sábado, 30 de enero de 2016
jueves, 28 de enero de 2016
EL CAS SIRVENT: QUÈ O QUI HI HA AL DARRERE?
EL CAS
SIRVENT: QUÈ O QUI HI HA AL DARRERE?
Vagi per
endavant la meva total solidaritat amb la regidora de la CUP de Terrassa, Maria
Sirvent, en la assumpte que la porta de corcoll des de fa dies.
Un bon dia se
li va acudir preguntar i qüestionar el per què una ciutat com Terrassa, de
215.000 habitants (ciutadà amunt, ciutadana avall), ha de mantenir un cos
d’elit de la Policia Local, el GIE (grup d’intervenció especial), amb una clara
imatge repressiva i molt opaca.
Automàticament
quinze policies van presentar una denúncia contra la sra. Maria Sirvent per
“injúries i calumnies”.
La regidora
havia dit —entre d’altres coses— que el grup policial tenia “una clara funció de
repressió”. Jo, que sóc de lletres i que intento posar-les una mica ordenades,
una rere una altra per que la cosa tingui un cert sentit, no veig per enlloc ni
les injúries ni les calumnies.
La policia sap
que tot és opinable, ells inclosos? Les opinions com deia aquell: són com els
culs, i tots en tenim un de diferent. Per tant, com és que molesta una cosa com
aquesta quan més aviat els hauria de relliscar? L’esmentat grup policial té
aquesta finalitat? Sí. Per tant, on és el problema? Ah, que al cap o
responsable polític que els mana, no li ha agradat el comentari de la regidora
i la vol fer passar per l’adreçador? Això ja és diferent i la cosa ja entra en
la potineria, em temo.
Qui va tenir
la pensada de crear un cos d’elit com aquest? Quan costa de mantenir un cos com
aquest? Cobren per sobre de les seves possibilitats aquests especialistes?
Mentre no apareix cap conflicte gros, què fan exactament aquests escollits? Amb
un cos de policia com els Mossos dins la mateixa ciutat, no n’hi ha prou?
Insisteixo,
crec que la cosa se’n va cap el terreny del que és personal amb la regidora i
de posar les coses “a puesto” per part de l’autoritat competent, cosa que
considero molt opinable, i el que és pitjor, molt greu.
L’Alcalde, no
té res més a dir que fer de mitjancer? No és ell el que ha de posar els pebrots
a sobre la taula i encara més després d’un acte de conciliació que ha estat
rebutjat? Senyor Alcalde, deixi de mantenir-se al marge del cas i parlar de
“l’honorabilitat de tots els seus treballadors i de la llibertat d’expressió,
si aquesta s’exerceix des del respecte” i, agafi la vaca pels collons, com diuen
per lo Pallars.
Miquel Mallafré
martes, 26 de enero de 2016
UNA (CASI) ENTREVISTA AL COMITÉ INVISIBLE
Desde
2007, y a pesar de sus éxitos literarios, el comité invisible se ha guardado
siempre de aparecer públicamente o de responder a la menor entrevista. Sin
embargo, esta puesta en retirada, con el pretexto de que ellos no serían unos
“autores” sino una simple “instancia de enunciación estratégica para el
movimiento revolucionario”, les ha valido ser el blanco de una de las más
sorprendentes investigaciones policiacas de estas últimas décadas. Algunos lo
recordarán, Michèlle Alliot-Marie, Ministro del Interior, se ridiculizó
patrocinando una improbable operación antiterrorista contra una Comuna de
Corrèze. A pesar de numerosos años de investigación y la audición del director
de su casa de edición, la élite de la policía francesa no consiguió arrestar a
esos “escribas” y tuvo que soltar a uno de sus más elocuentes lectores, Julien
Coupat. Como numerosos colegas, lundimatin había enviado ya una solicitud de
entrevista a las ediciones La Fabrique, en vano. Es pues nuestra más grande
sorpresa que cuando consultábamos negligentemente la prensa alemana hayamos
descubierto en la edición de Die Ziet del jueves 23 de abril una entrevista del
comité invisible. Fue, parece, con ocasión de la aparición en alemán de An
Unsere Freunde (À nos amis) que la sección Cultura del periódico consiguió
transmitir sus preguntas. Desde la presentación, el periodista no oculta sus
intenciones: poner al desnudo las “relaciones dudosas con la democracia y la
violencia” del comité invisible. Die Zeit, institución germánica si las hay, confía
aquí al comité invisible sus temores respecto a la posibilidad de una conmoción
consecuente del estado del mundo.
¿Contra
quién debe dirigirse la insurrección que viene? ¿Cómo definir a su adversario
político en el contexto de la jungla posmoderna?
“Los señores se esmeran gratamente en hacer que el pobre se vuelva su enemigo. No quieren poner fin a la causa de las insurrecciones. ¿Cómo quieres que todo esto acabe bien?”
(Thomas Müntzer)
¿Por
qué están convencidos hasta este punto de que puede haber una alternativa al
capitalismo tardío? ¿No somos todos, incluyéndolos a ustedes, igualmente
beneficiarios del sistema? ¿Podemos combatir sus desventajas sin perder sus
ventajas?
“Siempre existe algo, en el cuerpo social, en las clases, en los grupos, en los individuos mismos, que escapa de cierta manera de las relaciones de poder; algo que no es la materia prima más o menos dócil o reacia, sino que es el movimiento centrífugo, la energía inversa, la escapada. ‘La’ plebe no existe, sin duda, pero existe ‘algo de’ plebe. Existe algo de plebe en las cuerpos, y en las almas, existe en los individuos, en el proletariado, existe en la burguesía, pero con una extensión, unas formas, unas energías y unas irreductibilidades diversas. Esta parte de la plebe es menos el exterior con relación a las relaciones de poder, que su límite, su reverso, su contragolpe; es lo que responde a todo avance del poder con un movimiento para desprenderse de él.”
(Michel Foucault)
¿Qué
es lo más importante, entre la revolución en el dominio político-económico y la
revolución del mundo interior, es decir, la creación de una “nueva
consciencia”?
“La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana o la transformación del hombre por él mismo sólo puede ser captada y comprendida racionalmente como praxis revolucionaria.”
