lunes, 6 de agosto de 2012

MUTACIÓN CULTURAL






Asistimos sin casi darnos cuenta a una profundísima mutación también en la cultura, cada día más concebida como espectáculo o entretenimiento. ¿En qué ha quedado la antigua creencia popular en que la cultura nos haría libres?

The Country Formerly known as Great Britain, un libro de lan Jack, columnista del The Guardian, el diario de referencia del laborismo británico, repasa con me­lancolía los restos de lo que fue una cultura obrera hoy en vías de desaparición.

Fue, en paralelo al industrialismo en que se consolidó el imperio británico en el siglo XIX, un background de donde surgieron tanto Chaplin como los Beatles, sustituido hoy por el capitalismo financiero (téngase en cuenta que la City ahora olímpica ya genera por si sola una parte muy importante del PIB del Reino Unido).

Pues bien, lan Jack (fiel a un comunitarismo del trabajo que hunde sus raí­ces en una época de prosperidad relacionada con la navegación, con sus astilleros, sus emigrantes y su gran trajín comercial), siente que la decadencia de la Gran Bretaña va unida a la decadencia de la cultura obrera, tan solidaria como respetuosa con la tradición y con sus convicciones morales.

lan Jack describe la desaparición de los cines de barrio, de esos cines que aquí en los cuarenta y en los cincuenta, sobre todo, fueron importantísimos centros de socialización popular, como antes lo fue­ron los ateneos. Hay una cultura popular de cine de barrio cuyas sombras de caverna de Platón difícilmente llegaron a poderse pensar como ideas. Y cuando se fueron apagando las luces de las estrellas de Hollywood no quedó más que frustración y desengaño por unas ilusiones que no merecían ser creídas. Hoy nos impactan mucho más los efectos especiales, las truculencias, los escándalos y aquí la coñita que hemos convertido casi en imagen de marca. Desde que una cierta impotencia se ha ido disfrazando de huida hacia adelante, se da en Catalunya una cultura del desengaño popular que se ha visto reforzada con este gran apagón de los cines de barrio —o de las pequeñas librerías— y su substitución por la televisión y el fútbol.

El día que se haga un estudio psicosociológico sobre los marcos mentales inoculados por nuestros culebrones televisivos o por ese humor de brocha gorda tan sociopolíticamente demoledor como alejado de la sabia ironía británica, se enten­derán mucho mejor las claves del fatalismo y del conformismo propios de esta nuestra vieja sociedad desengañada que desde los tiempos de Pitarra ha ido sublimando la frustración en sarcasmo.

Pero la cultura puede ser también la codificación de un orden. En otras épocas fue un orden explícito, impuesto o soñado. Ahora ya no. Y los llamados sectores culturales continúan instalados mayoritariamente en la cultura —subalterna— del pasar el rato, la risita o la queja. Sin proyecto enaltecedor, no acaban de salir de su habitual reacción (auto)destructiva.

Oriol Pi de Cabanyes
La Vanguardia, 30 de julio de 2012

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