La imagen del «hombre, poderoso cazador» ha
dominado el pensamiento científico en el tema de la evolución humana durante la
mayor parte del siglo XX. Hasta los años 80, muchos creían que la división del
trabajo según el sexo —hombres que se van a cazar y traen a casa la carne— se estableció
hace miles de años en un proceso conectado a la evolución del bipedismo, la
creación de herramientas y el cerebro humano, particularmente grande y
complejo.
A finales del siglo XX, sin embargo, ocurrió
una revolución en los campos de la arqueología y la paleontología. Métodos de excavación
y análisis más rigurosos llevaron a la conclusión de que los homínidos más
antiguos (australopitecus) eran en realidad criaturas parecidas a los
simios con vidas parecidas, y de que era una «evolución humana» mucho más reciente
la que desembocó en la cultura simbólica, incluyendo el lenguaje.
Los arqueólogos han descubierto que, al menos
en Europa, no hay evidencia de partidas de caza organizadas que recurrieran
largas distancias, cazando presas de gran tamaño o transportando carne a un
campamento base de forma sistemática. Este tipo de estrategia económica,
conocida técnicamente como «caza logística», no se produjo en Europa hasta la
llamada «revolución del Alto Paleolítico» hace unos 40.000 años. Antes de este
periodo, humanos arcaicos como los neandertales sin duda cazaban y comían
carne. Pero sus estrategias de «caza por encuentro» dependían menos de planificación
por anticipado y evidentemente podían tener éxito sin la necesidad de los
misterios y complejidades de la cultura simbólica.
Hoy día, los arqueólogos y los paleontólogos están
mayoritariamente de acuerdo: los habitantes europeos premodernos —los neandertales—
eran muy inteligentes y genéticamente capaces de al menos una cultura simbólica
rudimentaria. Pero por razones que permanecen sin explicar no se dieron cuenta
de su potencial y al final se extinguieron. La opinión más popular hoy día es
que el Homo sapiens moderno (nuestra propia especie) surgió en otra parte en un
precipitado «evento de especiación». Al comienzo en números reducidos, la nueva
especie parece haber surgido en algún lugar de África hace unos 150.000 años;
después empezó a expandirse rápidamente por todo el planeta entre hace 60.000 y
40.000 años. Los arqueólogos se refieren frecuentemente a este proceso como una
especie de revolución: la «revolución humana», también conocida como la «explosión
simbólica». Como es habitual, los detalles pueden ser debatidos, pero el
consenso principal es que durante esta revolucionaria transición aparecieron en
la escena el lenguaje, arte, ritual y la cultura simbólicos.
¿En qué consistió la «revolución humana»? Esos
primatólogos, biólogos evolucionistas y otros tratando de descifrar la dinámica
interna se han puesto de acuerdo en un punto: no tiene sentido hablar de «el
hombre, cazador» o «el hombre, creador de herramientas» de forma aislada. El comportamiento
de uno de los sexos depende fuertemente del otro. En otras palabras, la
búsqueda de comida femenina, la reproducción y otras estrategias deben ser incluidas.
Engels reconoció esto en el pasado, como veremos a continuación. Pero, por
supuesto, el enfoque de la ciencia evolutiva moderna en estrategias femeninas
tienen poco que ver con la influencia de Engels. En lugar de eso, la seguridad
científica en este asunto tiene como raíz la teoría Darwinista estándar.
Humanos son primates, y los primates son mamíferos. Entre los mamíferos en
general, las estrategias femeninas de alimentación, apareamiento y reproducción
son absolutamente decisivas en el control y resultado del comportamiento
masculino y en conducir el cambio evolutivo.
La revolución humana ocurrió. Los detalles de
cómo precisamente todavía no han sido acordados.
Mi trabajo como marxista está esencialmente
basado en los detalles, de la dinámica social y política de esa revolución.