(Karl Marx)
¿Sería
pertinente volver a las economías nacionales y regionales, y a las monedas
nacionales, a los espacios económicos regionales?
“La escala nacional que constituyó, durante mucho tiempo, la escala por excelencia de la acción política, tanto para el Estado como para los revolucionarios, se ha convertido en la escala de la impotencia. Impotencia que se torna contra sí misma en forma de una rabia nacionalista que en todas partes gana terreno. Ya no queda nada que hacer con el marco nacional, y no simplemente porque le va como anillo al dedo a todas las formas de reacción. No hay nada que esperar de él. Está muerto y enterrado. El Estado ya sólo es bueno para servir la bandeja de plata preparada por la Troika, esa Santa Trinidad formada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central y la Comisión Europea. Para nosotros, lo nacional no existe más. Ya sólo existe lo local y lo mundial.”
(Destroika)
Por
otra parte, ¿el retorno a formas de vida premodernas es una opción posible? O
dicho de otra manera, ¿es necesario liquidar la modernidad digitalizada y la
globalización?
“Creer en el progreso no quiere decir que haya tenido lugar ningún progreso. Eso, precisamente, no sería creer.”
(Franz Kafka)
¿Se
inscriben en la tradición del anarquismo francés? ¿Quiénes son sus modelos?
“Hasta ahora, los propios anarquistas han insistido en seguir siendo esencialmente unos sistemáticos extremos, su anarquía es en el fondo un concepto estrechamente atado (...) Por lo demás, la anarquía de ningún modo es tan fría y clara como los anarquistas la conciben; cuando la anarquía llegue a ser un sueño sombrío y profundo, en lugar de ser un mundo accesible para el concepto, entonces su ethos y sus hábitos llegarán a ser de ese mismo tipo.”
(Gustav Landauer)
¿Qué
piensan de esta reflexión de Dostoievski: “Ya sea religiosa o socialista, la
salvación de todos los seres humanos no valdrá jamás las lágrimas de un solo
niño”?
“Puesto que la historia, en cuanto cosa que puede ser construida, no es el bien, sino el horror, el pensamiento verdadero es primeramente negativo. El pensamiento de la emancipación no procede de una aspiración al ideal de una sociedad justa, sino de que se separa de una sociedad falsa.”
(Theodor Adorno)
¿Qué
diferencia marcan entre la violencia de derecha y la violencia de izquierda? O,
para decirlo con Walter Benjamin, ¿cómo diferencian la violencia pura de la
violencia instrumental?
Frankfurt, 18 de marzo de 2015, 6:30 hrs., avenida Zeil, n° 33, comisaría de policía.
¿Por
qué no marcan ninguna diferencia entre el poder legítimo democrático y la
violencia estatal ilegítima?
“Mientras la policía permanezca siempre siendo igual, no puede finalmente desconocerse que su espíritu provoque menos estragos cuando en la monarquía absoluta representa a la violencia del soberano, en la cual se conjugan los plenos poderes legislativos y ejecutivos, que en unas democracias donde su presencia, que no erige ninguna relación de este género, da testimonio de la forma más degenerada de violencia que se pueda concebir.”
(Walter Benjamin)
Herbert
Marcuse decía en sustancia: una revolución sólo se justifica cuando existe una
situación revolucionaria, y si la mayoría de la población sufre. ¿Tenía razón?
“Andreas Lubitz era un hombre normal. Todos los que lo conocieron lo dicen, no hay ninguna duda en el asunto: sólo se es normal en la única medida en que se es reconocido como tal por la mayoría. No era musulmán, ni anarquista, ni un drogadicto, ¡ni siquiera un alcohólico! Era tan normal que padecía, como casi todos en Europa occidental, una ‘depresión’. Después de todo, ¿qué más normal que deprimirse cuando se vive en un país deprimente?”
(Alessi dell’Umbria)
Según
la fórmula de Marx, ustedes definen la “felicidad” como una “lucha”. Es decir
que siempre les hace falta un adversario para ser felices. Un Otro hostil se
convierte en el sentido de su existencia. ¿Por qué?
“Hoy la gente es prudente y sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de burlarse. La gente continúa discutiendo, pero pronto se reconcilia; de lo contrario se estropearía el estómago. La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud. "Nosotros hemos inventado la felicidad" —dicen los últimos hombres— y guiñan el ojo.”
(Friedrich Nietzsche)
Si
ustedes definen la historia del mundo como “guerra” permanente, acaban
transformando una descripción empírica en una aserción ontológica. La esencia
de la historia es la guerra, y por tanto la guerra debe ser. ¿Por qué este
corto circuito?
“Si la tecnicidad o la economía normativa, que es la marca de nuestra época, oculta el conflicto originario, incluso cuando éste queda desmulitiplicado, llevado a los extremos, entonces abrir un campo, para manifestar ese conflicto denegado, no es un programa tan oscuro como parece. Ése es el programa de la verdad.”
(Reiner Schürmann)
¿Por
qué toman a priori la decisión normativa de vincular la intensidad existencial
a la experiencia de la violencia y la ebriedad? ¿La paz no es acaso también
intensidad?
“La clase obrera, en general bastante disciplinada, confiaba en sus dirigentes socialdemócratas y estaba satisfecha de que el ayuntamiento de Viena fuera ejemplarmente gestionado por ellos; pero ese día actuó sin sus dirigentes. Cuando los obreros prendieron fuego al Palacio de Justicia, el alcalde Seitz, con el brazo derecho en alto, quiso barrerles el camino subido en un coche de bomberos. Su gesto no tuvo ningún efecto: el Palacio de Justicia ardió. La policía recibió la orden de disparar y hubo noventa muertos. Cincuenta y tres años han transcurrido y aún siento en mis huesos la emoción de aquel día. Es lo más cercano a una revolución que he vivido jamás. Centenas de páginas no bastarían para describir todo lo que viví.”
(Elias Canetti sobre la jornada del 15 de julio de 1927)
¿Por
qué no diferencian entre las insurrecciones en los países democráticos y
aquellas en los países no democráticos?
“¿Qué es pues, se los ruego, un demócrata? Se trata de una palabra vaga, banal, sin acepción precisa, una palabra de caucho. ¿Qué opinión no conseguiría refugiarse bajo ese estandarte? Todo el mundo pretende ser demócrata.”
