SEIS TESIS SOBRE MUNICIPALISMO LIBERTARIO
Murray Bookchin
Tesis
VI
Asimismo, cuando la imagen orwelliana de «1984» sea claramente asimilable en
alguna «megalópolis» de un Estado altamente centralizado y una sociedad
altamente corporativizada, tendremos que ver las posibilidades que tenemos de
contraponer a este desarrollo estatalista y social un tercer supuesto de
práctica humana: la situación política que supone la municipalidad; el
desarrollo histórico de la Revolución Urbana, que no ha podido ser digerido por
el Estado. La Revolución siempre significa una dualidad de poderes: el
sindicato de industria, el soviet o el consejo, y la Comuna, todos ellos
orientados contra el Estado.
Si examinamos cuidadosamente la historia, veremos
cómo la fábrica, criatura de la racionalización burguesa, no ha sido nunca el
lugar de la revolución; los trabajadores revolucionarios por excelencia, (los
españoles, los rusos, los franceses y los italianos) han sido principalmente
clases de transición, aún más estratos sociales agrarios en descomposición que
se vieron sujetos del último y discordante impacto corrosivo de la cultura
industrial, hoy día convertida en tradicional. Así es, en efecto; allá donde
los trabajadores están aún en movimiento, su batalla es totalmente defensiva
(irónicamente se trata de una batalla por mantener el sistema industrial que se
enfrenta con un desplazamiento del capital y un aumento de la tecnología
cibernética) y que refleja los últimos coletazos de una economía en decadencia.
También se quiere la ciudad, pero de forma muy diferente a la fábrica. La
fábrica no fue nunca un reino de libertad, siempre fue el lugar de la supervivencia,
de la «necesidad», imposibilitando y disecando cualquier actividad humana a su
alrededor. El nacimiento de la fábrica fue combatido por los artesanos, por las
comunidades agrarias, y por todo el mundo a escala más humana y más comunal.
Tan sólo la simpleza de Marx y Engels, que promovieron el mito de que la
fábrica servía para «disciplinar», «unir» y «organizar» el proletariado, pudo
impulsar a los radicales, ensimismados por el ideal del «socialismo
científico», a ignorar cuál era el papel autoritario y jerárquico de la
fábrica. La abolición de la fábrica por el trabajo ecotécnico, creativo, e
incluso por componentes cibernéticos dirigidos a satisfacer las necesidades
humanas, es el desideratum del socialismo en su visión libertaria y utópica; aún
nos es una precondición moral para la libertad.
Por el contrario la Revolución
Urbana ha jugado un papel muy diferente. Principalmente ha creado la idea de
humanitas universal y la comunalización de la humanidad a lo largo de unas
líneas racionales y éticas. La revolución urbana ha levantado los límites del
desarrollo humano que estaban impuestos en lazos de hermandad, el
parroquianalismo del mundo pueblerino, y los efectos sofocantes de la costumbre.
La disolución de las municipalidades auténticas a manos de la urbanización,
marcó un punto muy grave de regresión de la vida societal: supuso la
destrucción de la única dimensión humana donde se daba la asociación superior,
y la desaparición de la vida civil, que justificaba el uso de la palabra
civilización, así como del cuerpo político que daba identidad y significado a
la palabra «política».
A partir de este momento, cuando la teoría y la
realidad entran en conflicto, uno se justificaba invocando la famosa cita de
Georg Lukacs: «Que se fastidie la realidad» [«So much the worse for the facts»].
La Politica, tantas veces degradada por los «políticos», y convertida en
estatalismo, tiene que ser rehabilitada por el anarquismo, y ser devuelta a su
significado original, en el que suponía una participación y, una administración
civil, levantándose en contraposición del Estado, y extendiéndose más allá de
los aspectos básicos de interrelación humana que llamamos interrelación social.
[1]
Con un significado totalmente radical, tenemos que volver hacia las raices
de la palabra en la polis, y dentro del inconsciente vital de la gente, de
forma que se cree un espacio para una interrelación racional, ética y pública,
que, a su vez, de lugar al ideal de la Comuna y de las asamblea populares de la
era revolucionaria.