Cuando los mejores especialistas de los orígenes humanos hablan de «revolución humana»,
no es mucho más que un término formal, que cada uno interpreta más o menos como
quiere. Los paleontólogos se basan en huesos excavados, y es menos fácil ver la
política en eso. Los académicos pueden hablar de revolución humana sin pensar
las cosas como harían los marxistas. ¿Acaso fue la transición clave una forma
de revolución social? ¿O fue, por lo contrario como insiste Noam Chomsky, un
evento meramente «cognitivo»? Muchos académicos no le dan importancia. En muchos
aspectos esto puede ser afortunado, ya que los científicos tienden a ser menos
defensivos y más abiertos de mente cuando no necesitan ver una conexión con la
política.
Pero para los marxistas las cosas son
diferentes. Ciencia y política siempre estarán conectadas, aún cuando se niega.
Chomsky, por ejemplo, está forzado a negar la naturaleza social de lo que él
llama «el gran paso adelante», porque su estrategia entera para asegurar fondos
para sus proyectos (fondos militares incluidos) depende de su reivindicación de
hacer «ciencias naturales» y no «ciencias sociales». Esto le conduce a
afirmaciones absurdas, como la idea de que el lenguaje no es social ni comunicativo,
¡si no que surgió de la nada en un cerebro que empezó a hablarse a sí mismo!
Los marxistas no tienen tiempo para semejante basura.
Desde el momento en que empezamos a pensar de
una «revolución humana» en el pasado precultural, estamos condenados a
preguntarnos sobre la dinámica social, los conflictos, las luchas de fuerzas
rivales. Sin embargo no pudo ser «clase» en el sentido ordinario el problema en
cuestión en una etapa tan temprana. Así que, ¿qué fue?
Pues bien, la única respuesta teóricamente
posible es la de Engels en El origen de la familia, propiedad privada y el
estado. La dinámica sólo puede haber sido sexual. O, para ser más precisos,
los conflictos y divisiones de «clases» en este periodo sólo pueden haber sido
divisiones y conflictos entre sexos. Siguiendo esta lógica, debe haber habido
una revolución sexual que llevó a lo que Engels llamó la «primacía» de las mujeres
en el «hogar comunístico».
Sería un gran error científico argumentar que
podemos hacer inferencias válidas sobre los primeros cazadores-recolectores
basándonos en testimonios sobre la vida de nativos americanos en los siglos XVIII
y XIX. Pero, dejando de lado tales dificultades, permítanme simplemente
documentar la visión de Engels acerca de cómo sería el «comunismo primitivo».
Esto puede ser necesario ya que muchos marxistas parecen haberlo olvidado.
Citando al misionero Arthur Wright, Engels
describe como las mujeres iroquois ejercían su poder: «Normalmente, la
porción femenina reinaba en el hogar... Los almacenes se manejaban en común, pero
pobre del perezoso marido o amante que no ponía su parte en el mantenimiento.
No importa cuántos hijos, o cuántos bienes él pudiera tener en casa, en
cualquier momento le pueden ordenar que coja su manta y se largue; y después de
estas órdenes no sería saludable para él desobedecer. La casa estaría demasiado
caliente para él y debe volver a su propio clan». (F. Engels El
origen de la familia, propiedad privada y
el estado.)
El poder de las mujeres, según este
testimonio, se basaba en su propia solidaridad, y en el hecho de que tenían el
derecho de romper sus relaciones sexuales con hombres en cualquier momento.
Mi trabajo tiene como principio la idea de que
ser completamente humano es ser consciente, y que esa consciencia de cualquier
modo con importancia tiene algo que ver con la lucha de clases. ¿Qué tiene que
ver eso con los orígenes humanos? La respuesta es que la lucha de clases como determinante
de la consciencia no empezó ayer, ni hace unos cientos de años. Al igual que
Marx y Engels descubrieron, si nuestra lucha se sigue suficientemente hasta el
pasado, se podrá ver que adopta otras formas, contradicciones sexuales siendo
una de las principales.
