Peter Jay, periodista especializado en economía, entrevistó en 1976 a Noam Chomsky en London Weekend TV.
Profesor
Chomsky, para empezar quizá sería lo mejor que tratara de decirnos qué es lo que
no se ha de entender por anarquismo; la palabra anarquía, como es sabido,
proviene del griego y significa literalmente sin gobierno, pero supongo que
quienes hablan de anarquía o de anarquismo como sistema de Filosofía política
no quieren con eso decir simplemente que son partidarios de que a partir del 19
de enero del año que viene, pongamos por caso, deje de existir de repente todo
gobierno tal como hoy lo entendemos y que ya no habrá ni policía ni normas de
la circulación, ni leyes ni recaudadores de impuestos y ni siquiera servicios
de correos, teléfonos y telégrafos, etc. Me imagino que con esas palabras
entienden algo más complicado que todo eso.
Bueno,
entendámonos; le digo sí a algunas de sus cuestiones y no a otras. Lo más
probable es que los defensores de la anarquía o del anarquismo sean partidarios
de que no haya policía, pero no de que deba prescindiese de las normas del
tráfico. Yo querría empezar diciendo que el término anarquismo abarca una gran
cantidad de ideas políticas y que yo prefiero entenderlo como la izquierda de
todo movimiento libertario. Desde estas posiciones podríamos concebir el
anarquismo como una especie de socialismo voluntario, es decir: como un
socialismo libertario, o como un anarcosindicalismo, o como un comunismo
libertario o anarquismo comunista, según la tradición de Bakunin, Kropotkin y
otros. Estos dos grandes pensadores proponían una forma de sociedad altamente
organizada, aunque organizada sobre la base de unidades orgánicas o de
comunidades orgánicas. Generalmente, por estas dos expresiones entendían el
taller y el barrio, y a partir de este par de unidades orgánicas derivar
mediante convenios federales una organización social sumamente integrada que
podría tener alcances nacionales e internacionales. Toda decisión, a todo
nivel, habría de ser tomada por mayoría sobre el terreno y todos los delegados
representantes de cada comunidad orgánica han de formar parte de ésta y han de
provenir de la misma, a la cual han de volver y en la cual, de hecho, viven.
Así
que no se trata de una sociedad en la que no haya, literalmente hablando, gobierno,
sino más bien de una sociedad en la que la dirección principal de la autoridad
viene de abajo. Contrariamente a las democracias representativas tales como las
que existen en Estados Unidos y en Gran Bretaña que adoptan una forma de
autoridad de arriba abajo, aunque en última instancia decidan los votantes.
Esa
democracia representativa estadounidense o británica la critica un anarquista
por dos razones. Primero porque se ejerce un monopolio del poder centralizado
en el Estado y, segundo —críticamente hablando—, porque la democracia
representativa está limitada a la esfera política sin extender de un modo
consecuente su carácter al terreno económico. Los anarquistas de la tradición a
que aludimos siempre han creído que el control sobre la propia vida productiva
es la condición sine qua non de toda liberación humana verdadera, de hecho, de
toda práctica democrática significativa. Es decir, que mientras haya ciudadanos
que estén obligados a alquilarse en el mercado de mano de obra a quienes interese
emplearlos para sus negocios, mientras la función del productor esté limitada a
ser utensilio subordinado, habrán elementos coercitivos y de opresión
francamente escandalosos que no invitan ni mucho menos a hablar en tales
condiciones de democracia, si es que tiene sentido hacerlo todavía.
¿Da
la historia ejemplos duraderos y a cualquier escala un tanto sustancial de
sociedades que se hayan aproximado al ideal anarquista?
Sí,
han existido sociedades cuantitativamente pequeñas que creo han logrado
bastante realizar ese ideal, aparte de que da la historia ejemplos de
revolución libertaria a gran escala de estructura principalmente anarquista.
Pero volviendo a lo primero, personalmente creo que el ejemplo tal vez más
dramático es el de los kibbutzim israelíes, los cuales durante un largo
periodo estuvieron realmente regidos por principios anarquistas, es decir:
autogestión, control directo de los trabajadores en toda la gestión de la
empresa, integración de la agricultura, la industria y los servicios, así como
la participación y prestación personales en el autogobierno. Me atrevo a
afirmar que tuvieron un éxito extraordinario en casi todas las medidas que
tuvieron que imponerse.
Pero
seguramente estaban, y aún lo están, encuadrados esos kibbutzim en el
marco de un Estado tradicional que les garantiza cierta estabilidad
fundamental.
No
siempre ha sido así. La historia de los kibbutzim es bastante
interesante a este respecto. Sólo desde 1948 están engranados en la maquinaria
de un Estado convencional. Antes sólo obedecían a los imperativos de un enclave
colonial y, en realidad, existía una sociedad subyacente, mayormente
cooperativista, que de hecho no formaba parte del sistema supraestructural del
mandato británico, sino que funcionaba subrepticiamente fuera del alcance de
este mandato. Y aun hasta cierto punto, esa sociedad cooperativista sobrevivió
a la fundación del Estado de Israel, pero -naturalmente- acabó por integrarse
en él perdiendo así, a mi parecer, gran parte de su carácter socialista
libertario la región de los kíbbutzim israelíes, por razón del proceso político
que la misma fundación de una nación acarreaba, amén de otros procesos
acarreados por la historia de la región en su coyuntura internacional que no
hay por qué tratar aquí.
Sin
embargo, como instituciones socialistas libertarias en funciones, creo que los kíbbutzim
israelíes pueden pasar por un modelo interesante y sumamente apropiado para
sociedades industriales avanzadas en la medida en que otros ejemplos existentes
en el pasado no lo son.