(Auguste Blanqui)
¿Por
qué lo que viene sería mejor que lo que es?
“Es perfectamente imaginable que el esplendor de la vida aguarde a lado de cada ser y siempre en su plenitud, pero cubierto con un velo, enterrado en las profundidades, invisible, lejano. Sin embargo está ahí, no hostil, no malicioso, no sordo, que se lo invoca con la palabra correcta, con su nombre correcto, y viene. Es la esencia de la magia, que no crea, sino invoca.”
(Franz Kafka)
¿Qué
deben esperar sus enemigos de ustedes? ¿Qué será de aquellos que no estén con
ustedes, ni con el poder?
“El cielo y la tierra son de una belleza majestuosa, pero no hablan acerca de esto; las cuatro temporadas se suceden según una ley evidente, pero no discuten acerca de esto.”
(Chuang Tzu)
Incluso
en la comunidad del futuro, la cuestión clave seguirá siendo la de saber quién
decide. Ustedes han decidido prohibir toda forma de representación. ¿A quién
representan ustedes mismos?
“Nuestro mandato de representantes del partido proletario, lo sostenemos por nosotros mismos, pero es refrendado por el odio exclusivo y general que nos han consagrado todas las fracciones del viejo mundo y todos los partidos.”
(Karl Marx)
¿Cuándo
se termina el estado de excepción de la historia?
“El Mesías vendrá cuando ya no será necesario, vendrá sólo después de su venida, no vendrá el último día, sino el ultimísimo.”
(Franz Kafka)
viernes, 22 de enero de 2016
EL COMITÉ INVISIBLE: «MERRY CRISIS AND HAPPY NEW FEAR»
No hay un esperanto
de la revuelta.
No son los rebeldes los que deben aprender a hablar el
anarquista,
sino que son los anarquistas los que deben volverse políglotas.
Merry crisis and happy new fear
Por otro lado,
el discurso de la crisis interviene como método político de gestión de poblaciones.
La reestructuración permanente de todo, tanto de los organigramas como de la
asistencia social, tanto de las empresas como de los barrios, es la única
manera de organizar, a través de un desquiciamiento constante de las
condiciones de existencia, la inexistencia del partido adverso. La retórica del
cambio sirve para desmantelar toda costumbre, para destrozar todos los
vínculos, para desconcertar toda certeza, para disuadir toda solidaridad, para
mantener una inseguridad existencial crónica. Corresponde a una estrategia que
se formula en estos términos: “Prevenir mediante la crisis permanente toda
crisis efectiva.” Esto es similar, a escala de lo cotidiano, a la práctica
contrainsurreccional bien conocida del “desestabilizar para estabilizar”, que
consiste, en lo que respecta a las autoridades, en suscitar voluntariamente el
caos a fin de hacer del orden algo más deseable que la revolución. Del
micromanagement a la gestión de países enteros, mantener a la población en una
suerte de estado de shock permanente asegura la estupefacción, la negligencia a
partir de la cual se hace de cada uno y 25de todos casi cualquier cosa que se
desee. La depresión de masas que abate actualmente a los griegos es el producto
deseado por la política de la Troika, y no su efecto colateral.
[...]
Es por no haber
comprendido que la “crisis” no era un hecho económico, sino una técnica
política de gobierno, que algunos han caído en el ridículo cuando proclaman
precipitadamente la “muerte del neoliberalismo” con la explosión de la estafa
de las subprimes.
[...]
A finales de
2012, el oficialísimo Center for Disease Control estadounidense difundía, para
variar, una historieta gráfica. Su título: Preparedness 101: Zombie
apocalypse. La idea aquí era simple: la población debe estar lista para
toda eventualidad, una catástrofe nuclear o natural, una avería generalizada
del sistema o una insurrección. El documento concluía así: “Si usted está
preparado para un apocalipsis zombi, está preparado para cualquier situación de
emergencia.” La figura del zombi proviene de la cultura vudú haitiana. En el
cine estadounidense, las masas de zombis sublevados sirven crónicamente como
alegoría de la amenaza de una insurrección generalizada del proletariado negro.
Es pues sin duda para eso para lo que hay que estar preparado. Ahora que ya no
existe una amenaza soviética que esgrimir para asegurar la cohesión psicótica
de los ciudadanos, todo es bueno para hacer que la población esté preparada
para defenderse, es decir, para defender el sistema. Mantener un espanto sin
fin para prevenir un fin espantoso.
Toda la falsa
consciencia occidental se encuentra resumida en ese comic oficial. Es
evidente que los verdaderos muertos vivientes son los pequeñoburgueses de los suburbs
estadounidenses. Es evidente que la mera preocupación por sobrevivir, la
angustia económica por carecer de todo o el sentimiento de una forma de vida
propiamente insoportable no es lo que vendrá después de la catástrofe, sino
aquello que anima ya el desesperado struggle for life de cada individuo
bajo un régimen neoliberal. La vida menoscaba no es aquello que nos amenaza,
sino aquello que ya está ahí, cotidianamente. Todos lo ven, todos lo saben,
todos lo sienten. Los Walking Dead son los salary men. Si esta
época enloquece por unas escenificaciones apocalípticas, que ocupan buena parte
de la producción cinematográfica, esto no es solamente por el goce estético que
este género de distracción autoriza. [...] Un viejo gusto calvinista por la
mortificación se entremezcla con esto: la vida es un aplazamiento, nunca una
plenitud. No se ha hablado en vano de “nihilismo europeo”. Se trata, además, de
un artículo que ha sido tan bien exportado que el mundo ya se encuentra
saturado de él. De hecho, más que “globalización neoliberal”, hemos primeramente
tenido la mundialización del nihilismo.
[...]
Esta catástrofe es en primer lugar
existencial, afectiva, metafísica. Reside en la increíble extrañeza ante el
mundo por parte del hombre occidental, la misma que exige, por ejemplo, que el
hombre se vuelva amo y poseedor de la naturaleza: no se busca dominar sino
aquello que se teme. No es por casualidad que éste haya puesto tantas barreras
entre él y el mundo. Al sustraerse de lo existente, el hombre occidental lo ha
convertido en esta extensión desolada, esta nada sombría, hostil, mecánica y
absurda que debe trastornar sin cesar por medio de su trabajo, por medio de un
activismo canceroso, por medio de una histérica agitación de superficie.