El Anarquismo ha agitado siempre la bandera de la necesidad
de una regeneración moral, y la lucha por la contracultura (usando el término
en el mejor de los sentido), y en contra de la cultura establecida. Con esto se
explica el énfasis que el anarquismo hace sobre la ética, y su interés por ser
coherente en medios y fines, su defensa de los derechos humanos y de los
derechos civiles, así como su interés respecto a la opresión dentro de cada
aspecto de la vida. Sin embargo, su imagen contrainstitucional ha presentado
más problemas. Conviene recordar que en el anarquismo siempre ha existido una
tendencia comunalista, no sólo sindicalista o individualista. Y que además esta
tendencia comunalista ha mantenido una fuerte orientación municipalista, y
que puede ser extraída principalmente de los escritos de Proudhon y Kröpotkin.
De lo que se ha carecido, sin embargo, es de un cuidadoso examen del meollo
político de esta orientación: se trata de la distinción entre un momento del
discurso, una forma de toma de decisiones, y un desarrollo institucional que no
tiene carácter social ni estatal.
La política civil no es tan sólo política
parlamentaria; de hecho, si nos ceñimos al sentido histórico auténtico del
término «política» dentro de su lugar preciso en un vocabulario radical, tiene
todo el aroma de las asambleas de ciudadanos atenienses, y su heredero
igualitario, la Comuna de París.
Si conseguimos volver hacia estas
instituciones históricas, y enriquecerlas con nuestras tradiciones libertarlas
y nuestros análisis críticos, devolviéndolas a la vida en este mundo, tan
ideológicamente confuso; estaremos trayendo el pasado al servicio del presente
en una forma creativa e innovadora.
Todas las tendencias radicales están
cargadas de una cierta medida de inercia intelectual, tanto los anarquistas
como los socialistas. La seguridad que nos da la tradición es tan fuerte que
puede acabar con toda posible innovación, aún entre los antiautoritarios.
El
anarquismo está caracterizado por su actitud ante el parlamentarismo y el
estatalismo. Esta actitud ha sido ampliamente justificada por el curso de la
historia; pero también nos puede llevar a una paralización mental que, en
teoría no es menos dogmática que el radicalismo electoral corrompido, en la
práctica. Así si el municipalismo libertario se construye como política
orgánica, esto es, una política que emerge de la base de la asociación superior
humana, yendo hacia la creación de un cuerpo político auténtico y de formas de
participación ciudadanas; posiblemente sea éste el último reducto de un
socialismo orientado hacia instituciones populares descentralizadas. Un
elemento importante dentro de la aproximación al municipalismo libertario es la
posibilidad de evocar tradiciones vivas para legitimar nuestras peticiones,
tradiciones que, aunque son fragmentarias e irregulares, aún ofrecen
potencialidad para una política de participación con una respuesta de
dimensiones globales al Estado. La Comuna está enterrada todavía en los
Consejos de la ciudad (plenos de ayuntamiento); las secciones están escondidas
en los barrios; y la asamblea de ciudad está en los ayuntamientos; encontramos
formas confederales de asociación municipal escondidas en los vínculos
regionales de pueblos y ciudades. Recuperar un pasado que puede vivir y
funcionar con fines libertarlos, no es, ni mucho menos, estar cautivo de la
tradición, sino que se trata de hilar conjuntamente los objetivos humanos
únicos de asociación que permanecen como cualidades inherentes al espíritu
humano —la necesidad de la comunidad como tal—, y que han surgido repetidas
veces en el pasado. Permanecen en el presente como esperanzas que acaban de
nacer, pero que la gente tiene consigo en todas épocas, saliendo a la
superficie en los momentos de acción y libertad.
Estas tesis nos anticipan la
visión de la posibilidad de un municipalismo libertario, y una nueva política
definible como un doble poder, que puede ser contrapuesto mediante las
asambleas y las formas confederales al Estado. Tal como están ahora las cosas
en el mundo orwelliano de la década de los 80, esta perspectiva de un poder
doble es sin duda una posibilidad de las más importantes, entre otras, que los
libertarlos pueden desarrollar sin comprometer sus principios antiautoritarios.