Un
buen ejemplo de revolución anarquista realmente a gran escala —de hecho el
mejor ejemplo que conozco— es el de la revolución española de 1936, durante la
cual, y en la mayor parte de España republicana, se llevó a cabo una revolución
anarquista (o eminentemente inspirada en el anarquismo) que comprendía tanto la
organización de la agricultura como de la industria en extensiones
considerables, habiéndose desarrollado además de una manera que, al menos visto
desde fuera, da toda la impresión de la espontaneidad. Pero si buscamos las
raíces más hondas y sus orígenes, caemos en la cuenta de que ese resultado es
debido a unas tres generaciones de abnegados militantes organizando sin cesar,
experimentando, pensando y trabajando por difundir las ideas anarquistas entre
vastas capas de la población en aquella sociedad eminentemente preindustrial,
aunque no preindustrial del todo. También esta experiencia tuvo gran éxito,
tanto desde el punto de vista de las condiciones humanas como de las medidas
económicas. Quiere decirse que la producción continuó su curso con más
eficiencia si cabe; los trabajadores del campo y de la fábrica demostraron ser
perfectamente capaces de administrar las cosas y administrarse sin presión
alguna desde arriba, contrariamente a lo que habían imaginado muchos
socialistas, comunistas, liberales y demás ciudadanos de la España republicana (¡por no
hablar de la otra!) y, francamente, quién sabe el juego que esta experiencia
habría podido dar para el bienestar y la libertad del mundo. Por desgracia,
aquella revolución anarquista fue destruida por la fuerza bruta, a pesar de que
mientras estuvo vigente tuvo un éxito sin precedentes y de haber sido, repito,
un testimonio muy inspirador en muchos aspectos sobre la capacidad de la gente
trabajadora pobre de organizar y administrar sus asuntos de un modo plenamente
acertado sin opresión ni controles externos o superiores. Ahora bien; en qué
medida la experiencia española es aplicable a sociedades altamente industrializadas,
es una cuestión que habría que investigar con todo detalle.
Lo
que aparece claro para todo el mundo es que la idea fundamental del anarquismo
se ancla en la prioridad del Individuo —no necesariamente aislado, sino precisamente
junto con otros individuos— y la realización de su libertad. Esto nos suena a
lo que proclamaban los fundadores de los Estados Unidos. ¿Qué ha pasado con la
experiencia estadounidense que ha hecho de aquella libertad invocada por dicha
tradición una palabra sospechosa y hasta corrompida en los oídos de los
pensadores anarquistas y de los socialistas libertarios como usted?
Permítame
aclarar ante todo que yo no me considero un pensador anarquista. Digamos que
soy un compañero de viaje por derivación, del anarquismo. Siempre se han
expresado los pensadores anarquistas muy favorablemente respecto a la
experiencia estadounidense y al ideal de la democracia jeffersoniana. Ya sabe
que para Jefferson el mejor gobierno es el que gobierna menos, o la apostilla a
este aforismo de Thoreau según la cual el mejor gobierno es el que no gobierna
nada en absoluto. Ambas frases fórmulas las han repetido los pensadores
anarquistas en toda ocasión y a través de los tiempos desde que existe la
doctrina anarquizante. Pero el ideal de la democracia jeffersoniana —dejando
aparte el hecho de que fuese todavía una sociedad con esclavos— se desarrolló
dentro de un sistema precapitalista, o sea: en una sociedad en la cual no
ejercía el control ningún monopolio ni habían focos importantes de poder
privado. Es realmente sorprendente leer hoy algunos textos libertarios
clásicos. Leyendo, por ejemplo, La crítica del Estado (1791) de Wilhelm
von Humboldt, obra muy significativa que de seguro inspiró a Mill, se da uno
cuenta que no se habla en ella para nada de la necesidad de oponerse a la
concentración del poder privado y más bien se trata de la necesidad de
contrarrestar la usurpación del poder coercitivo del Estado. Lo mismo ocurre en
los principios de la tradición estadounidense. ¿Por qué? Sencillamente, porque
era ésa la única clase de poder que existía. Quiero decir que Von Humboldt daba
por supuesto que todo individuo poseía más o menos un grado de poder similar,
pero de poder privado, y que el único desequilibrio real se producía en el seno
del Estado centralizado y autoritario, y que la libertad debía ser protegida
contra toda intervención del Estado y la Iglesia. Esto es lo
que él creía que había que combatir.
Ahora bien; cuando nos habla, por ejemplo, de la necesidad de ejercer control sobre la propia vida creadora, cuando impreca contra la alienación por el trabajo, resultante de la coacción o tan sólo de las instrucciones o dirigismo en el trabajo de cada uno, en vez de actuar por autogestión, entonces revela su ideología antiestatal y antiteocrática. Pero los mismos principios sirven para la sociedad industrial capitalista que se formó más tarde. Estoy inclinado a creer que Von Humboldt, de haber persistido en su búsqueda ideológica, habría acabado por ser un socialista libertario.
Ahora bien; cuando nos habla, por ejemplo, de la necesidad de ejercer control sobre la propia vida creadora, cuando impreca contra la alienación por el trabajo, resultante de la coacción o tan sólo de las instrucciones o dirigismo en el trabajo de cada uno, en vez de actuar por autogestión, entonces revela su ideología antiestatal y antiteocrática. Pero los mismos principios sirven para la sociedad industrial capitalista que se formó más tarde. Estoy inclinado a creer que Von Humboldt, de haber persistido en su búsqueda ideológica, habría acabado por ser un socialista libertario.
Todos
estos antecedentes, ¿no sugieren que hay algo inherente al estado preindustrial
en todo lo relativo a la aplicabilidad de las ideas libertarías? En otras
palabras: que las ideas libertarías presuponen necesariamente una sociedad
básicamente rural con una tecnología y una producción bastante simples y cuya
organización económica tienda a ser de pequeña escala y localizada.
Vamos
a ver, separemos su cuestión en dos preguntas: primera, ¿qué han pensado al
respecto los anarquistas?; y segunda, ¿cómo opino yo? En lo que respecta a las
respuestas anarquistas tenemos por lo menos dos. En primer lugar hay una
tradición anarquista —que podríamos hacer partir de un
Kropotkin— con ese carácter que acaba de describirnos. Pero en segundo lugar
existe otra tradición anarquista que al desarrollarse desemboca en el
anarcosindicalismo y que ve en el anarquismo la manera adecuada de organizar
una sociedad compleja de nivel industrial altamente avanzado. Y esta tendencia
dentro del anarquismo se confunde, o por lo menos se relaciona muy
estrechamente con una variedad de marxismo izquierdista de la especie de los
comunistas espartaquistas, por ejemplo, salidos de la tradición de Rosa Luxemburgo y que más tarde estuvo representada
por teóricos marxistas como Anton Pannekoek, quien desarrolló toda una teoría
sobre los consejos obreros de la industria, siendo él mismo un hombre de
ciencia, un astrónomo.
