Pedro Alexevich Kropotkin nació en
Moscú el 9 de diciembre de 1842, en el seno de una aristocrática familia rusa. En
agosto de 1857 ingresó en el Cuerpo de pajes de la Corte imperial, en San
Petesburgo; en 1862 fue destinado, como oficial, a un regimiento del remoto
territorio del Amur, en Siberia, donde permaneció un lustro. Al regresar a la
capital del Imperio, ingresó en la Universidad para estudiar matemáticas, y
publicó una Memoria sobre la orografía de Asia en la Sociedad Geográfica.
Por encargo de esta misma sociedad
estudió los glaciares de Finlandia y Suecia. En 1872 viajó por primera vez al
Occidente europeo. En Suiza, a través de intelectuales rusos emigrados, se puso
en contacto con las organizaciones socialistas y con la poco antes fundada
Asociación Internacional de Trabajadores. Aunque no llegó a conocer
personalmente a Bakunin, se adhirió desde aquel momento a su concepción
libertaria del socialismo y se definió contra el autoritarismo marxista.
De retorno a su tierra, formó
parte del círculo revolucionario Chaikovski. Fue detenido y encarcelado en 1874
en la célebre fortaleza de Pedro y Pablo. Con ayuda de sus amigos logró escapar
de ella, pasó a Suecia y embarcó en Noruega hacia Gran Bretaña. En Londres
colaboró en la revista Nature y en el diario Times. Poco después, ingresó
en la Federación del Jura, que formaba parte de la Internacional. En Suiza
conoció a Guillaume, a Eliseo Reclus y los comunardos allí exiliados, a Cafiero
y Malatesta, y desarrolló una intensa labor de propaganda a través de charlas, conferencias,
reuniones obreras, folletos, artículos periodísticos, etc.
En Londres se dedicó al estudio de
la Revolución Francesa en el Museo Británico; en París intentó después, junto
con Costa y Guesde (posteriormente pasados al marxismo), una reorganización del
movimiento obrero y socialista, proscripto desde la derrota de la Comuna; en
Suiza, otra vez, comenzó a publicar Le Revolté, uno de los más famosos
periódicos anarquistas. A fines de 1881 volvió a Londres, pero en el otoño de 1882
lo encontramos instalado en el pueblo francés de Thonon, en las fronteras con
Suiza, desde donde sigue editando aquel periódico, al tiempo que colabora con
la Enciclopedia británica. Acusado de participar en un atentado terrorista, fue
sometido a juicio en Lyón, condenado y recluido en la prisión de Clairvaux.
Liberado en enero de 1886, gracias
a una intensa campaña de la intelectualidad liberal europea, vivió un tiempo en
casa de Elíseo Reclus, antropólogo e historiador de las religiones, en París, y
de allí pasó a Londres, donde poco después nació su única hija.
Con Charlotte M. Wilson y otros
compañeros fundó allí el grupo Freedom, que poco después inició la publicación
de un periódico mensual del mismo nombre. Hacia esta época publicó una serie de
ensayos, más tarde reunidos en dos volúmenes con el nombre de La conquista del
pan y Campos, fábricas y talleres.
Defiende en ellos la tesis de que
la propiedad privada y la empresa encaminada al lucro constituyen los
principales obstáculos al desarrollo de la producción y analiza los enormes
recursos que la técnica, unida a la educación, pueden brindar al trabajo libre
y creativo, donde lo manual se combina con lo intelectual para llegar a una
súper-abundancia de bienes para todos.
Más importante todavía, desde el
punto de vista teórico, es otro libro que poco después escribió y que apareció
también primero en forma de artículos periodísticos (en Nineteenth Century): El
apoyo mutuo, un factor de la evolución. La obra está dirigida a refutar la
interpretación del darwinismo ofrecida por el célebre biólogo T. H. Huxley en
un artículo titulado La lucha por la existencia: un programa, donde, a partir
del principio del struggle for life como motor único de la evolución, se llega
a considerar anticientífico al socialismo con sus aspiraciones a la igualdad. A
este período de la vida de Kropotkin pertenecen también sus libros El Estado. Su
rol histórico y El Estado moderno.
