijos son protagonistas de la rebelión.
Están incapacitados para ello.
Al día siguiente el presidente de la República, el general Charles de Gaulle, se dirigió por televisión a la
nación. Dijo, entre otras cosas:
«Los estudiantes no saben lo que quieren. ¿Qué
quieren? Son nihilistas. Son anarquistas».
El 14 de mayo grupos de estudiantes fueron a las fábricas para celebrar
asambleas con los trabajadores. Los obreros de la Renault, en París decidieron
declararse en huelga y ocupar la fábrica. La huelga general se extendió por
toda Francia y paralizó el país, con las fábricas ocupadas, como el Barrio
Latino.
El día 15 reinaba el desconcierto en las esferas del poder. No había
noticias de De Gaulle, el Parlamento estaba
paralizado y el Gobierno desaparecido. El Partido Comunista francés declara
que la rebelión estudiantil no sirve a los intereses de la clase obrera. El día
18 el general De Gaulle mantuvo una entrevista secreta con
el jefe del Ejército desplegado en Alemania, el general
Massu. Se trató de la posibilidad de una intervención militar para
acabar con la rebelión social. El día 23, el Gobierno se reúne para intentar
romper el frente obrero-estudiantil que abocaba Francia a una revolución
socialista. El primer ministro, Georges Pompidou, en
el Palacio de Grenelle, se reúne con los dirigentes sindicales comunistas y
cristianos: pactan un aumento general de salarios del 38% mensual; vacaciones
pagadas de treinta días para los trabajadores; extensión de la seguridad social
a toda la población laboral, y jubilación del cien por cien del salario. El día
30 seguía aún la ocupación de fábricas y centros educativos. Ese día el
Gobierno convoca una manifestación a su favor a la que acudieron centenares de
miles de personas en París: las clases alta y media le dan contenido. Los
dirigentes sindicales se movilizan para convencer a los trabajadores para que
desistan de su actitud.
Se mantiene la huelga en las empresas hasta que el 7 de junio se reanuda
el trabajo. La ocupación de universidades persiste hasta el 16 de junio. Ese
día es desalojado el Odeón. Fin de la rebelión.
Entre los líderes estudiantiles más destacados debemos citar al entonces
anarquista Daniel Cohn-Bendit, al
trotskysta Alain Krivine y a Guy Debord y su Movimiento Situacionista.
Las
consecuencias de una rebelión
¿Qué quedó de aquellas jornadas violentas de Berkeley y de la Sorbona,
de todos los rechazos de aquellos movimientos juveniles y estudiantiles?
Ciertamente hoy quedan lejos aquellas fechas de 1967-1968. El autoritarismo,
sin embargo, desapareció de las escuelas e instituciones docentes y los
programas educativos fueron reformados; el pacifismo cobró una nueva gran
dimensión que no ha cesado hasta nuestros días de hoy; el movimiento ecologista
inició una larga carrera de consolidación y hoy es una realidad indiscutible;
los tratamientos psiquiátricos fueron modificados, los manicomios abolidos, y
las reglas penitenciarias modificadas. Finalmente, la mujer consiguió quebrar
su situación respecto al mundo laboral y la relación con el hombre: un avance
que no tendrá regresión. Todo ello han sido las herencias de aquellos
movimientos que convulsionaron a Occidente y su sistema económico y político.
Bernat Muniesa
Publicado en Polémica, n. 93, mayo 2008
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