En el momento en que
escribimos estas líneas, la zona autónoma temporal #12M15M dista mucho de
haberse acabado: #cacerolada500, #occupymordor, #blockupy y otros eventos
siguen proyectando las movilizaciones en (y más allá de) las plazas. El 15M
sigue sin funcionar como etiqueta con la que acotar, identificar, reificar,
pero, sobre todo, sujetar la multitud de singularidades que componen hoy el
precariado rebelde. Allí donde se ha querido ver el 15M como un momento para la
impostación, la nostalgia o el olvido, nos ha vuelto a sorprender con toda la
riqueza creativa del movimiento.
Y es que la ZAT
#12m15m ha conseguido marcar un momento antagonista que vuelve a reconfigurar e
impulsar estratégicamente las luchas del último año. En la perspectiva del
tiempo transcurrido y en la práctica de estos días se ha concretado ya todo un
repertorio de acción colectiva desobediente, disruptiva y eficaz. Tal vez los
escenarios de conflicto que nos depara el ataque de la derecha sean los más duros
y difíciles que hayamos conocido. Y cuanto peor, peor, qué duda cabe. Con todo,
la buena noticia es que el horizonte abierto de la política no se cierra y
decidir de consuno sigue siendo posible.
Un repertorio que
mueve
El big bang originado
en las redes y que eclosionó hace un año en las plazas, transformó los espacios
urbanos en ágoras de una democracia que ha ido mucho más allá de los límites
del gobierno representativo. De aquí se extendió a barrios, hospitales,
universidades y otros espacios que se convirtieron en escenarios de conflicto.
Doquier que el ataque presupuestario neoliberal haya golpeado al cuerpo social,
ha resurgido la contestación quincemesca: acampadas, caceroladas,
manifestaciones y otros útiles al uso han sido integrados, recombinados y
readaptados en la red, bajo los principios simbióticos, federales y
cooperativos que gobiernan la multitud.
En sólo un año se ha
organizado una maquinaria movilizadora que ni el mayor optimismo de la voluntad
se atrevía a vaticinar. Su funcionamiento es extremadamente complejo y se
sostiene en lo organizativo sobre una inteligencia colectiva integrada en (y
gracias a) las redes sociales. De las plazas a las redes y de éstas a las
plazas de nuevo: un vaivén de territorialización y desterritorialización que
opera como un sístole y diástole del corazón antagonista. Más allá de su
evidente labor comunicativa, las redes sociales han sido el sustento
institucional de una modalidad de deliberación sin la que no habría sido
posible el principal logro del 15M: alterar la composición social del
protagonismo político.
Modularidad de los
escenarios represivos
Ante este protagonismo
emergente desde el mando se ha respondido con distintas modulaciones
represivas. Si en Madrid, por ejemplo, se ha optado desde el principio por
generalizar la respuesta policial a cualquier gesto desobediente, por mínimo
que sea, en Barcelona parece que la cosa se decanta —tras la escalada policial
del 29M al 3M— por una modalidad algo más tolerante. No es casual: ante los
errores y críticas recibidas por los apresamientos, por el absurdo gasto
policial o la invención paranoide de contracumbres, CiU parece haberse
decantado por cargar a la mayoría absoluta del PP los costes de la mano dura.
En Barcelona, de
hecho, se ha buscado devolver las movilizaciones al terreno de la
representación. La retirada de la provocación policial y la tolerancia con
manifestación y asambleas de la Plaza de Catalunya han buscado recuperar cierta
credibilidad liberal y permitir el desembarco de la izquierda
institucionalizada en el régimen, a la par que hacer operativa la habitual
distinción entre manifestantes «pacíficos» y «violentos». El pacto de orden
escenificado por mossos y Arcadi Oliveres ha permitido celebrar las asambleas
de la Plaza de Catalunya como una suerte de Foro Social al aire libre en el que
no pocas veces la atención mediática sobre las charlas de notables suplantó la
radicalización deliberativa.
Las plazas no se
desalojan, sólo se des/plazan
Pero la dinámica
represiva madrileña y de otras ciudades —a pesar de su dureza— tampoco ha sido
capaz de anular el movimiento. Al contrario, las actuaciones policiales
perpetradas de madrugada con el objeto de abortar eventuales acampadas ha sido
una muestra evidente de impotencia. En primer lugar, porque el antagonismo hoy
no opera ya sobre el dominio del espacio territorial, sino sobre la gestión de
los tiempos (el ritmo). Y en este sentido la ZAT #12m15m ha demostrado como se
gana experiencia a pasos acelerados.
En segundo lugar,
porque las acampadas no son más que un útil repertorial; altamente simbólico
quizá, pero contingente a la movilización. Más aún: tal y como se vio el año
pasado, la acampada arriesga a sedentarizar un repertorio cuya eficacia se basa
en un tránsito constante de la red al espacio urbano y de éste de vuelta a la
red. Este riesgo de reapropiación del espacio en el tiempo bajo el mando
semiótico del capital se ha visto en la publicidad que invade la Plaza de Catalunya y ha sido objeto de ataques
semioguerrilleros.
No es de sorprender,
por tanto, que en la convocatoria de #occupymordor el mensaje de respuesta al
riesgo de institucionalización de la plaza por el régimen haya sido «el 99% no
cabe en la plaza». Y es que, en definitiva, cuando la policía intenta
desalojar, el enjambre se desplaza (a la red, a los aledaños, donde sea...). No
es que la multitud no pueda enfrentarse al mando si es tal (lo hizo el 27M en
la Plaza de Catalunya), es que simplemente opera con una táctica diferente en
la gestión de la violencia, más próxima al aikido que a la guerrilla urbana.
Desafíos estratégicos
Pero el éxito táctico
suscita hoy múltiples cuestiones estratégicas. Apuntamos dos: ¿cómo hacer
comprender a cada singularidad en su lectura fragmentaria, una visión de
conjunto que no incurra en el metarrelato ideológico? Demasiado a menudo se
confunde la descentralización con el falaz “cada día somos menos” y esto lo
explotan sin piedad los medios buscando arrastrar a las pasiones tristes. Urge
olvidar la centralización del poder y desplegar un discurso de lo federal, de
lo simbiótico, del poder como “poder con” y no “poder sobre” desde un centro.
Lo exige luchar en red.
¿Y cómo visibilizar,
socializar y acelerar de forma generalizada la alternativa que se está
fraguando? Se trata de activar una institucionalidad otra que efectúe de forma
virtuosa la potencia demostrada en las calles. En esta nueva institucionalidad
la democracia directa pasa a formar parte de la constitución material (así, por
ejemplo, las cooperativas incorporando el control democrático del aparato
productivo). El precariado no puede esperar cuatro años a que acabe la
legislatura: su lucha se dirime en la arena de la vida cotidiana. El suyo es un
gobierno directo, autónomo; el régimen político del común.
Raimundo Viejo
(Publicado en Diagonal, n. 175, 2012)
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