Por otra parte, durante esta
prolongada estancia en Londres, participó en numerosos meetings, pronunció
conferencias, asistió a manifestaciones obreras y a reuniones (como las que se
llevaron a cabo para conmemorar la Comuna de París o el martirio de los obreros
de Chicago), colaboró con diversos grupos de la izquierda (como la Liga
socialista del poeta William Morris, la Sociedad fabiana, etc.).
Durante el año 1897 cruzó el
Atlántico y realizó una extensa gira de conferencias por Canadá y Estados
Unidos. En 1901 repitió su visita, invitado por el Instituto Lowell de Boston, donde
ofreció una serie de conferencias sobre literatura rusa, recopiladas más tarde
en un volumen que lleva por título Los ideales y la realidad en la literatura
rusa. Retornado a Inglaterra, emprendió durante los años siguientes varios
viajes al continente: en 1906 veraneó en Bretaña; a comienzos y a mediados de 1907
visitó París; en 1908 estuvo en el Lago Maggiore, en París y en Locarno; en 1909
pasó una temporada escribiendo en Rapallo; desde fines de 1912 a mediados de 1913
vivió en Locarno, y en el invierno de 1913-1914 estuvo en la playa de
Bordighera.
Al estallar la Primera Guerra
Mundial, Kropotkin interpretó el conflicto como una mera agresión militarista
de los Imperios centrales contra las democracias occidentales. Y, desde este
punto de vista, no podía dejar de tomar partido por Francia e Inglaterra contra
Alemania. Por eso, junto con Malato, Grave, Cherkesof, Cornelissen y otros
anarquistas conocidos, publicó en 1916 un famoso Manifiesto, donde ponía en
guardia a todos los liberales y los socialistas del mundo contra el peligro del
imperialismo germánico.
Esto provocó, como era de esperar,
la reacción de la mayoría de los anarquistas que, adheridos a una posición
aparentemente más lógica y consecuente con sus principios, se manifestaron
ajenos a toda lucha entre Estados y mantuvieron una posición estrictamente
neutralista. Entre ellos, Malatesta, Faure, Rocker, Domela Nieuwenhuis, Emma
Goldman.
Al producirse, en febrero de 1917,
la caída del zarismo en Rusia, Kropotkin, a pesar de sus años y de su escasa
salud, no dudó un instante en dirigirse hacia la tierra de la cual había tenido
que huir tantos años antes. Recibido con regocijo y profunda veneración por la
masa obrera y campesina, como uno de los héroes de la causa socialista, no
tardó, sin embargo, en tener problemas con las autoridades bolcheviques. Debió
retirarse de Moscú a la aldea de Dimitrov, donde subsistía gracias al huerto
que cultivaba su mujer y a los envíos de alimentos de los compañeros de Ucrania:
jamás quiso aceptar nada del gobierno de Lenin.
Le envió, en cambio, varias cartas,
en las cuales le recordaba que «aunque la dictadura de un partido constituyera
un medio útil para combatir el régimen capitalista... esa misma dictadura es
completamente nociva en la creación de un orden socialista» y le reiteraba que
tal creación necesariamente «tiene que hacerse a base de las fuerzas locales, y
eso, hasta ahora ni ocurre ni se estimula por ningún lado» y que «sin la
participación de las fuerzas locales, sin la labor constructiva de abajo a
arriba, ejecutada por los obreros y todos los ciudadanos, la edificación de una
nueva vida es imposible».
Los últimos meses de su vida los
dedicó Kropotkin a escribir un tratado de Ética, del que sólo concluyó la
primera parte (de carácter histórico).
A comienzos de 1921 enfermó de
bronconeumonía y el 8 de febrero falleció, siendo sepultado en el monasterio de
Novvdévichu, donde estaban las tumbas de sus antepasados.
El pensamiento de Kropotkin
comprende tres momentos esenciales:
- la fundamentación biológico-histórica y la teoría de la ayuda mutua;
- la ética, que es centro de todo el sistema, ya que se basa en la teoría de la ayuda mutua y sirve, a su vez, de base a las doctrinas sociales y políticas;
- la doctrina del comunismo anárquico, con todas sus consecuencias (sociales, económicas, políticas, pedagógicas, estéticas, etc.), que constituye la culminación y la meta del pensamiento kropotkiniano.
