Muy
sra. mía:
Tanto por mi avanzada edad como por la vida recoleta que
llevo en la ciudad alemana donde resido, no es costumbre mía dirigir cartas
personales a los administradores y representantes de la res publica, sea para
elogiarles o criticarles. Y si excepcionalmente no me atengo a esta norma
habitual de conducta y le hago llegar las presentes líneas se debe al carácter
realmente insólito de las declaraciones que ha hecho Vd. a mediados de este mes
sobre la problemática de los llamados escraches.
Vd. ha calificado de puro nazismo las
manifestaciones de protesta de grupos de ciudadanos que indignados por la
praxis inhumana y brutal de los deshaucios y otras injusticias sociales, han
organizado ante los domicilios de determinados políticos y personajes púbicos.
Con ello ha cometido Vd. un doble despropósito: relativizar implícitamente los
crímenes cometidos por las hordas de la SA, la SS y la Gestapo y meter en un
mismo saco a quienes actuaban por motivos tan abyectos como el racismo y a
quienes salen a la calle impulsados por el noble propósito de expresar su
solidaridad con las víctimas de la grave injusticia social reinante en el país.
Expresarse en los términos de que Vd. se ha valido significa ante todo un
ultraje a los seis millones de judíos asesinados en los campos de exterminio
nacionalsocialistas y a los miles y miles de antifascistas eliminados por
Hitler y sus esbirros. En el caso de que no lo haya hecho ya —cosa que no creo— me permito sugerirle que peregrine Vd. a Auschwitz para que se haga in situ una
idea directa y óptica de lo que fue el infierno nazi y el suplicio del
holocausto. Allí aprendería Vd. a llorar por el dolor ajeno y a avergonzarse
quizá de haber trazado su siniestro paralelo entre los verdugos nazis y las
almas altruístas que salen en defensa de los parias privados de pan y de
cobijo.
En vista de su inconcebible actitud, no puedo dejar de
preguntarle: ¿En qué escuelas y centros docentes se educó Vd.? ¿Qué aprendió
Vd. en las clases de historia a que seguramente asistió o de las lecturas de
los libros de historia que haya podido consultar? ¿Ha echado Vd. siquiera una
breve ojeada a la inmensa bibliografía existente sobre el III Reich, tema que
yo mismo sentí la necesidad de abordar hace ahora muchos años en mi libro Noche sobre Europa y en no pocas de mis obras en lengua alemana? En todo caso, una de
las cosas que Vd por lo visto no ha aprendido todavía es a ceñirse a la lógica
de los hechos y al fair play, dos imperativos morales que toda persona está
obligada a cumplir, pero especialmente las que, como Vd., desempeñan cargos
públicos.
En lo único que coincido con Vd. es en su rechazo de la
violencia como forma de protesta. Pero dicho esto le pregunto: ¿Ha oído Vd.
hablar de la violencia estructural practicada de continuo y de las más diversas
maneras por la democracia representativa tan admirada por Vd? A su apología
apodíctica de este sistema de gobierno le respondo: por muy legitimada que esté
por las leyes constitucionales, todo modelo de democracia representativa se
deslegitima a sí mismo a partir del momento en que se convierte en un sistema
al servicio de la arbitrariedad, la injusticia social y la corrupción. No tener
en cuenta este último factor significa pensar y argumentar en términos
abstractos y totalmente alejados de la realidad. Por muy legales que hayan sido
las elecciones y los votos que lleven a un partido al poder, si falta a las
leyes más elementales de la ética, se despoja a sí mismo automáticamente de
toda legitimidad verdadera y digna de este nombre. Es la diferencia entre la
concepción formal y la concepción moral de la política. Vd. se atiene sólo a la
primera e ignora totalmente la segunda, que es precisamente la decisiva, como
nos han enseñado los grandes maestros del pensamiento universal desde los
clásicos griegos.