Pues
bien; ¿cuál de estos dos puntos de vista es el que se ajusta a la verdad? O en
otros términos: ¿tienen por objeto los conceptos anarquistas una sociedad
preindustrial exclusivamente o es el anarquismo también una concepción adecuada
para aplicarla a la organización de una sociedad industrial altamente avanzada?
Personalmente, creo en la segunda opción, es decir, creo que la
industrialización y el avance de la tecnología han cerrado consigo
posibilidades de autogestión sobre un terreno vasto como jamás anteriormente se
habían presentado. Creo, en efecto, que el anarcosindicalismo nos brinda
precisamente el modelo más racional de una sociedad industrial avanzada y
compleja en la que los trabajadores pueden perfectamente tomar a su cargo sus
propios asuntos de un modo directo e inmediato, o sea, dirigirlos y
controlarlos, sin que por eso no sean capaces al mismo tiempo de ocupar puestos
clave a fin de tomar las decisiones más sustanciales sobre la estructura
económica, instituciones sociales, planeamiento regional y suprarregional, etc.
Actualmente, las instituciones rectoras no les permiten a los trabajadores
ejercer control ninguno sobre la información necesaria en el proceso de la
producción ni tampoco poseen por lo demás el entrenamiento requerido para
entender en esos asuntos de dirección. Por otra parte, en una sociedad sin
intereses creados ni monopolios, gran parte de ese trabajo —administrativo
incluido— podría hacerse ya automatizado. Es del dominio público que las
máquinas pueden cumplir con un gran porcentaje de las tareas laborales que hoy
corren a cargo de los trabajadores y que, por lo tanto, éstos —una vez asegurado
mecánicamente un alto nivel de vida— podrían emprender libremente cualquier
labor de creación que antes objetivamente les habría sido imposible imaginar
siquiera, sobre todo en la fase primeriza de la revolución industrial.
Seguidamente
querría atacar el problema de la economía en una sociedad anarquista, pero
¿podría pintarnos con algo más de detalle la constitución política de una
sociedad anarquista tal y como se la imagina usted en las condiciones modernas
de vida actual? Se me ocurre preguntar, por ejemplo, si existirían en esa
sociedad partidos políticos y qué formas residuales de gobierno seguirían
existiendo en la práctica.
Permítame
esbozar lo que yo creo podría obtener aproximadamente un consenso entre los
libertarios, esbozo que naturalmente me parece en esencia, aunque mínimo,
correcto para el caso. Empezando por las dos clases de organización y control,
concretamente: la organización y el control en el lugar de trabajo y en la
comunidad, podríamos imaginar al efecto una red de consejos de trabajadores y,
a nivel superior, la representación interfábricas, o entre ramos de la
industria y comercio, o entre oficios y profesiones, y así sucesivamente hasta
las asambleas generales de los consejos de trabajadores emanados de la base a
nivel regional, nacional o internacional. Y desde el otro punto de vista, o
sobre la otra vertiente, cabe imaginar un sistema de gobierno basado en las
asambleas locales, a su vez federadas regionalmente y que entienda en asuntos
regionales, a excepción de lo concerniente a oficios, industria y comercio,
etc., para luego pasar al nivel nacional y a la confederación de naciones, etc.
Ahora bien; sobre el cómo se habrían de desarrollar exactamente estas estructuras y cuál sería su interrelación, o sobre si ambas son necesarias o sólo una, son preguntas éstas que los teóricos anarquistas han discutido y acerca de las cuales existen muchas variantes. Por ahora, yo no me atrevo a tomar partido; son cuestiones que habrá que ir elaborando y dilucidando a fondo y con calma.
Ahora bien; sobre el cómo se habrían de desarrollar exactamente estas estructuras y cuál sería su interrelación, o sobre si ambas son necesarias o sólo una, son preguntas éstas que los teóricos anarquistas han discutido y acerca de las cuales existen muchas variantes. Por ahora, yo no me atrevo a tomar partido; son cuestiones que habrá que ir elaborando y dilucidando a fondo y con calma.
Pero,
¿no habrían, por ejemplo, elecciones nacionales directas, o partidos políticos
organizados de punta a punta, como si dijéramos? Claro que si así fuera
posiblemente se crearía alguna especie de autoridad central lo que sería contrarío
a la idea anarquista.
No,
bueno, la idea anarquista propicia que la delegación de autoridad sea la mínima
expresión posible y que los participantes, a cualquiera de los niveles, del
gobierno deben ser directamente controlados por la comunidad orgánica en la que
viven. La situación óptima sería, pues, que la participación a cualquier nivel
del gobierno sea solamente parcial, es decir: que los miembros de un consejo de
trabajadores que, de hecho, ejercen sus funciones tomando decisiones que los
demás trabajadores no tienen tiempo de tomar, sigan haciendo al mismo tiempo su
trabajo en el tajo, taller o fábrica en que se empleen, o su labor o misión en
la comunidad, barrio o grupo social al que pertenecen.
Y
respecto a los partidos políticos, mi opinión es que una sociedad anarquista no
tiene forzosamente por qué prohibirlos. Puesto que, de hecho, el anarquismo
siempre se ha basado en la idea de que cualquier lecho de Procusto, cualquier
sistema normativo impuesto en la vida social ha de restringir y menoscaba
notablemente su energía y vitalidad y que, más bien, toda clase de nuevas
posibilidades de organización voluntaria pueden ir apareciendo a un nivel
superior de cultura material e intelectual. Pero yo creo, sinceramente, que si
llega el caso de que se crea necesaria la existencia de partidos políticos
habrá fallado la sociedad anarquista. Quiero decir que, a mi modo de ver, en
una situación con participación directa en el autogobierno y en la autogestión
de los asuntos económicos y sociales, las disensiones, los conflictos, las
diferencias de intereses, de ideas y de opiniones tendían que ser no sólo bien
acogidas, sino cultivadas incluso, para ser expresadas debidamente a cada uno
de los distintos niveles. No veo por qué habrían de coincidir esas diferencias
con unos partidos que no se crean a partir de las diferencias, sino para
crearlas precisamente. No creo que la complejidad del interés humano y de la
vida venga mejor servida dividiéndola de ese modo. En realidad, los partidos
representan fundamentalmente intereses de clase, y las clases tendrían que
haber sido eliminadas o superadas en una sociedad como la que nos ocupa.