Arrojado sin tregua de la euforia al estupor y del estupor a la euforia,
intenta remediar su ausencia en el mundo con toda una acumulación de
especializaciones, de prótesis, de relaciones, con todo un montón de chatarra
tecnológica al fin y al cabo decepcionante. [...] La vida está efectivamente,
afectivamente, ausente para él, pues la vida le repugna; en el fondo, le da
nauseas. Es de todo aquello que lo real contiene de inestable, de irreductible,
de palpable, de corporal, de pesado, de calor y de fatiga, de lo que ha
conseguido protegerse arrojándolo al plano ideal, visual, distante,
digitalizado, sin fricción ni lágrimas, sin muerte ni olor, del Internet.
La mentira de
toda la apocalíptica occidental consiste en arrojar al mundo el duelo que
nosotros no podemos rendirle. No es el mundo el que está perdido, somos
nosotros los que hemos perdido el mundo y lo perdemos incesantemente; no es él
el que pronto se acabará, somos nosotros los que estamos acabados, amputados,
atrincherados, somos nosotros los que rechazamos de manera alucinatoria el
contacto vital con lo real. La crisis no es económica, ecológica o política, la
crisis es primeramente de la presencia. Tanto es así que el must de la
mercancía —típicamente el iPhone y la Hummer— consiste en un sofisticado
equipamiento de la ausencia.
[...]
Lo mismo
ocurrió con las comunidades minoritarias formadas espontáneamente en Nueva
Orleans en los días que siguieron al Katrina como respuesta al desprecio de los
poderes públicos y a la paranoia de las agencias de seguridad, y que se
organizaron cotidianamente para alimentarse, sanarse, vestirse, e incluso para
saquear algunas tiendas. Así pues, repensar una idea de la revolución capaz de
abrir una brecha en el curso del desastre, consiste, para empezar, en purgarla
de todo aquello que ha contenido, hasta ahora, de apocalíptica.
[...]
No alcanzaremos
ni el millenium ni el apocalipsis. Jamás habrá paz sobre esta tierra. Abandonar
la idea de paz es la única paz verdadera. Frente a la catástrofe occidental, la
izquierda adopta generalmente la posición del lamento, de la denuncia y, por lo
tanto, de la impotencia, que la hace odiosa a los propios ojos de aquellos a
los que pretende defender. El estado de excepción en el que vivimos no es
algo a denunciar, es algo a volver contra el poder mismo. Henos aquí aliviados,
a nuestra vez, de todo miramiento por la ley... en proporción a la impunidad que
nos arrogamos y a la relación de fuerza que creamos. Tenemos el campo
absolutamente libre para cualquier decisión o treta, por poco que respondan a
una fina inteligencia de la situación. Para nosotros ya sólo hay un campo de
batalla histórico y las fuerzas que se mueven en él. Nuestro margen de acción es
infinito. La vida histórica nos tiende los brazos.
jueves, 21 de enero de 2016
EL COMITÉ INVISIBLE: «NOS QUIEREN OBLIGAR A GOBERNAR, NO VAMOS A CAER EN ESA PROVOCACIÓN»
No hay un esperanto de la revuelta.
No son los rebeldes los que deben aprender a hablar el anarquista,
sino que son los anarquistas los que deben volverse políglotas.
Nos quieren obligar a gobernar,
no vamos a caer en esa provocación
Lo que se
subleva no tiene a nadie que colocar en el trono como reemplazo, aparte, tal
vez, de un signo de interrogación. No son ni los excluidos, ni la clase obrera,
ni la pequeña burguesía, ni las multitudes quienes se sublevan. Nada que tenga
bastante homogeneidad como para admitir a un representante. No hay ningún nuevo
sujeto revolucionario cuya emergencia habría escapado, hasta entonces, a los
observadores. Si se dice entonces que “el pueblo” está en la calle, no es un
pueblo que habría previamente existido, al contrario, es el que previamente
faltaba. No es “el pueblo” quien produce el levantamiento, es el levantamiento
quien produce su pueblo, al suscitar la experiencia y la inteligencia comunes,
el tejido humano y el lenguaje de la vida real que habían desaparecido. Las
revoluciones del pasado prometían una vida nueva, las insurrecciones
contemporáneas liberan sus llaves. [...] En esto reside el acontecimiento: no
en el fenómeno mediático que se ha forjado para vampirizar la revuelta por
medio de su celebración externa, sino en los encuentros que se han producido
efectivamente en ella. Esto es lo que resulta bastante menos espectacular que
“el movimiento” o “la revolución”, pero más decisivo. Nadie sabría decir lo que
puede un encuentro. Es así como las insurrecciones se prolongan,
molecularmente, imperceptiblemente, en la vida de los barrios, de los
colectivos, de las okupas, de los “centros sociales”, de los seres singulares,
en Brasil al igual que en España, en Chile al igual que en Grecia. No porque
pongan en marcha un programa político, sino porque ponen en movimiento unos
devenires-revolucionarios. Porque lo que fue vivido en ellas brilla con un
resplandor tal que quienes hicieron su experiencia tienen que serle fieles, sin
separarse, construyendo eso mismo que, a partir de ahí, le hace falta a su vida
de antes. [...] Lo que se construye aquí no es ni la “nueva sociedad” en su
estadio embrionario ni la organización que derrocará finalmente el poder para
constituir uno nuevo, es la potencia colectiva que, mediante su consistencia y
su inteligencia, condena el poder a la impotencia, desbaratando una por una
todas sus maniobras.
[...]
Pero en las insurrecciones contemporáneas se
da algo que los desconcierta de una manera particular: ellas no parten ya de
ideologías políticas, sino de verdades éticas. [...] Para el moderno está el
Mundo de un lado, él del otro, y el lenguaje para cruzar de uno a otro lado del
precipicio. Una verdad, se nos ha enseñado, es un puente sólido que se
encuentra encima del abismo, un enunciado que describe adecuadamente el Mundo.