Las contradicciones que desembocaron en la
transformación sexual pueden ser rastreadas hasta el hecho de que el
aprendizaje complejo depende de cerebros grandes. Éstos necesitan tiempo para desarrollarse.
Además de incluir un grado inusual de vulnerabilidad infantil tras el parto,
estos cerebros necesitan una infancia prolongada en la cual se aprende lo
suficiente. Por lo tanto, la evolución de Homo sapiens con grandes cerebros trajo
consigo una carga infantil dramáticamente intensificada. Para no derrotar a las
madres que eran las principales responsables, era vital para las hembras en
evolución asegurarse de que el sexo opuesto contribuyera más de lo que nunca
habían hecho antes los primates macho, incluyendo otros humanos.
Para comprender esto, tienen que darse cuenta
de que los primates macho, como por ejemplo gorilas o chimpancés, no aportan
comida para sus crías. Eso lo dejan enteramente para las madres. Si suponemos
que, inicialmente, los ancestros simiescos de los humanos macho fueran igual de
reacios a ser proveedores y que la evolución humana girara en torno a las
contradicciones y luchas en esos temas, entonces los misterios de los orígenes
culturales humanos empiezan a disiparse.
Cuando un chimpancé macho captura un mono u
otro animal, a veces una hembra se acerca para presentarle sus cuartos traseros
sexualmente. Si la hembra se encuentra en celo y el macho está interesado, es
posible que ella reciba una parte de su carne, que se comerá allí mismo,
posiblemente mientras continúa la copulación. Naturalmente, si una segunda
hembra llega al lugar de captura, se pondrá en competición con la primera para
los favores del macho. Por razones obvias, podemos ver que esta estrategia no
conduce a la solidaridad femenina. Tampoco promueve la solidaridad entre los
machos. La lógica de esta situación obliga a los machos a pelear entre ellos,
usando cualquier carne que puedan obtener para atraer a las hembras.
Hembras humanas, como las pruebas
arqueológicas nos muestran, hicieron exactamente lo contrario. A medida que la
revolución progresaba, ya no se encontraban siguiendo a los machos con comida.
Por lo contrario, se erguían firmes e inmóviles con sus crías.
Podemos ver esto con las pruebas arqueológicas
de sus hogares, hogueras, etc. A diferencia de las hembras neandertales, las
mujeres de nuestra especie se resistieron a la presión masculina de mudarse sin
rumbo de un campamento a otro. La mayor parte del tiempo, sin duda se
sostuvieron solas con los alimentos que recolectaron ellas mismas. Pero cuando
querían carne, como esas épocas en las que los alimentos para recolectar eran
escasos, adoptaban una nueva, revolucionaria estrategia.
En lugar de viajar buscando comida sin rumbo,
consiguieron que los machos hicieran todos los viajes necesarios por ellas. En
lugar de correr por la carne, hicieron que la carne llegara a ellas. El truco
era bastante simple en esencia. Le dijeron NO a cualquier hombre que se
acercara sin carne. Cualquier hombre que intentara desafiar tal resistencia
sexual femenina se encontraba con un muro de hostilidad colectivo, generado por
la lógica de la situación. Los lectores que hayan participado en los piquetes
durante huelgas lo entenderán.
No tendría sentido decirle que no a un hombre
vago o con las manos vacías si las mujeres no estuvieran preocupadas de que
alguna hermana sin pensarlo dijera que sí. El hombre simplemente haría trampa y
buscaría una alternativa. En otras palabras, la estrategia del NO
significaría escoger el momento adecuado, asegurándose de que todas las hembras
en la zona estuvieran de acuerdo. El NO de las mujeres, por lo tanto,
para que la estrategia tuviera éxito, debe haber sido una señal común.
Las organizadoras de la huelga sexual, a
medida que se convierten en conscientes y cultas, tenían un reloj biológico
preparado para facilitar tal estrategia. La hembra humana esconde su ovulación,
para que ningún macho pueda saber precisamente cuándo es más fértil. En el
ciclo, pierde mucha más sangre que otras primates, así su periodo menstrual
señala la fertilidad inminente. Puede tener sexo cuando quiera en su ciclo o
negarse en cualquier momento.