Una
última pregunta sobre organización política. Con esa serie jerárquica de
asambleas y de estructura cuasi gubernamental, sin elecciones directas, ¿no se
corre el peligro de que el órgano central o el organismo que está en la cúspide
de la pirámide, como si dijéramos, se aleje demasiado de la base y que si tiene
poderes en asuntos internacionales, por ejemplo, podría incluso disponer de
fuerzas armadas u otros instrumentos de violencia y que, a fin de cuentas,
estaría menos vigilado que lo está un gobierno en las actuales democracias
parlamentarias?
Es
condición de primera importancia en toda sociedad libertaria prevenir semejante
rumbo en los asuntos públicos de carácter nacional e internacional y a ese fin
hay que crear las instituciones necesarias. Lo que creo que es perfectamente
factible. Personalmente, estoy convencido de que la participación en el gobierno
no es un trabajo full-time. Puede serlo en una sociedad irracionalmente regida
en la que se provocan toda clase de problemas por la misma irracionalidad de
las instituciones. Pero en una sociedad industrial avanzada funcionando como es
debido por cauces libertarios, me imagino que la puesta en ejecución de las
decisiones tomadas por los cuerpos representativos, es una ocupación part-time
que tendría que ser llevada a cabo por turno en el seno de cada comunidad y que
debería además exigir como condición a los que la ejerzan el no dejar sus
propias actividades profesionales, siquiera en parte. Supongamos que fuese
posible entender el gobierno como una función de empresa equivalente a la
producción de acero, pongo por caso. Si eso fuese factible —y yo creo que es
una cuestión de hechos empíricos que tiene que obedecer a sus propias
determinaciones y que no puede proyectarse como pura teoría—, si eso fuese
factible, digo, la consecuencia natural sería organizar el gobierno
industrialmente, como si fuera una rama más de la industria, con su propio
consejo de trabajadores y su propia disciplina autogestionaria y su propia
participación en las asambleas de mayor extensión o alcance.
Podría añadir aquí que así sucedió en los consejos de los trabajadores formados espontáneamente en algunas partes, como por ejemplo en la revolución húngara de 1956. Había en efecto, si no me equivoco, un consejo de empleados del Estado que se habían organizado sencillamente a la manera industrial o empresarial como otras ramas de la industria de tipo tradicional. Cosa semejante es perfectamente posible y tendría que ser -o podría ser- una barrera que impidiese la formación de esa especie de remota burocracia represiva que los anarquistas temen tanto, como es natural.
Podría añadir aquí que así sucedió en los consejos de los trabajadores formados espontáneamente en algunas partes, como por ejemplo en la revolución húngara de 1956. Había en efecto, si no me equivoco, un consejo de empleados del Estado que se habían organizado sencillamente a la manera industrial o empresarial como otras ramas de la industria de tipo tradicional. Cosa semejante es perfectamente posible y tendría que ser -o podría ser- una barrera que impidiese la formación de esa especie de remota burocracia represiva que los anarquistas temen tanto, como es natural.
Suponiendo
que continuase existiendo una cierta necesidad de autodefensa a nivel bastante
perfeccionado, no comprendo por su descripción de la sociedad anarquista cómo
podría ejercerse un control efectivo por parte del dicho sistema de consejos
representativos par-time y aun a varios niveles de abajo arriba, sobre una
organización tan poderosa y técnicamente tan perfeccionada por la fuerza de las
cosas como el pentágono, por ejemplo.
Bien,
bien, precisemos un poco la terminología. Usted habla del Pentágono como
organización defensiva, que es lo corriente. En 1947, cuando se aprobó la Ley de Defensa nacional, el
antiguo Ministerio de la Guerra
-que así se había venido llamando honradamente- pasó a llamarse Departamento de
la Defensa. Por
entonces era yo aún un estudiante y no me creía muy ducho en la materia, pero
sabía, como todo el mundo, que si el ejército estadounidense hasta entonces
podía haber estado implicado en la defensa de la nación —y parcialmente así
había sido— en adelante ya no sería el Departamento de Defensa más que un
ministerio de la agresión, y nada más.
Según
el principio de que no hay que creer nada hasta que se niegue oficialmente.
Exactamente.
Un poco bajo el supuesto con que esencialmente había concebido Orwell el Estado
moderno y su naturaleza. Y éste es exactamente el caso. Quiero decir que el
Pentágono no es de ningún modo el instrumento del Ministerio de la Defensa. Jamás ha
defendido a los Estados Unidos contra nadie y lo único que ha producido ha sido
agresión; por eso creo que el pueblo norteamericano estaría mucho mejor sin
Pentágono que con él. Pero en todo caso no lo necesita para su defensa. Su
intervención en los asuntos internacionales nunca ha sido -bueno, nunca es
mucho decir, pero costaría trabajo encontrar una excepción- su posición o
actitud característica la de apoyar la libertad o la de defender al pueblo. No
es éste el papel que desempeña la organización militar tan vasta que controla
el Departamento de la
Defensa. Sus tareas son más bien dos bien distintas y ambas
bastante antisociales.
La
primera es la de salvaguardar un sistema internacional en el que los llamados
intereses estadounidenses -con lo que se quiere significar principalmente
intereses comerciales sigan floreciendo. La segunda tarea cumple una misión
económica internacional. De ahí que el Pentágono haya sido el más importante
mecanismo keinesiano por el cual el gobierno interviene para mantener lo que
cómicamente se llama la salud de la economía mediante la incitación a producir,
es decir, llevando a la producción del despilfarro.
Ahora
bien, ambas funciones sirven a ciertos intereses, a intereses dominantes de
hecho, intereses dominantes de clase en la sociedad estadounidense. Pero no
creo que sirvan ni poco ni mucho al interés del público y un semejante sistema
de producción de despilfarro y de destrucción sería desmantelado en lo esencial
en una sociedad libertaria. Pero no hay que hablar demasiado de estas cosas. Si
nos imaginamos, por ejemplo, una revolución social en los Estados Unidos —cosa
que está muy lejos, diría yo—, mas si esto ocurriera, es difícil imaginar que
hubiese un enemigo real de fuerza capaz de amenazar la revolución social del
país; no iban a atacarnos Méjico o Cuba pongamos por caso. No creo, pues, que
una revolución en Estados Unidos necesitase defenderse contra un agresión
exterior. Mientras que si se proclamase una revolución social en Europa
occidental, creo que en tal caso el problema de la defensa adquiriría
caracteres críticos.
Iba
a decirle que seguramente no puede ser inherente a la idea anarquista la falta
de autodefensa, ya que hasta ahora todos los experimentos anarquistas han sido
aniquilados desde fuera.
