Por anarquismo entendemos la quiebra de las relaciones
de poder como base de la vida social y el rechazo de toda autoridad externa al
ser humano. El sentido etimológico meramente negativo de la palabra anarquismo
—ausencia de gobierno— no logra expresar todo lo positivo que el término
contiene, como aspiración a una vida libre de cadenas. La palabra griega archos
significa «soberano», «jefe», «comandante». Anarquía quiere decir
«ausencia de gobierno/estar sin gobierno», pero también «ausencia de
soberano/vivir sin jefe». Se trata pues de un término que alude a lo político,
aunque de forma negativa. El anarquismo se ha presentado a menudo como una
recusación o denuncia de la política, por lo menos de la política tal y como
hoy en día es practicada, como teatro de las representaciones y
enmascaramientos. La política que propone es eminentemente antipolítica,
destructora de todos aquellos mitos sobre los cuales un Estado fundamenta su
poder: la patria, la raza, la moral, la religión, la propiedad, el pueblo, la familia...
Postula la desaparición del Estado como instancia reguladora de las relaciones
sociales, afirmando que su poder es contrario a la naturaleza de las cosas, a
la libertad individual y a las aspiraciones de justicia inherentes a la
condición humana. El problema es que el Estado y el Capital y sus múltiples
tentáculos interfieren y destruyen las relaciones que los miembros de una
sociedad normalmente establecerían entre ellos. No es
posible ser caritativos —solidarios— si el Capital aprieta y el Estado nos
carga de impuestos. No podemos interactuar libremente con los otros si el
Estado interfiere con sus leyes, reglamenta las relaciones humanas hasta
hacerlas desaparecer, transformadas en mera convivencia, sin que sea necesario
compartir, ni interactuar, ni siquiera conocer a nuestros vecinos más cercanos.
Cuando hablamos del aparato del Estado hablamos también de
muchas otras cosas. Hablamos de los mass
media, a través de los cuales las identidades son transformadas en imagen o
producto de consumo. Hablamos de la sociedad del espectáculo, retratada por Guy
Debord. Hablamos del mundo de la representación, que hace de las identidades
pura fantasmagoría —no individuos que se comunican, que se aman y se odian, y
se pertenecen los unos a los otros—. Hablamos del consumo, de la publicidad, de
la cultura de masas, de la banca, del fútbol, de la bolsa, de las corporaciones
financieras, de las marcas, de las compañías de seguros. Hablamos del Sistema,
de ese entramado jurídico-político-económico calificado por Foucault como «la
red de secuestro dentro de la cual está encerrada nuestra existencia».
El anarquista considera que la autoridad del Estado es la
fuente de numerosos males, el canal mediante el cual el egoísmo de unos pocos
domina sobre los intereses de la mayoría. Y esto es algo independiente de la
forma en que el Estado sea gobernado, es aplicable a una dictadura del
proletariado, a una democracia parlamentaria o a un sistema abiertamente
fascista. Unos Estados son sin duda más benévolos que otros, pero para el
anarquista es evidente que el poder del Estado es en esencia coercitivo, y que
el Estado es el vehículo a través del cual otros poderes ejercen su dominio. Es
cierto que en la actualidad el Estado en el Tercer Mundo actúa como freno de
los desmanes del libre mercado, y que existen corrientes neoliberales que
abogan por su desaparición. En el contexto del monoteísmo del mercado, la
desaparición del Estado sería una panacea para las grandes multinacionales, que
rápidamente se harían dueñas de la situación y eliminarían los servicios
sociales y los derechos laborales, poniendo al ser humano enteramente al
servicio del mercado y posibilitando la explotación ilimitada del planeta. Pero
también es cierto que las grandes corporaciones financieras que hoy destruyen
el planeta han surgido, crecido y actuado desde hace varios siglos bajo el
paraguas de los Estados de Occidente, cuyos ejércitos garantizan su libre
desarrollo en todo el mundo. Y también es cierto que la guerra sigue siendo la
expresión máxima de la unión del Capital y del Estado, de ahí la íntima
conexión entre Estado, colonialismo y expansión capitalista, una alianza que
marca las relaciones internacionales a principios del siglo XXI. El Estado son
tanques, nos decía un profesor de historia. Opresión política, opresión
cultural, opresión militar y opresión económica van de la mano.
