jueves, 6 de junio de 2013

SEXO Y SOLIDARIDAD



La imagen del «hombre, poderoso cazador» ha dominado el pensamiento científico en el tema de la evolución humana durante la mayor parte del siglo XX. Hasta los años 80, muchos creían que la división del trabajo según el sexo —hombres que se van a cazar y traen a casa la carne— se estableció hace miles de años en un proceso conectado a la evolución del bipedismo, la creación de herramientas y el cerebro humano, particularmente grande y complejo.

A finales del siglo XX, sin embargo, ocurrió una revolución en los campos de la arqueología y la paleontología. Métodos de excavación y análisis más rigurosos llevaron a la conclusión de que los homínidos más antiguos (australopitecus) eran en realidad criaturas parecidas a los simios con vidas parecidas, y de que era una «evolución humana» mucho más reciente la que desembocó en la cultura simbólica, incluyendo el lenguaje.

Los arqueólogos han descubierto que, al menos en Europa, no hay evidencia de partidas de caza organizadas que recurrieran largas distancias, cazando presas de gran tamaño o transportando carne a un campamento base de forma sistemática. Este tipo de estrategia económica, conocida técnicamente como «caza logística», no se produjo en Europa hasta la llamada «revolución del Alto Paleolítico» hace unos 40.000 años. Antes de este periodo, humanos arcaicos como los neandertales sin duda cazaban y comían carne. Pero sus estrategias de «caza por encuentro» dependían menos de planificación por anticipado y evidentemente podían tener éxito sin la necesidad de los misterios y complejidades de la cultura simbólica.


Hoy día, los arqueólogos y los paleontólogos están mayoritariamente de acuerdo: los habitantes europeos premodernos —los neandertales— eran muy inteligentes y genéticamente capaces de al menos una cultura simbólica rudimentaria. Pero por razones que permanecen sin explicar no se dieron cuenta de su potencial y al final se extinguieron. La opinión más popular hoy día es que el Homo sapiens moderno (nuestra propia especie) surgió en otra parte en un precipitado «evento de especiación». Al comienzo en números reducidos, la nueva especie parece haber surgido en algún lugar de África hace unos 150.000 años; después empezó a expandirse rápidamente por todo el planeta entre hace 60.000 y 40.000 años. Los arqueólogos se refieren frecuentemente a este proceso como una especie de revolución: la «revolución humana», también conocida como la «explosión simbólica». Como es habitual, los detalles pueden ser debatidos, pero el consenso principal es que durante esta revolucionaria transición aparecieron en la escena el lenguaje, arte, ritual y la cultura simbólicos.

¿En qué consistió la «revolución humana»? Esos primatólogos, biólogos evolucionistas y otros tratando de descifrar la dinámica interna se han puesto de acuerdo en un punto: no tiene sentido hablar de «el hombre, cazador» o «el hombre, creador de herramientas» de forma aislada. El comportamiento de uno de los sexos depende fuertemente del otro. En otras palabras, la búsqueda de comida femenina, la reproducción y otras estrategias deben ser incluidas. Engels reconoció esto en el pasado, como veremos a continuación. Pero, por supuesto, el enfoque de la ciencia evolutiva moderna en estrategias femeninas tienen poco que ver con la influencia de Engels. En lugar de eso, la seguridad científica en este asunto tiene como raíz la teoría Darwinista estándar. Humanos son primates, y los primates son mamíferos. Entre los mamíferos en general, las estrategias femeninas de alimentación, apareamiento y reproducción son absolutamente decisivas en el control y resultado del comportamiento masculino y en conducir el cambio evolutivo.

La revolución humana ocurrió. Los detalles de cómo precisamente todavía no han sido acordados.

Mi trabajo como marxista está esencialmente basado en los detalles, de la dinámica social y política de esa revolución. Cuando los mejores especialistas de los orígenes humanos hablan de «revolución humana», no es mucho más que un término formal, que cada uno interpreta más o menos como quiere. Los paleontólogos se basan en huesos excavados, y es menos fácil ver la política en eso. Los académicos pueden hablar de revolución humana sin pensar las cosas como harían los marxistas. ¿Acaso fue la transición clave una forma de revolución social? ¿O fue, por lo contrario como insiste Noam Chomsky, un evento meramente «cognitivo»? Muchos académicos no le dan importancia. En muchos aspectos esto puede ser afortunado, ya que los científicos tienden a ser menos defensivos y más abiertos de mente cuando no necesitan ver una conexión con la política.

Pero para los marxistas las cosas son diferentes. Ciencia y política siempre estarán conectadas, aún cuando se niega. Chomsky, por ejemplo, está forzado a negar la naturaleza social de lo que él llama «el gran paso adelante», porque su estrategia entera para asegurar fondos para sus proyectos (fondos militares incluidos) depende de su reivindicación de hacer «ciencias naturales» y no «ciencias sociales». Esto le conduce a afirmaciones absurdas, como la idea de que el lenguaje no es social ni comunicativo, ¡si no que surgió de la nada en un cerebro que empezó a hablarse a sí mismo! Los marxistas no tienen tiempo para semejante basura.