Ya,
lo que pasa es que a esas cuestiones no se puede contestar más que
específicamente y siempre en relación con casos históricos concretos y en
condiciones objetivas.
No,
es que se me hacía difícil entender lo que decía del control democrático
adecuado para esa clase de organización, ya que me parece muy improbable que
los generales se controlasen a sí mismos del modo que a usted le pareciese
bien.
La
dificultad estriba en que yo quiero apuntar la complejidad de la cuestión. Todo
depende del país y de la sociedad de que se trate. En los Estados Unidos se
plantea una clase específica de problemas. Si la revolución social libertaria
se declara en Europa, creo que entonces los problemas que surgirían serían muy
serios, ya que se plantearía de inmediato un gran problema de defensa. Porque
supongo que si en la Europa
occidental se consiguiese un socialismo libertario de cierta envergadura, se
ceñiría sobre ella una amenaza militar inminente por dos partes, por la parte
de la Unión Soviética
y por la de Estados Unidos. Luego, el primer problema sería cómo defenderse.
Con este problema tuvo que enfrentarse la revolución española. Porque no sólo
estaba amenazada in situ por la intervención militar fascista, sino también por
las unidades armadas comunistas y por los enemigos liberales de la retaguardia
y de las naciones vecinas. Ante semejante magnitud y número de ataques, el
problema de la defensa era el más grave, por ser de vida o muerte.
A
pesar de todo esto, creo que hay que plantearse la cuestión de si la mejor
manera de hacerlo es a base de ejércitos centralizados con toda su tecnología
disuasiva; la verdad, no creo que la cosa sea tan de cajón. Por ejemplo, no
creo que un ejército europeo-occidental centralizado impediría un ataque ruso o
estadounidense con el fin de acabar con un socialismo libertario, porque la
suerte de ataque que esperaría, francamente, no sería quizá militar, sino
económico por lo menos.
Pero
por otra parte, tampoco es de esperar ya las clásicas algaradas de campesinos
armados con horcas y hoces...
No
hablamos de campesinos, sino de sociedades desarrolladas industrialmente y de
elevado urbanismo. Se me ocurre que su mejor arma sería atraer la simpatía de
las clases trabajadoras de los países atacantes. Pero repito que hay que ser
prudente. Y no es nada improbable que la revolución necesitara tanques,
ejército y que así se labrara su propia ruina por las razones antedichas. Es
decir, creo que es muy difícil imaginarse cómo podría funcionar en régimen
revolucionario un ejército central con sus tanques, aviones y armas
estratégicas. Y si eso es necesario para salvar las estructuras
revolucionarias, ¡ay de la revolución!
Si
el mejor método de defensa es, como usted dice, granjearse las simpatías de las
organizaciones políticas y económicas, tal vez sería a este propósito oportuno
entrar más en el detalle. En uno de sus ensayos dice usted que en una sociedad
decente, todo el mundo tendría la oportunidad de encontrar un trabajo
interesante y a cada cual le estaría permitido usar sus talentos por
ofrecérsele las más amplías oportunidades a ese mismo objeto. Después se
pregunta: ¿Y qué más haría falta? ¿Acaso una recompensa exterior en forma de
lujos o de poder? Eso en el caso de que supongamos que el hacer uso de los
propios talentos en un trabajo interesante y socialmente útil no nos recompensa
por sí solo. Creo que esta manera de razonar agrada a mucha gente. Pero aun así
necesita alguna explicación. Personalmente creo que el trabajo que a la gente
puede parecer interesante o atractivo o satisfactorio no tiene por qué
coincidir necesariamente con la clase de trabajo que tiene que hacerse por
necesidad, sí queremos mantener el nivel de vida que la gente exige y al que
está acostumbrada.
En
efecto, hay una cantidad de trabajo que tiene que hacerse, si queremos mantener
el actual nivel de vida. Está por contestar la pregunta: ¿en qué medida este
trabajo tiene que ser oneroso? Recordemos que ni la ciencia, ni la tecnología
ni el simple intelecto se han dedicado a examinar la cuestión con el fin de
abolir el carácter pesado y autodestructivo de algunos trabajos necesarios en
nuestra sociedad. Esto es debido al hecho de que siempre se ha contado con la
reserva de un cuerpo considerable de esclavos a sueldo que harán cualquier
trabajo, por duro que sea, antes que morir de hambre. Pero si la inteligencia
humana se aplicara a resolver el problema de cómo hacer tolerables los trabajos
más pesados que la sociedad requiere, no sabemos cuál sería la salida. Tengo
para mí que gran parte de esos trabajos podrían hacerse totalmente tolerables.
Esto aparte de que me parece un error creer que toda labor físicamente dura
tiene que ser onerosa. Hay mucha gente —yo incluido— que emprende trabajos
duros para relajarse. No hace mucho, por ejemplo, se me ocurrió plantar treinta
y cuatro árboles en un prado detrás de mi casa, lo que implicaba tener que
cavar treinta y cuatro hoyos. Considerando lo que normalmente hago como
ocupación, eso representa un trabajo bastante pesado, pero he de confesar que
disfruté haciéndolo. Sin embargo, estoy seguro que no habría disfrutado de
tenerlo que hacer con un capataz delante y a horas fijas, etc. Aunque si es una
tarea tomada por interés también puede hacerse. Y sin tecnologías, sin pensar
en cómo planear el trabajo, etc.
A
esto podría decirte que existe el peligro de que esta manera de ver el problema
sea una ilusión bastante romántica, sólo posible de abrigar por una pequeña
élite de intelectuales, profesores, periodistas, etc. que están en la situación
tan privilegiada de ser pagados por lo que les gusta hacer y harían de otras
formas.
Por
eso empecé por poner por delante un gran si condicional. Dije que primeramente
hay que preguntarse hasta qué punto el trabajo necesario para la sociedad —o
sea, el trabajo requerido para mantener el nivel de vida que queremos— ha de
ser por fuerza pesado u oneroso. Yo creo que la respuesta sería: mucho menos de
lo que lo es hoy; pero convengamos en que hasta cierto punto siga siendo sucio.
Aun así, la respuesta es muy simple: ese trabajo sucio debe ser distribuido
equitativamente entre todos los que son capaces de hacerlo.
Entonces,
que cada cual se pase cierto número de meses al año en la cadena de producción
de automóviles y otro tanto recogiendo basuras u otras faenas ingratas...