En cuanto al término totalitarismo al que
Vd. aludió en otra de sus tomas de posición, no es lícito aplicarlo a quienes
protestan pública y (pacíficamente) contra el desgobierno imperante en nuestro
país, sino que más bien corresponde a los políticos que esperan o exigen del
pueblo soberano que acepte este estado de cosas quedándose quietecito en casa y
sin decir esta boca es mía. Si la humanidad ha hecho algunos progresos y
superado los aspectos más sombríos de la historia universal es porque han existido
siempre personas que han tenido el coraje de practicar lo que desde Henry David
Thoreau se llama civil desobedience y para quienes Albert Camus encontró la
feliz definición de l'homme révolté. El derecho de resistencia pasiva o activa
contra cualquier forma de opresión y de injusticia es un derecho natural como
el amor o la libertad, y por ello un derecho que todo político tiene el deber
de respetar y aceptar. Quienes, como Vd., ponen en duda o rechazan este derecho
natural no hacen más que demostrar palmariamente su desconocimiento de los
principios fundamentales de la cultura política.
Sus declaraciones sobre la supuesta ilegitimidad de las
protestas populares contra los responsables directos o indirectos de los
desahucios y otros escándalos sociales están motivadas por su conocido celo
polémico, palabra que, como Vd. no ignorará, en su acepción etimológica
originaria significa guerra. Y no otra cosa que una declaración de guerra en
toda la regla son los ataques que Vd. ha dirigido contra quienes hacen uso
práctico de su derecho a encararse a plena luz del día contra los abusos del
poder económico y político. Y este es el momento adecuado para decirle a Vd.
que los fascistas a los que Vd. ha aludido no se encuentran en las filas de
estos activistas sociales, sino en otra parte. Si Vd. buscara a los verdaderos
fascistas allí donde están y les dirigiera los ataques que Vd. ha dirigido a
quienes no merecen más que elogios, prestaría Vd. un gran servicio a la nación.
¿Y qué significa, por último, su peregrina ecuación
mental de que «sin políticos no hay política y sin política no hay
democracia». y de que «jugar a que la diana sea el político es ir
contra la democracia?». Aquí vuelve Vd. a incurrir en generalizaciones
abstractas carentes de toda validez argumentativa. Nuestro país es un ejemplo
paradigmático de que un número mayor o menor de políticos se ha dedicado y
sigue dedicándose más a servirse a sí mismo y a sus compañeros de profesión que
a la democracia y al bien común, y ello empezando por los privilegios
materiales y de otro orden que aprovechándose de su status especial se
adjudican a sí mismos, sin importarles lo más mínimo que al mismo tiempo
millones de compatriotas suyos se mueran de hambre y de miseria. Por lo demás,
¿a quien pedir cuentas si no a quienes gobiernan y son responsables del estado
de la nación?
Más allá de la profunda indignación que me han causado
sus declaraciones, creo que en el fondo es Vd. una persona digna de lástima.
¿Qué otra cosa se puede sentir por quienes, como Vd., se dedican a hacer
carrera saltándose a la torera las reglas más elementales de la honestidad y la
rectitud? ¿Cabe acaso mayor desventura que la de vivir y obrar al margen o en
contra de la verdad y el bien? Por muy segura y ufana que se sienta Vd. del
alto puesto que ocupa en su partido y en la vida política, es Vd. a mi modesto
juicio una persona alienada que ha perdido por ello la noción de lo que son los
verdaderos valores y bienes. Y el primer signo de su estado de autoalienación
es que Vd. obre de la manera que obra con la conciencia tranquila y creyendo
incluso que está Vd. consumando un acto heroico.
Lamento haberle escrito una carta como ésta, pero mi
insobornable amor a la verdad y mi no menos insobornable solidaridad con
quienes Frantz Fanon llamaba les damnés de la terre, no me permitían otra
opción, máxime cuando los condenados de la tierra, lejos de encontrarse
únicamente en la población del Tercer Mundo, han pasado también a formar parte
de la de nuestro país.
Le
saluda atentamente
Heleno Saña
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