Desde el momento en que empezamos a pensar de una «revolución humana» en el pasado precultural, estamos condenados a preguntarnos sobre la dinámica social, los conflictos, las luchas de fuerzas rivales. Sin embargo no pudo ser «clase» en el sentido ordinario el problema en cuestión en una etapa tan temprana. Así que, ¿qué fue?

Pues bien, la única respuesta teóricamente posible es la de Engels en El origen de la familia, propiedad privada y el estado. La dinámica sólo puede haber sido sexual. O, para ser más precisos, los conflictos y divisiones de «clases» en este periodo sólo pueden haber sido divisiones y conflictos entre sexos. Siguiendo esta lógica, debe haber habido una revolución sexual que llevó a lo que Engels llamó la «primacía» de las mujeres en el «hogar comunístico».

Sería un gran error científico argumentar que podemos hacer inferencias válidas sobre los primeros cazadores-recolectores basándonos en testimonios sobre la vida de nativos americanos en los siglos XVIII y XIX. Pero, dejando de lado tales dificultades, permítanme simplemente documentar la visión de Engels acerca de cómo sería el «comunismo primitivo». Esto puede ser necesario ya que muchos marxistas parecen haberlo olvidado.

Citando al misionero Arthur Wright, Engels describe como las mujeres iroquois ejercían su poder: «Normalmente, la porción femenina reinaba en el hogar... Los almacenes se manejaban en común, pero pobre del perezoso marido o amante que no ponía su parte en el mantenimiento. No importa cuántos hijos, o cuántos bienes él pudiera tener en casa, en cualquier momento le pueden ordenar que coja su manta y se largue; y después de estas órdenes no sería saludable para él desobedecer. La casa estaría demasiado caliente para él y debe volver a su propio clan». (F. Engels El origen de la familia, propiedad privada y el estado.)

El poder de las mujeres, según este testimonio, se basaba en su propia solidaridad, y en el hecho de que tenían el derecho de romper sus relaciones sexuales con hombres en cualquier momento.

Mi trabajo tiene como principio la idea de que ser completamente humano es ser consciente, y que esa consciencia de cualquier modo con importancia tiene algo que ver con la lucha de clases. ¿Qué tiene que ver eso con los orígenes humanos? La respuesta es que la lucha de clases como determinante de la consciencia no empezó ayer, ni hace unos cientos de años. Al igual que Marx y Engels descubrieron, si nuestra lucha se sigue suficientemente hasta el pasado, se podrá ver que adopta otras formas, contradicciones sexuales siendo una de las principales.

Las contradicciones que desembocaron en la transformación sexual pueden ser rastreadas hasta el hecho de que el aprendizaje complejo depende de cerebros grandes. Éstos necesitan tiempo para desarrollarse. Además de incluir un grado inusual de vulnerabilidad infantil tras el parto, estos cerebros necesitan una infancia prolongada en la cual se aprende lo suficiente. Por lo tanto, la evolución de Homo sapiens con grandes cerebros trajo consigo una carga infantil dramáticamente intensificada. Para no derrotar a las madres que eran las principales responsables, era vital para las hembras en evolución asegurarse de que el sexo opuesto contribuyera más de lo que nunca habían hecho antes los primates macho, incluyendo otros humanos.

Para comprender esto, tienen que darse cuenta de que los primates macho, como por ejemplo gorilas o chimpancés, no aportan comida para sus crías. Eso lo dejan enteramente para las madres. Si suponemos que, inicialmente, los ancestros simiescos de los humanos macho fueran igual de reacios a ser proveedores y que la evolución humana girara en torno a las contradicciones y luchas en esos temas, entonces los misterios de los orígenes culturales humanos empiezan a disiparse.

Cuando un chimpancé macho captura un mono u otro animal, a veces una hembra se acerca para presentarle sus cuartos traseros sexualmente. Si la hembra se encuentra en celo y el macho está interesado, es posible que ella reciba una parte de su carne, que se comerá allí mismo, posiblemente mientras continúa la copulación. Naturalmente, si una segunda hembra llega al lugar de captura, se pondrá en competición con la primera para los favores del macho. Por razones obvias, podemos ver que esta estrategia no conduce a la solidaridad femenina. Tampoco promueve la solidaridad entre los machos. La lógica de esta situación obliga a los machos a pelear entre ellos, usando cualquier carne que puedan obtener para atraer a las hembras.

Hembras humanas, como las pruebas arqueológicas nos muestran, hicieron exactamente lo contrario. A medida que la revolución progresaba, ya no se encontraban siguiendo a los machos con comida. Por lo contrario, se erguían firmes e inmóviles con sus crías.

Podemos ver esto con las pruebas arqueológicas de sus hogares, hogueras, etc. A diferencia de las hembras neandertales, las mujeres de nuestra especie se resistieron a la presión masculina de mudarse sin rumbo de un campamento a otro. La mayor parte del tiempo, sin duda se sostuvieron solas con los alimentos que recolectaron ellas mismas. Pero cuando querían carne, como esas épocas en las que los alimentos para recolectar eran escasos, adoptaban una nueva, revolucionaria estrategia.