Si
es que efectivamente son éstas tareas de imposible autosatisfacción. Pero yo no
lo creo, francamente. Cuando veo trabajar a los operarios, digamos a los
mecánicos de automóvil por ejemplo, creo que muchas veces puede ser no poco
motivo de orgullo cumplir con la tarea. El orgullo de un trabajo complicado y
bien hecho en el que hay que hacer uso de la inteligencia, especialmente cuando
uno está interesado en la gestión de la empresa y hay que contribuir a las
decisiones de cómo organizar el trabajo, para qué sirve, cuáles son los objetivos
de ese trabajo, etc. Yo creo que todo esto puede ser una actividad
satisfactoria y recompensadora que, de hecho, requiere las capacidades que los
trabajadores despliegan de buen grado. Pero la verdad es que estoy hablando
hipotéticamente. Supongamos que quedase un residuo de trabajo que nadie
quisiera hacer; en tal caso no hay más que distribuirlo entre todos
equitativamente, pero por lo demás que la gente ejerza libremente sus talentos
a su buen entender.
Supongamos
ahora, profesor, que ese residuo fuese muy grande, como hay quien sostiene que
sería si el trabajo para producir un noventa por ciento de lo que todos
quisiéramos consumir se realizara cumplidamente. En tal caso, organizar la
distribución de este trabajo sobre la base de que todo el mundo hiciera una
pequeña parte de los trabajos sucios o pesados, resultaría echar mano de algo
absurdamente ineficaz. Porque para eso habría que entrenar y equipar a toda la
gente, porque toda tendría que pasar por los trabajos sucios, de lo que sufriría
la eficacia de toda la economía y, por consiguiente, el nivel de vida se
rebajaría ostensiblemente.
Bueno,
ante todo hay que convenir en que nadamos sobre puras hipótesis, ya que no creo
que sus porcentajes sean ni mucho menos reales. Ya he dicho que si la
inteligencia humana se aplicara a proyectar una tecnología adaptada a las
necesidades del productor humano en vez de hacerlo al revés tendríamos la
solución. Ahora se plantea el problema inverso: cómo adaptar el ser humano a un
sistema tecnológico ideado para otros objetivos, es decir, la producción para
el beneficio. Estoy convencido de que si se hiciera lo que digo el trabajo
indeseado será mucho menos cuantioso de lo que usted sugiere. Pero como quiera
que sea, fíjese que tenemos dos alternativas: la primera es distribuirlo
equitativamente, la segunda es crear las instituciones adecuadas para obligar a
un grupo de la población a hacer los malos trabajos so pena de morirse de
hambre. Esas son las dos alternativas.
No
digo obligados, sino que podrían hacer esos trabajos incluso voluntariamente
los que considerasen que valía la pena hacerlos a base de una mayor
remuneración correspondiente.
Ah,
no, supongo que ya ha sobreentendido que para mí todo el mundo ha de recibir
por su trabajo, sea cual sea, una recompensa igual. Y no olvide que actualmente
vivimos en una sociedad en que la gente que hace los trabajos pesados no es
mejor remunerada que la que hace su trabajo voluntariamente; todo lo contrario
es verdad. De la manera en que funciona nuestra sociedad, una sociedad de
clases, los que hacen los trabajos más duros, más pesados o más sucios son los
que cobran menos. Esos trabajos se hacen, sin más, pero nosotros no queremos ni
pensar en que existen, porque sabemos que hay una masa de gentes miserables que
sólo controlan un solo factor de la producción: su fuerza de trabajo, que
tienen que vender; o tendrán que aceptar esa clase de trabajos porque no tienen
otra cosa que hacer y antes que morir de hambre se emplean por los más bajos
salarios. Acepto la corrección. Imaginémonos tres clases de sociedades: la
primera, la corriente, en la cual el trabajo indeseable se da a los esclavos a
sueldo. Luego un segundo sistema en que el trabajo ingrato, después de haber
hecho todo lo posible para darle sentido, es distribuido y, en fin, el tercer
sistema en el que el trabajo malo da derecho a una paga extraordinaria, tanto
que por ella acceden a hacerlo algunos voluntariamente. Pues bien; yo creo que
el segundo y el tercer sistema están de acuerdo —en estos términos vagos en que
estamos hablando— con los principios anarquistas. Personalmente me inclino por
el segundo, pero ambos están totalmente alejados de toda organización social
vigente y de toda tendencia a cualquier organización social en la actualidad.
Se
lo plantearé de otra manera. Me parece que se está ante una opción fundamental,
por mucho que se la quiera camuflar, entre el trabajo satisfactorio de por sí y
el trabajo que hay que organizar sobre la base del valor que tiene lo producido
para la gente que lo usa o consume. Y la sociedad organizada sobre la base de
dar a todo el mundo las mismas oportunidades para llevar a cabo sus más caras
aficiones, lo que expresa en esencia la fórmula del trabajo por el trabajo
mismo, tiene su culminación lógica en el monasterio o convento, donde la clase
de trabajo practicado, o sea, el rezo, es un trabajo de autoenriquecimiento del
propio trabajo. No se produce nada que sea de provecho para nadie, así que, o
bien hay que vivir a un nivel de vida lo más bajo, o bien hay que resignarse a
morir de hambre.
Bien,
aquí hace usted unas suposiciones de hecho con las que no estoy de acuerdo en
absoluto. Yo creo que parte de lo que le da sentido al trabajo es su utilidad,
es el hecho de que sus productos se puedan utilizar. El trabajo del artesano
tiene su sentido al menos en parte por la inteligencia y la destreza que ha de
poner en él, pero también en parte porque es un trabajo útil. Lo mismo diría yo
que vale también para los hombres de ciencia. Creo que el hecho de que la clase
de trabajo que uno está haciendo sirva para otra cosa -que es el caso del
trabajo científico, como usted sabe-, que contribuya a algo más es muy
importante, aun prescindiendo de la elegancia o la belleza que uno pueda lograr
con su trabajo. Estoy convencido que esto vale para todas las actividades
humanas. Creo además que si echamos una ojeada por una buena parte de la
historia de la humanidad, nos daremos cuenta de cuántos han sido los que han
sacado satisfacción —y no poca— del trabajo productivo y creador que han estado
haciendo; pero también creo que la industrialización propicia enormemente esa
satisfacción. ¿Por qué? Pues porque gran parte de las faenas fastidiosas y sin
atractivo pueden hacerlas las máquinas, lo que significa que automáticamente el
radio de acción del trabajo humano realmente creador resulta muy notablemente
agrandado. Pero a otra cosa. Usted habla del trabajo libremente emprendido como
afición o hobby. Yo no lo juzgo así. Pienso que el trabajo libremente elegido y
ejecutado también puede ser trabajo útil e importante. También plantea usted un
dilema que muchos se plantean, a saber: entre el deseo de satisfacción en y por
el trabajo y el deseo de crear cosas de valor para la comunidad. Pero no está tan
claro que se trate, en efecto, de un dilema y menos de una contradicción. No me
parece obvio, ni mucho menos —yo creo que es falso— eso de contribuir a un
mayor placer y satisfacción en el trabajo sea inversamente proporcional al
valor del resultado.
