Los anarquistas no temen el desorden pues confían
en la fertilidad que conlleva y la rica armonía en que desemboca...
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Quiero seguir siendo este hombre
imposible, ya que todos los que hoy son posibles no cambiaron.
BAKUNIN
Ha caído la máscara odiosa, el
hombre queda sin su cetro: libre, sin coerciones, hombre igualitario, sin clase,
sin tribu, sin nación, exento de toda casta, culto, orden. Señor de sí mismo, justo,
noble, sabio...
SHELLEY
El anarquismo ha tenido entre sus teóricos y
pensadores una notable característica. Se ha podido condensar en una frase
posiciones cuya exposición sistemática requeriría cientos de páginas. Así, tenemos
expresiones como «Ni Dios ni amo» de Bakunin, «La propiedad es un robo» de
Proudhon o «La pasión de destruir es una pasión creadora», del mismo Bakunin que
nos dicen mas que libros y libros de sesudos análisis. Esto no es casualidad.
Las razones son varias. La primera es la
capacidad de una persona brillante de plasmar, de darle forma a la frase. Lo
logra gracias a que es capaz de superar todo el complejo de palabras y de
acciones individuales y sociales, de las motivaciones mediatas e inmediatas de
cada uno, del peso y los prejuicios de la historia, llegando así a definir sintéticamente
el núcleo de un complejo problema.
Pero hay algo más, porque no es gratuito que
esto lo logren en su más alto grado los anarquistas. La razón es que son los
anarquistas un conjunto de personas que buscan rescatar lo esencial de cada ser
humano, su libertad e igualdad. Es por ello que son capaces de enfrentarse a la
visión de la historia presentada por los sistemas de interpretación dominantes,
en tanto que los anarquistas enfocan la espontaneidad creativa de la humanidad.
Son y serán eternos buscadores, pues reconocen que por encima de cualquier
doctrina acerca de la vida esta la vida misma. No intentan ser creadores de
sistemas inmodificables o proyectos perfectos de sociedad, que obliguen a cada
quien a ser teórico conocedor antes que práctico que participe.
Los anarquistas no temen el desorden pues confían
en la fertilidad que conlleva y la rica armonía en que desemboca, armonía que
no es solo de la razón sino de la totalidad del hombre. Por eso mismo, su
objetivo es una sociedad abierta, un estado de mutación permanente por la viva interacción
entre el individuo y la sociedad, sin autoridad ni gobierno.
Solo así es posible para un gran intelecto individual
llegar a ese núcleo, definiendo en pocas palabras un rasgo de la naturaleza
humana concreta y de su aspiración.
Intentemos aclarar lo que entendemos por
anarquismo, tarea pertinente cuando la palabra ha tenido significaciones tan
equivocas. Así, anarquismo es respetar al individuo y su libertad, asumir el
socialismo, luchar contra el Estado y su opresión, ser crítico e irreverente; pero
la inversa no necesariamente es cierta y expliquemos por qué.
Respetamos al individuo y su libertad, pero no
todo individualista es anarquista. Pensamos que una persona libre no puede
dejar de asumir su compromiso social pues es inherente a la condición humana
vivir en comunidad. Un individuo que niegue este compromiso o que se aproveche egoístamente
de lo colectivo no es anarquista.
Por esto es que también somos socialistas, pero
no todo socialismo es anarquismo. Ese socialismo que en nombre de lo colectivo
somete, anula, sacrifica al individuo negando su libertad, impidiendo la expresión
de todas sus capacidades, no es anarquismo.
Nos enfrentamos al Estado, pero no todo el que
protesta contra el Estado es anarquista. Nuestra lucha contra el Estado es un
aspecto de la lucha contra todo poder permanente cualquiera que sea. Por ello, luchar
contra el Estado sin luchar contra otras formas de poder como el económico, el
social, el político, el religioso, el de las costumbres y prejuicios, el de la educación,
no es anarquismo. Nuestra lucha contra el Estado no es coyuntural, ni contra el
partido de gobierno, ni hasta lograr el «poder», sino que es un aspecto en la búsqueda
de una sociedad autogestionaria, fruto de la libertad e igualdad de sus
miembros.
Somos irreverentes contra los ídolos que nos
tratan de imponer, sean políticos, históricos, religiosos, estéticos o filosóficos.
Pero no todo irreverente, tremendista o de verbo audaz, con ropas y actitudes
de protesta, es anarquista. Nuestra actitud es la de rechazo a toda imposición
por la fuerza, sea física, del hábito, de la educación o del chantaje moral, y
por ello asumimos actitudes irreverentes. Pero la intención es construir una
sociedad mejor. Sin el aspecto constructivo, el desenfado y el tremendismo no
pasan de ser modas vacías, que no pocas veces ocultan la pretensión de
disfrutar de ese poder contra el que dicen luchar.
Entonces, como en muchas otras cosas, ni son
todos los que parecen, ni parecen todos los que son, aunque es fácil
confundirse, porque de anarquista y de loco todos tenemos un poco. Aunque por
ahora ese poco no sea suficiente.
Douglas García
Correo A, n. 8, Caracas, febrero 1989
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