En lugar de viajar buscando comida sin rumbo, consiguieron que los machos hicieran todos los viajes necesarios por ellas. En lugar de correr por la carne, hicieron que la carne llegara a ellas. El truco era bastante simple en esencia. Le dijeron NO a cualquier hombre que se acercara sin carne. Cualquier hombre que intentara desafiar tal resistencia sexual femenina se encontraba con un muro de hostilidad colectivo, generado por la lógica de la situación. Los lectores que hayan participado en los piquetes durante huelgas lo entenderán.

No tendría sentido decirle que no a un hombre vago o con las manos vacías si las mujeres no estuvieran preocupadas de que alguna hermana sin pensarlo dijera que sí. El hombre simplemente haría trampa y buscaría una alternativa. En otras palabras, la estrategia del NO significaría escoger el momento adecuado, asegurándose de que todas las hembras en la zona estuvieran de acuerdo. El NO de las mujeres, por lo tanto, para que la estrategia tuviera éxito, debe haber sido una señal común.

Las organizadoras de la huelga sexual, a medida que se convierten en conscientes y cultas, tenían un reloj biológico preparado para facilitar tal estrategia. La hembra humana esconde su ovulación, para que ningún macho pueda saber precisamente cuándo es más fértil. En el ciclo, pierde mucha más sangre que otras primates, así su periodo menstrual señala la fertilidad inminente. Puede tener sexo cuando quiera en su ciclo o negarse en cualquier momento.

Finalmente, las mujeres tienen la capacidad de sincronizar sus ciclos menstruales las unas con las otras. La duración habitual del ciclo humano indica una estrategia evolucionaria de sincronización de ciclos, usando la luna para mantener a todas en fase: a diferencia del ciclo de las chimpancés, que suele ser de 36 días, el humano suele ser de 29,5 días, precisamente el tiempo que necesita la luna para pasar por sus fases, tal como se ve desde la Tierra.

La solidaridad aumentó la consciencia de las mujeres, como si las hiciera más inteligentes. La solidaridad proveniente de esta huelga facilitaría la sincronización menstrual, permitiendo a las mujeres experimentar con su reloj biológico como una muestra de fuerza colectiva. Las hembras se convirtieron en mujeres cuando establecieron su propio orgullo, su propia dignidad, su propio poder. Fortalecidas al encontrarse en solidaridad las unas con las otras, las mujeres recurrieron colectivamente a sus propios medios biológicos para convertir su sangre menstrual en un significado completamente nuevo, construido colectivamente, como símbolo de tabú o inviolable. Las mujeres escogieron cada periodo sincronizado como el mejor momento para ponerse de huelga.

Tal acción colectiva, pensada para la luna nueva, señalaría el comienzo de un nuevo mes de preparaciones para una ceremonia de caza colectiva, culminando esta cuidadosamente preparada expedición alrededor de la luna llena.

En estas circunstancias el flujo de la sangre, lejos de simbolizar debilidad o discapacidad, sería experimentada como el símbolo de la solidaridad y el poder de las mujeres, incluyendo la solidaridad con los hombres como hijos y hermanos en el papel de defensores de las mujeres. Y debo añadir que si tal muestra de solidaridad de sangre o de clan fuera de alguna forma como la solidaridad de clase moderna  —como Engels pensaba— entonces la bandera de hermandad femenina revolucionaria puede haber preconfigurado la consigna del socialismo actual.

En el transcurso de los orígenes culturales, la regla contra violaciones era para la condición de mujer revolucionaria lo que la línea de piquetes es para el comunismo revolucionario hoy día. Era la primera regla cultural, la que debía ser establecida a toda costa, y el cimiento en el cual el resto de reglas se construyeron. No me avergüenzo de utilizar los principios de la teoría darwinista moderna del «gen egoísta» para llegar a estas conclusiones. Marx hizo lo mismo en su propia época: cogió la teoría clásica de política económica que estaba siendo utilizada para justificar el sistema de opresión de clases y, en lugar de ignorarla, enfocó en sus contradicciones internas. Pudo darle un uso revolucionario.

El darwinismo moderno observa la sociabilidad humana en el periodo precultural y ve paralelos con la economía burguesa en todos lados. Es particularmente poderosa por eso, porque quiere mostrar que las realidades depredadoras y competitivas de la sociedad contemporánea están arraigadas en la «naturaleza humana». Mi opinión es que ese comportamiento motivado por los requisitos de los genes «egoístas» es realmente lo que conduce la evolución darwinista. No hay motivo para negarlo. Lo importante es que los humanos se convierten en humanos cuando derrocan la lógica de la naturaleza. Nos encontramos con cultura, que es diferente. La cultura, basada en la solidaridad, reconstruyó completamente nuestra naturaleza. Esto es de lo que trataba la revolución humana y por eso es tan importante reconocerlo como el principio de nuestra herencia revolucionaria.

Ganamos la revolución en una ocasión. Esto quiere decir que la podemos ganar de nuevo.

Chris Knight
Traducido por Deborah Scordo Mackie



No hay comentarios:

Publicar un comentario