Yo
no diría inversamente proporcionado para mí podría no tener relación alguna.
Pongamos algo muy simple como vender helados en la playa un día de fiesta. Es
un servicio a la sociedad. Hace calor y no hay duda de que el público quiere
helados. Por otro lado, es difícil ver aquí en qué medida llevar a cabo esta
tarea de vender helados puede ser motivo de placer profesional ni pueda tener
algún sentido, virtud o ennoblecimiento social. ¿Por qué razón habría de
dedicarse a prestar ese servicio sí no te recompensa de alguna manera?
Le
advierto que más de una vez he visto a vendedores de helados con cara de
pascuas...
Sí
estaban ganando dinero a puñados, lo creo.
...y
que parecían muy contentos de estar vendiéndoles helados a los niños, lo cual
me parece una manera de pasar el tiempo perfectamente razonable y estimulante,
si se compara con otras ocupaciones, con miles de ocupaciones diferentes.
Recuerde que cada persona tiene su ocupación y me parece que la mayoría de las
ocupaciones existentes —y en esencial aquellas que entran en la clasificación
servicios, o sea, que entran en relación con el prójimo—, conllevan de por sí
una satisfacción u otra y unas recompensas inherentes a ellas asociadas, esto
es, en el trato con los individuos a los que prestan sus servicios. Para el
caso es lo mismo dar clases que vender helados. Admito que para vender helados
no se necesitan ni la dedicación ni la inteligencia necesarias para impartir
enseñanza y que tal vez por esta razón sea una ocupación menos envidiada. Pero
si así fuera, tendría que ser repartida entre todos.
Pero todo esto aparte, lo que trato de decir es que nuestra creencia caracterizada de que el placer en el trabajo, la satisfacción en el trabajo o no tiene o tiene relaciones negativas con el valor del resultado, está estrechamente relacionado con un estadio particular de la historia social, esto es: el capitalismo, en cuyo sistema los seres humanos son instrumentos de producción. Lo dicho antes no tiene por qué ser, ni mucho menos, la verdad. Por ejemplo, si pasamos revista a las numerosas entrevistas hechas con obreros que trabaran en cadena por psicólogos industriales, echaremos de ver que una de las cosas de que más se quejan es de que su trabajo no pueda hacerse bien, que la cadena va tan de prisa que no pueden hacer su trabajo decentemente. Hace poco leía en una revista gerontológica un estudio sobre la longevidad en el que se trataba de encontrar los factores útiles para predecir la longevidad —ya sabe: el fumar, el beber, los factores genéticos—, todo lo habían examinado. Pues bien, ¿sabe cuál es el factor más favorable? La satisfacción en el trabajo.
Pero todo esto aparte, lo que trato de decir es que nuestra creencia caracterizada de que el placer en el trabajo, la satisfacción en el trabajo o no tiene o tiene relaciones negativas con el valor del resultado, está estrechamente relacionado con un estadio particular de la historia social, esto es: el capitalismo, en cuyo sistema los seres humanos son instrumentos de producción. Lo dicho antes no tiene por qué ser, ni mucho menos, la verdad. Por ejemplo, si pasamos revista a las numerosas entrevistas hechas con obreros que trabaran en cadena por psicólogos industriales, echaremos de ver que una de las cosas de que más se quejan es de que su trabajo no pueda hacerse bien, que la cadena va tan de prisa que no pueden hacer su trabajo decentemente. Hace poco leía en una revista gerontológica un estudio sobre la longevidad en el que se trataba de encontrar los factores útiles para predecir la longevidad —ya sabe: el fumar, el beber, los factores genéticos—, todo lo habían examinado. Pues bien, ¿sabe cuál es el factor más favorable? La satisfacción en el trabajo.
Ya,
la gente que tiene un trabajo agradable vive más, ¿no?
Bueno,
sí, la gente que está satisfecha con su trabajo. Lo que me parece muy lógico,
puesto que no sólo nos pasamos en el trabajo una gran parte de nuestra vida,
sino que en el trabajo es donde más ejercemos nuestra capacidad creadora. Ahora
bien; ¿qué es lo que lleva a esa satisfacción en el trabajo? Creo que son
muchas cosas, pero el saberse haciendo algo útil para la comunidad es un factor
nada desdeñable. Muchos están satisfechos de su trabajo por creer que están
haciendo algo importante, algo que vale la pena hacer. Igual pueden ser
maestros como médicos, científicos como artesanos o agricultores. Sentir que lo
que uno está haciendo es importante, digno de hacerse, no sólo refuerza los
vínculos sociales sino que también es un motivo de satisfacción personal,
porque con un trabajo interesante y bien hecho nace esa especie de orgullo de
quien se autorrealiza, de quien pone en práctica sus habilidades personales. Y
no creo que esto vaya a dañar de cualquier modo que sea el valor de lo
producido, sino más bien al contrario. Pero concedamos que hasta cierto punto
lo perjudicase. Llegada la sociedad a tal punto, debe decidir la comunidad cómo
hacer los compromisos necesarios. Al fin y al cabo, cada individuo es a la vez
productor y consumidor y por lo tanto cada individuo ha de tomar parte en esos
compromisos socialmente determinados, es decir, si verdaderamente hay necesidad
de establecer compromisos. Porque me permito insistir en que se ha exagerado
mucho la naturaleza de estos problemas a causa del efecto aberrante del prisma
que interpone el sistema verdaderamente coercitivo y destructor de la
personalidad en que vivimos.