Finalmente, las mujeres tienen la capacidad de
sincronizar sus ciclos menstruales las unas con las otras. La duración habitual
del ciclo humano indica una estrategia evolucionaria de sincronización de
ciclos, usando la luna para mantener a todas en fase: a diferencia del ciclo de
las chimpancés, que suele ser de 36 días, el humano suele ser de 29,5 días, precisamente
el tiempo que necesita la luna para pasar por sus fases, tal como se ve desde
la Tierra.
La solidaridad aumentó la consciencia de las
mujeres, como si las hiciera más inteligentes. La solidaridad proveniente de
esta huelga facilitaría la sincronización menstrual, permitiendo a las mujeres
experimentar con su reloj biológico como una muestra de fuerza colectiva. Las hembras
se convirtieron en mujeres cuando establecieron su propio orgullo, su
propia dignidad, su propio poder. Fortalecidas al encontrarse en solidaridad
las unas con las otras, las mujeres recurrieron colectivamente a sus propios
medios biológicos para convertir su sangre menstrual en un significado
completamente nuevo, construido colectivamente, como símbolo de tabú o
inviolable. Las mujeres escogieron cada periodo
sincronizado como el mejor momento para ponerse de huelga.
Tal acción colectiva, pensada para la luna
nueva, señalaría el comienzo de un nuevo mes de preparaciones para una
ceremonia de caza colectiva, culminando esta cuidadosamente preparada expedición
alrededor de la luna llena.
En estas circunstancias el flujo de la sangre,
lejos de simbolizar debilidad o discapacidad, sería experimentada como el
símbolo de la solidaridad y el poder de las mujeres, incluyendo la solidaridad
con los hombres como hijos y hermanos en el papel de defensores de las mujeres.
Y debo añadir que si tal muestra de solidaridad de sangre o de clan fuera de
alguna forma como la solidaridad de clase moderna —como Engels pensaba— entonces la bandera de
hermandad femenina revolucionaria puede haber preconfigurado la consigna del
socialismo actual.
En el transcurso de los orígenes culturales,
la regla contra violaciones era para la condición de mujer revolucionaria lo
que la línea de piquetes es para el comunismo revolucionario hoy día. Era la primera
regla cultural, la que debía ser establecida a toda costa, y el cimiento en el
cual el resto de reglas se construyeron. No me avergüenzo de utilizar los
principios de la teoría darwinista moderna del «gen egoísta» para llegar a
estas conclusiones. Marx hizo lo mismo en su propia época: cogió la teoría
clásica de política económica que estaba siendo utilizada para justificar el
sistema de opresión de clases y, en lugar de ignorarla, enfocó en sus
contradicciones internas. Pudo darle un uso revolucionario.
El darwinismo moderno observa la sociabilidad
humana en el periodo precultural y ve paralelos con la economía burguesa en
todos lados. Es particularmente poderosa por eso, porque quiere mostrar que las
realidades depredadoras y competitivas de la sociedad contemporánea están
arraigadas en la «naturaleza humana». Mi opinión es que ese comportamiento
motivado por los requisitos de los genes «egoístas» es realmente lo que conduce
la evolución darwinista. No hay motivo para negarlo. Lo importante es que los
humanos se convierten en humanos cuando derrocan la lógica de la naturaleza.
Nos encontramos con cultura, que es diferente. La cultura, basada en la
solidaridad, reconstruyó completamente nuestra naturaleza. Esto es de lo que
trataba la revolución humana y por eso es tan importante reconocerlo como el
principio de nuestra herencia revolucionaria.
Ganamos la revolución en una ocasión. Esto
quiere decir que la podemos ganar de nuevo.
Chris Knight
Traducido por Deborah Scordo
Mackie
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