Nosotros hemos olvidado oportunamente el lento aprendizaje en el que
adquirimos, con el lenguaje, toda una relación con el mundo. El lenguaje, lejos
de servir para describir el mundo, nos ayuda más bien a construir uno. Las
verdades éticas no son así verdades sobre el Mundo, sino las verdades a partir
de las cuales nos mantenemos en él. Son verdades, afirmaciones, enunciadas o
silenciosas, que se experimentan pero no se demuestran. La mirada taciturna
clavada en los ojos del pequeño dirigente, con sus puños apretados, y que lo
examina por un largo minuto, es una de ellas, y lo mismo sucede con el
estruendoso “uno siempre tiene derecho a rebelarse”. Son verdades que nos
vinculan, con nosotros mismos, con lo que nos rodea y los unos a los otros. Nos
introducen a una vida común en principio, a una existencia inseparada, que no
tiene consideraciones por las paredes ilusorias de nuestro Yo. Si los
terrestres están listos para arriesgar su vida para que una plaza no sea
transformada en estacionamiento como la de Gamonal en España, que un parque no
se convierta en un centro comercial como el de Gezi en Turquía, que unos
bosques no se conviertan en un aeropuerto como los de Notre-Dame-des-Landes en
Francia, es sin duda porque aquello que nosotros amamos, aquello a lo que estamos
unidos —seres, lugares o ideas— forma de igual modo parte de nosotros, porque
no nos reducimos a un Yo que alberga el tiempo de una vida en un cuerpo físico
limitado por su piel, todo él adornado por el conjunto de las propiedades que
cree detentar. Cuando el mundo es golpeado, somos nosotros mismos quienes somos
atacados.
[...]
El contenido
verdadero de Occupy Wall Street no era la reivindicación, pegada a posteriori
al movimiento como un post-it a un hipopótamo, de mejores salarios, de
viviendas decentes o de una seguridad social más generosa, sino el hastío por
la vida que se nos hace vivir. El hastío por una vida en la que todos estamos
solos, solos frente a la necesidad, para cada uno, de ganar su vida, de
encontrarse un techo, de alimentarse, de desarrollarse o de cuidarse. Hastío
por la miserable forma de vida del individuo metropolitano: desconfianza
escrupulosa / escepticismo refinado, smart / amores superficiales,
efímeros / sexualización que queda perturbada, en consecuencia, por todo encuentro
/ y después, regreso periódico a una separación confortable y desesperada /
distracción permanente, por lo tanto ignorancia de sí mismo, por lo tanto miedo
de sí mismo, por lo tanto miedo del otro. La vida común que se trazaba en
Zuccotti Park, en tiendas de campaña, en el frío, bajo la lluvia, rodeados por
la policía en el parque más siniestro de Manhattan, ciertamente no era la vita
nova completamente desplegada, sólo el punto a partir del cual la tristeza de
la existencia metropolitana comienza a devenir flagrante. Captábamos al fin
juntos nuestra común condición, nuestra igual reducción al rango de empresario
de sí mismo. Esta conmoción existencial conformó el corazón pulsante de Occupy
Wall Street, cuando Occupy Wall Street era fresco y vivaz. Lo que está en juego
en las insurrecciones contemporáneas es la cuestión de saber qué es una forma
deseable de la vida, y no la naturaleza de las instituciones que la sobrevuelan
con una mirada omnisciente. Pero reconocerlo implicaría inmediatamente reconocer
la nulidad ética de Occidente.
[...]
La insurrección
no respeta ninguno de los formalismos, ninguno de los procedimientos
democráticos. Impone, como cualquier manifestación de magnitud, su propio uso
del espacio público. Es, como cualquier huelga determinada, política del hecho
consumado. Es el reino de la iniciativa, de la complicidad práctica, del gesto;
la decisión se da en la calle que la arrastra, recordando a quien lo hubiera
olvidado que “popular” viene del latín populor, “asolar, devastar”. Es
la plenitud de la expresión —en los cantos, en los muros, en las tomas de
palabra, en los combates—, y la nada de la deliberación. El milagro de la
insurrección reside tal vez en esto: al mismo tiempo que disuelve la democracia
como problema, figura inmediatamente un más allá de ella.
Por supuesto,
no faltan ideólogos, como Antonio Negri y Michael Hardt, para concluir de los
levantamientos de los últimos años que “la constitución de una sociedad
democrática está a la orden del día” y proponerse “hacernos capaces de
democracia” enseñándonos “los saberes-hacer, los talentos y los conocimientos
necesarios para gobernarnos a nosotros mismos”. Para ellos, como lo resume sin
demasiada agudeza un negrista español: “De Tahrir a la Puerta del Sol, de la
plaza Sintagma a la plaza Cataluña, un grito se repite de plaza en plaza:
‘Democracia’. Tal es el nombre del espectro que recorre hoy el mundo.” Y en
efecto, todo iría bien si la retórica democrática no fuera más que una voz que
emana de los cielos y que se inserta desde el exterior sobre cada
levantamiento, ya sea por los gobiernos o bien por quienes intentan sucederlos.
La escucharíamos con indulgencia, como a la homilía del sacerdote, atacados de
la risa. Pero está claro que esa retórica tiene un alcance efectivo sobre las
mentes, sobre los corazones, sobre las luchas, como lo testimonia ese
movimiento llamado “de los indignados” del que tanto se habló.
[...]
El “movimiento
de las plazas” fue, por un lado, la proyección, o más bien el crash
sobre lo real, del fantasma cibernético de ciudadanía universal, y, por el
otro, un momento excepcional de encuentros, de acciones, de fiestas y de tomas
de posesión de la vida común. Esto es lo que no podía ver la eterna
microburocracia que busca hacer pasar sus caprichos ideológicos por “posiciones
de la asamblea” y que pretende controlar todo en nombre del hecho de que cada
acción, cada gesto, cada declaración tendría que ser “validada por la asamblea”
para tener derecho a existir. Para todos los demás, ese movimiento liquidó de
manera definitiva el mito de la asamblea general, es decir, el mito de su centralidad.