De
acuerdo. Usted dice que la comunidad tiene que tomar decisiones sobre
compromisos eventuales, pero no es menos sabido que la teoría comunista
previene estas posibilidades completamente, ya por la planificación, ya en
materia de inversiones, de prioridades de inversión nacional, etc. En una
sociedad anarquista cree usted que no se tolerara tanta superestructura
gubernamental necesaria al parecer para hacer planes, tomar decisiones sobre
inversiones por ejemplo si hay que dar prioridad a lo que la gente quiera
consumir o a lo que la gente quiera hacer en materia del trabajo.
No
estoy de acuerdo. Me parece que las estructuras anarquistas, o para el caso las
de los marxistas de izquierda, basadas en el sistema de los consejos y
federaciones de trabajadores, se bastan y se sobran para tomar una decisión
sobre cualquier plan nacional. De igual manera funcionan a ese nivel —digamos
nacional— las sociedades de socialismo estatal al tener que elaborar planes
nacionales. En esto no hay ninguna diferencia. Donde la hay —y grande— es en la
participación de tales decisiones y en el control que sobre ellas se ejerce.
Los anarquistas y marxistas de izquierda —consejistas, espartaquistas— toman
estas decisiones desde la base. Es la clase trabajadora informada la que las
toma a través de sus asambleas y de sus representantes directos que viven y
trabajan entre ellos. Pero en los sistemas de socialismo estatal, el plan
nacional viene trazado por la burocracia nacional que acumula para sí y
monopoliza toda la información necesaria y que toma las decisiones. De vez en
cuando se presenta al público y le dice: Podéis escogerme a mí o a ése, pero
todos formamos una misma burocracia remota que no está a vuestro alcance. Éstos
son los polos, éstas son las oposiciones polarizadas dentro de la tradición
socialista.
O
sea que, de hecho, sigue desempeñando un papel importante el Estado, e incluso
posiblemente los empleados públicos, la burocracia, pero lo que es distinto es
el control ejercido sobre ellos.
Bueno,
yo no creo, francamente, que se necesite una burocracia separada del resto para
poner en ejecución las decisiones gubernamentales.
Se
necesitan varias formas de pericia.
Ya,
pero digamos que se trata de una pericia en materia de planificación económica,
puesto que no hay duda de que en toda sociedad industrial compleja tendría que
funcionar un grupo de técnicos encargados de trazar planes, de explicar las
consecuencias de toda decisión importante, de poner en antecedentes a las
personas que han de decidir sobre las consecuencias de sus propias decisiones
según se desprende del estudio y modelo de programación, etc. Pero lo
importante es que estos sistemas de planificación no son otra cosa que
industrias, con sus propios consejos de trabajadores y formando parte de todo
el sistema de consejos; la diferencia consiste en que estos sistemas de
planificación no son los que toman las decisiones. Producen planes de la misma
manera que las fábricas de automóviles producen coches. Los planes están, pues,
a disposición de los consejos de trabajadores y se someten a las asambleas de
consejos, de la misma manera que los automóviles se fabrican para correr con
ellos. Ahora bien; lo que este sistema requiere es una clase trabajadora
educada. Y esto es exactamente lo que somos capaces de conseguir en sociedades
industrializadas de alto desarrollo.
¿En
qué medida el éxito del socialismo libertario, o del anarquismo, depende
realmente de un cambio fundamental en la naturaleza humana, tanto en su
motivación como en su altruismo, así como en sus conocimientos y su grado de
refutamiento?
No
sólo creo que depende de eso, sino que todo el propósito del socialismo
libertario contribuye a lo mismo, efectivamente. Se trata de contribuir a una
transformación de la mentalidad, exactamente la transformación que el hombre es
capaz de concebir en cuanto concierne a su habilidad en la acción, su potestad
de decidir en conciencia, de crear, de producir y de investigar, exactamente
aquella transformación espiritual a que los pensadores de la tradición marxista
izquierdista, desde Rosa Luxemburgo,
por ejemplo, pasando por los anarquistas, siempre han dado tanta importancia.
De modo que por un lado hace falta esa transformación espiritual. Y por otro,
el anarquismo tiende a crear instituciones que contribuyan a esa transformación
en la naturaleza del trabajo y de la actividad creadora, en los lazos sociales
interpersonales simplemente, y a través de esa interacción, crear instituciones
que propicien el florecimiento o eclosión de nuevos aspectos en la humana
condición. En fin, la puesta en marcha de instituciones libertarias siempre más
amplias a las que pueden contribuir las personas ya liberadas. Así veo yo la
evolución del socialismo.
Y
por último, profesor Chomsky, ¿qué opina de las posibilidades hoy existentes
para fundar sociedades según acaba de bosquejarlas en los países industriales
más importantes de Occidente en el próximo cuarto de siglo más o menos?
No
creo ser lo bastante sabio ni estar lo bastante informado como para hacer
predicciones de este tipo, es más: creo que aventurarse a semejantes
pronósticos dice más de la personalidad que del juicio del que los lanza. No
obstante, tal vez podría decir esto: hay tendencias obvias dentro del
capitalismo industrial hacia una concentración de poder en estrechos imperios
económicos dentro de un marco que se está convirtiendo cada vez más en un
Estado totalitario. Estas tendencias vienen desarrollándose desde hace bastante
tiempo y, francamente, no veo nada que pueda contenerlas. Creo, pues, que estas
tendencias seguirán su curso formando parte del anquilosamiento y la decadencia
de las instituciones capitalistas.
Ahora
bien; creo que este recurso hacia un totalitarismo de Estado y hacia una concentración
económica exasperada, ambas cosas en conexión, por supuesto irán engendrando
reacciones, tentativas de liberación personal, de liberación social, que
adoptarán toda clase de formas. Por toda Europa se levanta un clamor reclamando
la participación obrera o la codeterminación y hasta el control de los
trabajadores. Por ahora todas esas tentativas son mínimas. Más bien creo que
son engañosas y que, de hecho, pueden minar los serios esfuerzos de la clase
obrera por liberarse. Pero en parte constituyen también una respuesta
pertinente por representar una intuición y un entendimiento robustos de que la
coerción y la opresión, ya sean hechas poder económico privado o burocracia
estatal, no forman parte necesariamente de la vida humana, ni muchísimo menos.
Cuanto más concentración de poder y autoridad, más rebelión y mayores esfuerzos
para organizarse a fin de destruirlas. Tarde o temprano esos esfuerzos serán
coronados por el éxito. Así lo espero.
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