La solución, en último término, no puede consistir por tanto
en reforzar a los Estados débiles, para hacer frente a los Estados fuertes. La
solución pasaría por la abolición (o como mínimo reducción drástica) del Estado
y la instauración de nuevas formas de administración y de regulación de la
economía y de la propiedad: descentralización y federalismo, asambleas locales,
cooperativas, mutualismo. Los anarquistas, aún rechazando toda autoridad
externa, admiten la necesidad de un control de las actividades financieras,
para evitar el monopolio o la apropiación de los bienes comunes y de los medios
de producción por parte de unos pocos. Donde el anarcocapitalismo sitúa el
mercado, los anarquistas sitúan la cooperación y la ayuda mutua. Para Benjamin
Tucker, el anarquismo insiste...
...en la abolición del Estado y la abolición de la usura;
en ningún gobierno del hombre sobre el hombre, y ninguna explotación del hombre
por el hombre.
Por eso el anarquismo es una forma de socialismo, e incluso
existe un anarcocomunismo (una de las grandes disputas dentro del anarquismo se
da entre los partidarios del comunismo y los del colectivismo: el islam estaría
más cerca del segundo). La crítica de Bakunin a la dictadura del proletariado
es del todo certera en este punto: podemos anular el capitalismo e instaurar la
dictadura del proletariado, pero el resultado será igualmente opresivo. Pero si
eliminamos el Estado y no el capitalismo, la explotación del hombre por el
hombre sería ilimitada. De ahí la famosa proclama de Bakunin:
Estamos convencidos de que la libertad sin Socialismo es
privilegio e injusticia, y que Socialismo sin libertad es esclavitud y
brutalidad.
La lucha de los anarquistas contra la dominación tiene pues
dos frentes principales: contra la dominación política y contra la dominación
económica. Pero se extiende contra cualquier forma de dominación u opresión de
unos sobre otros: dominaciones sexuales, religiosas, sociales, culturales...
Sería por tanto un error reducir el anarquismo a su dimensión política y
económica. El anarquismo es mucho más que eso: una forma de vida profundamente
ética, basada en una visión del mundo y del ser humano como criatura integrada
en la naturaleza, de la naturaleza como un proceso dinámico y siempre abierto a
nuevos desarrollos. El anarquista, como la existencia, fluye; quiere fluir con
la existencia. Por eso se niega a definir la sociedad igualitaria por la que
combate: tras la supresión del gobierno, los hombres decidirán cómo
organizarse. ¿Quiénes somos nosotros para decir como lo harán? De lo que está
seguro es de su negativa a aceptar como normales o como necesarias las injusticias cotidianas. Abraza como
a hermanos a los marginados: locos, presos, vagabundos, prostitutas. Los
considera más dignos de respeto que a reyes, obispos, jueces, generales o
banqueros. Al anarquista la injusticia que pueda sufrir cualquiera de sus
semejantes le resulta insoportable, y por ello vive en rebeldía. Toda
injusticia es el efecto de la corrupción y el abandono de lo natural/inmediato
por lo artificial / mediatizado. La ética anarquista es más bien ascética: elogia
la simplicidad y la frugalidad, y desprecia el lujo y lo superfluo. El
anarquista busca lo auténtico y se aleja de todo aquello que embrutece. Por
eso, no extraña saber que cuando los anarquistas lograron fundar comunidades
libertarias en Andalucía, durante los primeros años de la guerra civil
española, algunas de sus primeras medidas fueron el cierre de tabernas y
burdeles, instituciones burguesas creadas para embrutecer / alienar / esclavizar al
ser humano.
Aunque nos referimos al anarquismo surgido en la tradición
política occidental, el anarquismo constituye un fenómeno ancestral, que no
puede ser reducido a la historia europea sin caer en el eurocentrismo. Eso
sería una contradicción en términos: desde el momento en el cual el anarquismo
se presenta como la forma de organización natural de los seres humanos, sería
impropio decir que el anarquismo pertenece a la cultura occidental o explicarlo
únicamente mediante categorías políticas propias de la modernidad occidental.
Esto es algo que han dejado claro diversos teóricos del
anarquismo. Según Kropotkin, las raíces históricas del anarquismo se remontan a
la Edad de Piedra, y ha existido siempre: «La palabra anarquía [...] invoca el
recuerdo de los más bellos momentos de la vida de los pueblos». La vida en
comunidad sin necesidad de establecer un gobierno rígido es una constante a lo
largo de la historia, consustancial al ser humano en tanto criatura social y al
mismo tiempo autónomo, poseedor de las claves internas que le permiten
desarrollarse plenamente sin necesidad de ser coaccionado. Lo que constituye
una aberración es el desarrollo avasallador del autoritarismo de los gobiernos
y las instituciones religiosas y financieras, su capacidad de llegar a los
últimos rincones y de regular los mínimos aspectos de la vida de las gentes
Abdennur Prado
(Fragmento del libro El islam como anarquismo místico,
Virus, Barcelona, 2010)
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