La primera noche, el 16 de mayo de 2011, había en la Plaça Catalunya de
Barcelona 100 personas, al día siguiente 1000, 10 000 en dos días y los dos
primeros fines de semana había 30 000 personas. Todos pudieron entonces
constatar que, cuando se es tan numeroso, no existe ya ninguna diferencia entre
democracia directa y democracia representativa. La asamblea es el lugar donde
se está obligado a escuchar sandeces sin poder replicar, exactamente como ante
la televisión; además de ser el lugar de una teatralidad extenuante y tanto más
mentirosa cuanto que imita la sinceridad, la aflicción o el entusiasmo. La
extrema burocratización de las comisiones tuvo su causa en los más constantes,
e hicieron falta dos semanas a la comisión “de contenido” para parir un
documento insoportable y desastroso de dos páginas que, ésta pensaba, resumía
“aquello en lo que nosotros creemos”. En este punto, ante lo ridículo de la
situación, unos anarquistas sometieron a votación el hecho de que la asamblea
se volviera un simple espacio de discusión y un lugar de información, y no un
órgano de toma de decisión. La cosa era cómica: poner a votación el hecho de no
seguir votando. Cosa todavía más cómica: el escrutinio fue saboteado por una
treintena de trotskistas. Y como ese género de micropolíticos destilaba
aburrimiento tanto como sed de poder, todos terminaron por desviarse de esas
fastidiosas asambleas. Sin sorpresas, muchos de los participantes de Occupy
hicieron la misma experiencia, y sacaron de ello la misma conclusión. Tanto en
Oakland como en Chapel Hill, se llegó a considerar que la asamblea no tenía
ningún título para validar lo que tal o cual grupo podía o quería hacer, que
era un lugar de intercambio y no de decisión. Cuando una idea emitida en
asamblea salía adelante, era simplemente porque suficiente gente la encontraba
buena como para darse los medios para ponerla en marcha, y no en virtud de
algún principio de mayoría. Las decisiones salían adelante, o no; jamás eran
tomadas.
[...]
Que con el
“movimiento de las plazas”, el fetichismo de la asamblea general se haya ido a
la ruina no desdice en nada la práctica de la asamblea. Sólo hace falta saber
que de una asamblea no puede salir algo distinto a lo que ya se encuentra en
ella. Si reunimos a miles de desconocidos que no comparten nada fuera del hecho
de estar ahí, sobre la misma plaza, no hace falta esperar que lo que salga de
ahí sea algo más de lo que su separación autoriza. No hace falta imaginar, por
ejemplo, que una asamblea consiga producir por sí misma la confianza recíproca
que conduce a tomar juntos el riesgo de actuar ilegalmente.
[...]
La única cosa
que cualquier asamblea puede producir, si lo intenta, es un lenguaje común. Pero
donde la única experiencia común es la separación, no se escuchará otra cosa
que el lenguaje informe de la vida separada. La indignación es entonces
efectivamente el máximum de la intensidad política que el individuo atomizado
es capaz de alcanzar, el cual confunde el mundo con su pantalla así como
confunde sus sentimientos con sus pensamientos. La asamblea plenaria de todos
esos átomos, a pesar de su conmovedora comunión, no hará otra cosa que exponer
la parálisis inducida por una falsa comprensión de lo político, y en primer
lugar la inaptitud para alterar en nada el curso del mundo. Esto produce la
impresión de una infinidad de rostros pegados contra una pared de vidrio y que
observan boquiabiertos cómo el universo mecánico continúa funcionando sin ellos.
El sentimiento de impotencia colectiva, tras la alegría de haberse encontrado y
contado, dispersó a los propietarios de las tiendas de campaña Quechua
con tanta seguridad como las macanas y los gases. No obstante, en esas
ocupaciones había ciertamente algo que iba más allá de ese sentimiento, y era
precisamente todo aquello que no cabía en el momento teatral de la asamblea,
todo aquello que concierne a la milagrosa aptitud de los vivos para habitar,
para habitar lo inhabitable mismo: el corazón de las metrópolis. En las squares
ocupadas, todo lo que la política ha relegado desde la Grecia clásica a la
esfera en el fondo despreciada de la “economía”, de la gestión doméstica, de la
“supervivencia”, de la “reproducción”, del “día a día” y del “trabajo”, se afirmó
por el contrario como dimensión de una potencia política colectiva, se escapó
de la subordinación de lo privado. La capacidad de autoorganización cotidiana
que en ellos se desplegaba y que conseguía, en algunos lugares, alimentar a
3000 personas en cada comida, construir una aldea en algunos días o atender a
los amotinados heridos, firma tal vez la verdadera victoria política del
“movimiento de las plazas”.
[...]
Uno de esos
vicios reside en que muy a menudo seguimos pensando la revolución como una dialéctica
entre lo constituyente y lo constituido. Creemos todavía en la fábula que desea
que todo poder constituido se arraigue en un poder constituyente, que el Estado
emane de la nación, como el monarca absoluto de Dios, que exista
permanentemente bajo la constitución en vigor una constitución distinta, un
orden a la vez subyacente y trascendente, la mayoría instantes como el rayo.
Queremos creer que basta con que “el pueblo” se reúna, si es posible ante el
parlamento, con que grite “¡Ustedes no nos representan!”, para que por su
simple epifanía el poder constituyente expulse mágicamente los poderes
constituidos. Esta ficción del poder constituyente sólo sirve, de hecho, para
ocultar o enmascarar el origen propiamente político, fortuito, el golpe de fuerza
mediante el cual todo poder se instituye. Los que tomaron el poder
retroproyectan sobre la totalidad social que ahora controlan la fuente de su
autoridad, y la harán así callar legítimamente en su propio nombre. Es así como
se realiza regularmente la proeza de disparar sobre el pueblo en nombre del
pueblo. El poder constituyente es el traje de luces que viste el origen siempre
sórdido del poder, el velo que hipnotiza y hace creer a todos que el poder
constituido es mucho más de lo que es.
Los que se proponen,
como Antonio Negri, “gobernar la revolución”, sólo ven por todas partes, desde
los motines de banlieue hasta los levantamientos del mundo árabe, “luchas
constituyentes”. Un negrista madrileño, defensor de un hipotético “proceso
constituyente” surgido del movimiento de las plazas, se atreve incluso a
convocar a crear “el partido de la democracia”, “el partido del 99%” con vistas
a “articular una nueva constitución democrática tan "cualquiera", tan a-representativa, tan post-ideológica como lo fue el 15M”. Este género de
extravíos nos incita más bien a repensar la idea de revolución como pura
destitución.