Es más, estas tesis, apuntan la posibilidad de una política orgánica basada en
formas participativas tan radicales de asociación civil, no excluyentes de la
posibilidad de que los anarquistas cambien los cuadros de las ciudades y
pueblos, y convaliden la existencia de instituciones democráticas directas. Y
si este tipo de actividad lleva a los anarquistas a los plenos de los
ayuntamientos, no hay razón para que tal política tenga que ser parlamentaria,
máxime cuando mantiene un nivel civil y está conscientemente opuesta al Estado.
[2] Es curioso que muchos anarquistas que celebran la existencia de las
empresas industriales «colectivizadas», tanto en un sitio como en otro, y todo
ellos con gran entusiasmo a pesar de que se forma parte del entramado económico
burgués y que tiene una visión de la política municipal que considera con
repugnancia las «elecciones» de cualquier tipo; sobre todo cuando la política
está estructurada en torno a las asambleas de barrio, a los delegados
revocables, a las formas de contabilidad radicalmente democráticas y a los
vínculos locales fuertemente enraizados.
La ciudad no es congruente con el
Estado. Ambos tienen orígenes muy diferentes y han jugado papeles muy distintos
en la historia. El Estado penetra en todos los aspectos de la vida cotidiana,
desde la familia a la fábrica, desde el Sindicato a la ciudad; lo cual no
significa que los individuos conscientes deban retirarse de cualquier tipo
de relaciones humanas organizadas, de la propia piel de uno, para esconderse en
un estado de pureza y abstracción, de forma que se convalidaría la descripción
de Adorno sobre el anarquismo como un «fantasma». Si hay algún fantasma que nos
dé caza, son los que toman forma de ritualismo y de rigidez tan sumamente
inflexible que uno cae en un rigor mortis bastante parecido al que cae el cuerpo
congelado cuando alcanza la muerte eterna. El poder de la autoridad para dar
ordenes a los individuos físicos habrá obtenido entonces una conquista más
completa que las ordenes imperativas ejercidas a través de la simple coerción.
Habrán puesto su mano sobre el mismo espíritu -y su libertad para pensar
libremente y resistir con ideas, aún cuando la capacidad para actuar esté
bloqueada temporalmente por las circunstancias.
Murray Bookchin
Setiembre de
1984
Traducción: Miguel Jaime
[1] Antes de finalizar este punto, vale la pena
observar que la distinción entre lo Social y lo Político mantiene una marca
desde sus orígenes, remontándose a la época de Aristóteles, y que se ha
mantenido a lo largo de toda la historia de la teoría social, hasta épocas
recientes con las teorías de Hannah Arendt. Lo que se echa de menos en ambos
pensadores es una teoría del Estado. y por tanto la ausencia de una distinción
tripartita dentro de sus escritos.
[2] Espero que no se invoque en contra de esta postura al fantasma de Paul Brousse. Brousse utilizó el municipalismo libertario de la Comuna, tan ligado a los parisinos de su época, en contra del tradicionalismo comunalista, esto es, para practicar una forma pura de parlamentarismo burgués, no para llevar a París y a los municipios franceses en oposición al Estado centralizado, tal y como la Comuna pretendía hacer. No había nada orgánico en su postura sobre municipalismo, y nada revolucionario en sus intenciones. Todo el mundo está usando la imagen de la Comuna para sus propios propósitos: Marx para anclar su teoría de la «dictadura del proletariado» en un precedente histórico; Lenin para legitimar su jacobinismo «político» total; y los anarquistas, en forma más crítica para difundir el comunalismo
[2] Espero que no se invoque en contra de esta postura al fantasma de Paul Brousse. Brousse utilizó el municipalismo libertario de la Comuna, tan ligado a los parisinos de su época, en contra del tradicionalismo comunalista, esto es, para practicar una forma pura de parlamentarismo burgués, no para llevar a París y a los municipios franceses en oposición al Estado centralizado, tal y como la Comuna pretendía hacer. No había nada orgánico en su postura sobre municipalismo, y nada revolucionario en sus intenciones. Todo el mundo está usando la imagen de la Comuna para sus propios propósitos: Marx para anclar su teoría de la «dictadura del proletariado» en un precedente histórico; Lenin para legitimar su jacobinismo «político» total; y los anarquistas, en forma más crítica para difundir el comunalismo
No hay comentarios:
Publicar un comentario