A diferencia de Bakunin, que tenía
una formación predominantemente filosófica, Kropotkin se formó en las
disciplinas científico-naturales. Puede decirse que fue geógrafo y geólogo de
profesión y biólogo de afición. En todo caso, nunca se interesó mucho por el
idealismo alemán ni mostró gran aprecio por la dialéctica o por la especulación
metafísica. La teoría de la evolución de las especies de Darwin constituía, para
él, la culminación de la ciencia moderna y la última palabra del pensamiento
positivo.
A partir de ella se pueden
explicar no sólo todos los fenómenos del mundo viviente sino también todos los
hechos de la historia y de la sociedad. Pero he aquí que algunos de los más
ilustres continuadores de Darwin, como el ya mencionado Huxley, al insistir en
la lucha por la vida como factor único de la evolución, extraen del
evolucionismo, cual lógica consecuencia, una justificación del capitalismo y, en
general, de la opresión de los débiles y los pobres por los fuertes y los ricos.
Esto contradice evidentemente los ideales del socialismo y de un modo muy
particular los del comunismo anárquico de Kropotkin. Pero en lugar de rechazar
la teoría de la evolución, éste se propone revisar sus fundamentos, y basándose
en los estudios previos del zoólogo ruso Kessler y en una gran copia de datos
biológicos, antropológicos, históricos, sociológicos, etc., se dedica a
demostrar que la lucha por la vida no es el único ni el principal factor de la
evolución y que, junto a él, hay otro todavía más importante que es la ayuda
mutua, la cual se da universalmente no sólo entre los miembros de un mismo
grupo y de una misma especie sino también entre especies diferentes.
De acuerdo con esto, intenta
probar que las especies y las sociedades donde mayor vigencia tiene este
principio son precisamente las que han logrado mayor fuerza y desarrollo mental.
Refiriéndose en especial a las sociedades humanas, sostiene la tesis de que la
cultura (arte, poesía, ciencia, etc.) alcanzó en la historia sus más altas
cumbres allí donde el poder político y económico llegó a su mínima
concentración, es decir, en las pequeñas ciudades de la Grecia clásica y en las
comunas y ciudades libres del Medievo. Esto equivale a decir, para Kropotkin, allí
donde el principio de la ayuda mutua y de la libre asociación alcanzó su más
elevada expresión.
Este principio constituye, para
nuestro pensador, la norma suprema de toda verdadera moral. Cierto es que el
hombre se mueve por el principio del placer, pero este motor no es suficiente
para explicar la conducta humana. En realidad, lo que el hombre busca, dice
Kropotkin siguiendo a Guyau, más que el placer en sí, es la expansión y el
máximo florecimiento de su propia vida. Pero esto significa superar el
principio hedónico, ya que la vida al expandirse significa generosidad y aun
renunciamiento al placer.
De este modo, una ética que parte
de supuestos hedonistas se convierte en ética de la expansión vital y llega a
ser la ética que el socialismo necesita. La expansión vital tiene su raíz en la
ancestral tendencia a la ayuda mutua y logrará su fruto más alto en la
construcción del comunismo anárquico. Ya que toda riqueza es producto de la
labor colectiva de todos los hombres del presente y del pasado, resultaría
arbitrario e injusto dividirla, reconociendo la propiedad privada en cualquiera
de sus sentidos. Lo que se ha producido en común debe seguir siendo siempre
propiedad común.
El salariado deberá desaparecer. El
principio que regulará toda la actividad económica será: de cada uno según su
capacidad; a cada uno según sus necesidades. Pero la sociedad comunista no
puede construirse ni podría jamás conservarse mientras exista el Estado. El
mero hecho de que exista un gobierno, por más proletario y provisorio que se
diga, hace imposible la propiedad común; tiende a constituir una nueva clase y
a reconstruir, en provecho de la misma, la propiedad privada o particular; se
inclina necesariamente a reconstruir los privilegios de todo orden.
Durante los últimos años de su
vida, transcurridos en la URSS, estas convicciones se vieron ya plenamente
confirmadas y no fue necesario que Kropotkin sobreviviera hasta alcanzar la era
de Stalin para darse cuenta de que la teoría marxista de la dictadura del
proletariado conduciría irremediablemente a los bolcheviques a erigir un nuevo
e inaudito modelo de totalitarismo, donde el socialismo brillara por su
ausencia.
Ángel J. Cappelletti
La ideología
anarquista
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