[...]
Para destituir
el poder no basta, por tanto, con vencerlo en la calle, con desmantelar sus
aparatos, con incendiar sus símbolos. Destituir el poder es privarlo de su
fundamento. Esto es precisamente lo que hacen las insurrecciones. En ellas, lo
constituido aparece tal cual, con sus mil maniobras torpes o eficaces, groseras
o sofisticadas. “El rey está desnudo”, se dice entonces, porque el velo de lo
constituyente está hecho pedazos y es posible ver a través suyo. Destituir el
poder es privarlo de legitimidad, conducirlo a asumir su arbitrariedad, a
revelar su dimensión contingente. Es mostrar que sólo se mantiene en situación
por cuanto despliega de estratagemas, trucos, artimañas; es hacer de él una
configuración pasajera de las cosas que, como tantas otras, debe luchar y
valerse de astucias para sobrevivir. Es forzar al gobierno a reducirse al nivel
de los insurrectos, que no pueden seguir siendo unos “monstruos”, unos
“criminales” o unos “terroristas”, sino simplemente unos enemigos. Conducir a
la policía a ser ya simplemente una pandilla, a la justicia una asociación de
malhechores. En la insurrección, el poder en turno no es ya sino una fuerza
entre otras sobre un plano de lucha común, y no ya esa metafuerza que dirige,
ordena o condena todas las potencias. Todo cabrón tiene un domicilio. Destituir
el poder es restablecerlo sobre tierra.
[...]
La legitimidad
“del pueblo”, de “los oprimidos” o “del 99%” es el caballo de Troya con el que
se conduce algo de constituyente al interior de la destitución insurreccional.
Es el método más seguro para desmantelar una insurrección; el mismo que ni
siquiera necesita vencerla en la calle. Para volver irreversible la
destitución, nos hace falta, por tanto, comenzar por renunciar a nuestra propia
legitimidad.
[…]
El poder
necesita haberse desprendido suficientemente del mundo, le es necesario haber
creado un vacío suficiente en torno al individuo, o bien en él, haber creado
entre los seres un espacio bastante desierto, para que uno pueda, a partir de
ahí, preguntarse cómo va a ser posible agenciar todos esos elementos dispares
que ya nada une, cómo uno va a reunir lo separado en cuanto separado. El poder crea
el vacío. El vacío requiere el poder.
Salir del
paradigma del gobierno equivale a partir políticamente de la hipótesis inversa.
No hay vacío, todo está habitado, cada uno de entre nosotros es el lugar de
paso y de anudamiento de cúmulos de afectos, de líneas, de historias, de
significaciones, de flujos materiales que nos exceden. El mundo no nos cerca,
nos atraviesa. Lo que habitamos nos habita. Lo que nos rodea nos constituye. No
nos pertenecemos. Estamos “siempre-ya” diseminados en todo aquello a lo que nos
vinculamos. La cuestión no es formar el vacío a partir del cual conseguiremos
al fin volver a captar todo lo que se nos escapa, sino aprender a habitar mejor
lo que está ahí; lo cual a su vez implica llegar a percibirlo, y esto no tiene
nada de evidente para los hijos bizcos de la democracia. Percibir un mundo
poblado no de cosas, sino de fuerzas, no de sujetos, sino de potencias, no de
cuerpos, sino de vínculos. Es por su plenitud que las formas de vida consuman
la destitución. Aquí, la sustracción es afirmación y la afirmación forma parte
del ataque.
miércoles, 20 de enero de 2016
EL COMITÉ INVISIBLE: «FUCK OFF GOOGLE»
No hay un esperanto de la revuelta. No son los rebeldes los que deben aprender a hablar el anarquista, sino que son los anarquistas los que deben volverse políglotas.
Fuck off
Google!
Lo que se oculta,
con Google, bajo las apariencias de una inocente interfaz y de un motor de
búsqueda con una rara eficacia, es un proyecto explícitamente político. Una
empresa que cartografía el planeta Tierra, enviando equipos a cada una de las
calles de cada una de sus ciudades, no puede tener intenciones meramente
comerciales. Nunca se cartografía sino aquello que uno medita adueñarse. “Don’t
be evil!”: déjate llevar.
Resulta un poco
inquietante constatar que, bajo las tiendas de campaña que recubrían el
Zuccotti Park así como en las oficinas de los consultores de formación de
empresas —es decir, un poco más arriba en el cielo de Nueva York—, se piensa la
respuesta al desastre en los mismos términos: conexión, red, autoorganización.
Es la señal de que al mismo tiempo que se ponían en práctica las nuevas
tecnologías de comunicación que tejen ahora, no sólo su tela sobre la Tierra,
sino la textura misma del mundo en el que vivimos, una cierta manera de pensar
y de gobernar estaba ganando. Ahora bien, las bases de esta nueva ciencia de
gobierno fueron colocadas por aquellos mismos, ingenieros y científicos, que
inventaban los medios técnicos para su aplicación.
[...]
Oficialmente,
estamos todavía gobernados por el viejo paradigma occidental dualista en el que
está el sujeto y el mundo, el individuo y la sociedad, los hombres y las
máquinas, la mente y el cuerpo, lo viviente y lo inerte; son distinciones que el
sentido común mantiene todavía como válidas. En realidad, el capitalismo
cibernetizado practica una ontología, y por lo tanto una antropología, cuya
primicia está reserva a sus ejecutivos. El sujeto occidental racional,
consciente de sus intereses, que aspira al dominio del mundo y es de este modo
gobernable, deja lugar a la concepción cibernética de un ser sin interioridad,
de un selfless self, de un Yo sin Yo, emergente, climático, constituido por su
exterioridad, por sus relaciones. Un ser que, armado con su Apple Watch,
consigue aprehenderse integralmente a partir del exterior, a partir de las
estadísticas que cada una de sus conductas engendra.
Un Quantified Self
que bien querría controlar, medir y desesperadamente optimizar cada uno de sus
gestos, cada uno de sus efectos.
[...]
La relación del
hombre con el mundo, considerando que no depende de una adecuación natural, es
esencialmente artificial, técnica, por hablar griego. Cada mundo humano es una
cierta configuración de técnicas, de técnicas culinarias, arquitecturales,
musicales, espirituales, informáticas, agrícolas, eróticas, guerreras, etc. Y
bien es por esto que no hay ninguna esencia humana genérica: porque no hay más
que técnicas particulares, y porque cada técnica configura un mundo, materializando
así una cierta relación con éste, una cierta forma de vida. Así pues, uno no
“construye” una forma de vida; uno no hace más que incorporarse técnicas,
mediante el ejemplo, el ejercicio o el aprendizaje. Por eso también nuestro
mundo familiar nos aparece raramente como “técnico”: porque el conjunto de los
artificios que lo articulan forman ya parte de nosotros; son más bien aquellos
que no conocemos los que nos parecen con una extraña artificialidad. Por lo
anterior, el carácter técnico de nuestro mundo vivido sólo nos salta a la vista
en dos circunstancias: la invención y la “avería”.
[...]
Uno no puede reducir
las técnicas a un conjunto de instrumentos equivalentes que el Hombre, ese ser
genérico, se apropiaría indiferentemente. Cada herramienta configura y encarna
una relación determinada con el mundo y afecta a quien la emplea. Los mundos
así forjados no son equivalentes, no más que los humanos que los pueblan. Y así
como esos mundos no son equivalentes, no son jerarquizables. No existe nada que
permita establecer a unos como más “avanzados” que otros. Son simplemente
distintos, contando cada uno con su devenir propio, y con su propia historia.
Para jerarquizar los mundos hace falta introducir un criterio en ellos, un
criterio implícito que permita clasificar las diferentes técnicas. Ese
criterio, en el caso del progreso, es simplemente la productividad
cuantificable de las técnicas, tomada independientemente de todo lo que abarca
éticamente cada técnica, independientemente de lo que engendra como mundo
sensible. Por eso no hay otro progreso que el capitalista, y por eso el
capitalismo es el estrago continuo de los mundos. Así también, que las técnicas
produzcan mundos y formas de vida no quiere decir que la esencia del hombre sea
la producción, como creía Marx. Aquí tenemos lo que dejan escapar tecnófilos y
tecnófobos a la vez: la naturaleza ética de cada técnica. Hace falta agregar
algo más: la pesadilla de esta época no surge de que ella sería “la era de la
técnica”, sino la era de la tecnología. La tecnología no es la consumación de
las técnicas, sino por el contrario la expropiación hecha a los humanos de sus
diferentes técnicas constitutivas. La tecnología es la puesta en sistema de las
técnicas más eficaces, y consecuentemente el erosionamiento de los mundos y de
las relaciones con el mundo que cada una despliega. La tecno-logía es un
discurso sobre las técnicas que no cesa de realizarse. Así como la ideología de
la fiesta es la muerte de la fiesta real y la ideología del encuentro es la imposibilidad
misma del encuentro, así la tecnología es la neutralización de todas las
técnicas particulares. El capitalismo es en este sentido esencialmente
tecnológico; es la organización rentable, en un sistema, de las técnicas más productivas.
Su figura cardinal no es el economista, sino el ingeniero. El ingeniero es el
especialista y por lo tanto el expropiador jefe de las técnicas, el mismo que
no se deja afectar por ninguna de entre ellas, y propaga por todas partes su
propia ausencia de mundo. Es una figura triste y sierva. La solidaridad entre
capitalismo y socialismo se entabla en esto: en el culto al ingeniero. Son
ingenieros quienes han elaborado la mayoría de los modelos de la economía
neoclásica así como softwares contemporáneos de trading. Recordemos que el
título glorioso de Brézhnev fue el haber sido ingeniero en la industria
metalúrgica en Ucrania.
La figura del hacker
se opone punto por punto a la figura del ingeniero, sin importar cuáles sean
las tentativas artísticas, policiales o empresariales para neutralizarla. Donde
el ingeniero consigue capturar todo lo que funciona para que todo funcione
mejor, para ponerlo al servicio del sistema, el hacker se pregunta “¿cómo
funciona?” para encontrarle fallas, pero también para inventarle otros usos, para
experimentar. Experimentar significa entonces: vivir lo que implica éticamente
tal o cual técnica. El hacker consigue arrancar las técnicas al sistema
tecnológico para liberarlas de él. Si somos esclavos de la tecnología, es
precisamente porque hay todo un conjunto de artefactos de nuestra existencia
cotidiana que tenemos por específicamente “técnicos” y que consideramos
eternamente como simples cajas negras de las cuales seríamos sus inocentes
usuarios. El uso de computadoras para atacar la CIA demuestra de manera
suficiente que la cibernética es tan poco la ciencia de las computadoras como
la astronomía es la ciencia de los telescopios. Comprender cómo funciona
cualquiera de los aparatos que nos rodean conlleva a un incremento de potencia
inmediato, permitiéndonos actuar sobre aquello que por consiguiente no se nos
aparece ya como un medio ambiente, sino como un mundo agenciado de una cierta
manera y sobre el cual podemos intervenir. Tal es el punto de vista hacker
sobre el mundo.
[...]
En el medio hacker
existe una ilusión originaria según la cual se podría oponer la “libertad de la
información”, la “libertad del Internet” o la “libertad del individuo” a
aquellos que pretenden controlarlos. En esto se da un grave menosprecio. La
libertad y la vigilancia dependen del mismo paradigma de gobierno. La extensión
infinita de procedimientos de control es históricamente el corolario de una
forma de poder que se realiza a través de la libertad de los individuos. El
gobierno liberal no es el gobierno que se ejerce directamente sobre el cuerpo
de sus súbditos o espera de ellos una obediencia filial. Es un poder
completamente en retaguardia, que prefiere agenciar el espacio y reinar sobre
intereses, antes que sobre cuerpos. Un poder que vela, vigila y actúa mínimamente,
interviniendo únicamente en los puntos en los que el marco está amenazado,
sobre aquello que va demasiado lejos. Sólo se gobiernan sujetos libres, y
tomados en masa. La libertad individual no es algo que pueda blandirse contra
el gobierno, pues es precisamente el mecanismo sobre el cual éste se apoya, el
mecanismo que regula lo más finamente posible con el propósito de obtener, de
la agregación de todas esas libertades, el efecto de masas previsto.
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