Marcha electoral de apoyo a Pigasus, candidato yippie a la presidencia de los USA. |
La
revolución no es la que creéis; no es ninguna organización a la que
podáis pertenecer; no es aquello por lo que dais vuestro voto. La
revolución es lo que hacéis desde la mañana hasta la noche; es vuestra
forma de vivir.
¿Eh, colega, dónde está mi coche?
El 1 de octubre de
1964, el exestudiante graduado Jack Weinberg estaba sentado apaciblemente
en la mesa del Congreso por la Igualdad Racial, en la Universidad de Berkeley.
Dos polis del campus se acercaron a la mesa. El bueno de Jack, requerida su
identificación, se negó a mostrarla. Los polis, haciendo el clásico mohín de la
autoridad, se enfadaron. Lo arrestaron. Lo metieron en un coche. La voz se
corrió (con perdón). Weinberg no salió del coche policial, y el coche tampoco
se movió durante 36 horas. Fue rodeado por unos 3.000 estudiantes y sirvió como
podio para los conferenciantes. Tuvo lugar un agradable debate público hasta
que se retiraron los cargos contra Weinberg. Cinco meses después de la sentada la
universidad acusó a los estudiantes que la organizaron. Que las posaderas de cientos
de estudiantes se asentaran en el suelo y la consiguiente acción punitiva, cual
castigo corporal sublimado, desencadenó una protesta estudiantil, la toma del
edificio de administración del campus y la detención de 800 personas.
Así se conformó el Movimiento
Libertad de Expresión o Free Speech Movement (FSM). La universidad
se vio obligada a ceder y terminó levantando la prohibición sobre las
actividades políticas en el campus.
De una de las ramas
del FSM más sanas y retorcidas de risa, donde se podrían ahorcar los sesudos
gafapasta con halo de izquierdista adoctrinado e inteligente, nacieron los yippies, un grupo político apodado formalmente como el Partido
Internacional de la Juventud. El chiste era evidente: entre la fiesta y el
partido nos echamos unas risas y, como diría el periodista underground de
turno, descolocamos colocados y contraculturalmente a la sociedad
norteamericana. Fruto de aquella organización groucho-marxista (New York
Times pixit y dixit) florecieron trastornados lucidísimos como Abbie
Hoffman y Jerry Rubin.
We are going to take the Pentagon and turn it into an LSD factory
En octubre de 1967,
75.000 opositores a la guerra del Vietnam se movilizaron en Washington.
Mientras unos se preocupaban por un transcurso ordenado del acto (dentro de esa
rutina de cabalgata de las protestas) según lo acordado con el Gobierno, otros
decidieron expulsar al mismísimo diablo del Pentágono. Y no solo eso, sino que
incluso dieron a conocer sus exorcistas intenciones en una rueda de prensa.
Numerosos santos rodearían el Pentágono en un ritual sagrado de exorcismo
acompañados de salmos y espirituales percusiones. 1.200 personas crearían un
poderoso anillo que haría levitar el diabólico edificio. La salida de todas las
energías malignas se constataría con la mutación coloreada del edificio a una
altura determinada. En ese momento se acabaría la guerra del Vietnam. En casi
toda la prensa norteamericana apareció la visión del Pentágono como encarnación
del mal.
Lluvia de billetes
Antes, el 24 de
agosto de 1967, los yippies aparecieron sonriendo en la galería de la Bolsa de
Nueva York. Como si soltaran palomas en un acto de solidaridad con algún broker
muerto, lanzaron puñados de billetes (la mayoría falsos) hacia donde gruñían
los corredores. Ante tal chaparrón de cashflow, la mayoría cesó en su
jerga de números y gritos y comenzó a agacharse para recoger papeles verdes.
Algunos brokers, como habitantes de un país con sequía, empezaron a
pelearse frenéticamente para agarrar el dinero. Hoffman afirmó estar intentando
mostrar que eso es lo que los agentes de Bolsa del NYSE «ya estaban
haciendo». El NYSE instaló entonces barreras en la galería, para prevenir que
desaprensivos como estos no volvieran a interferir con el intercambio monetario
otra vez .
La convención y los MC5
1968. Convención
Nacional Demócrata en Chicago. Manifestaciones en contra de la Guerra de
Vietnam. Miles de personas agitadas por discursos y el jaleo electrizante de
los MC5. El menú del activista se componía de carteles y pancartas, camisetas,
música, danza y poesía. Un cerdo, Pigasus el Inmortal había sido traído
a la ciudad para ser nombrado candidato para Presidente. Algunos respondieron
al toque de queda nocturno con pedradas. Como una cortina represiva, el gas
lacrimógeno desató las lágrimas de toda la love generation. Luego los
cuerpos de esa misma generación fueron golpeado con porras. Hubo arrestados. Un
gran jurado acusó el 20 de marzo de 1969 a ocho manifestantes y a ocho oficiales de
policía.
Empate. Los
manifestantes fueron: Abbie Hoffman, Jerry Rubin, David
Dellinger, Tom Hayden, Rennie Davis, John Froines, Lee
Weiner y Bobby Seale. El juicio comenzó el 24 de septiembre de 1969
y el 9 de octubre se llamó a la Guardia Nacional de los Estados Unidos para
controlar a la masa que se concentraba en el exterior del tribunal de justicia.
Bobby Seale llamó al
juez «cerdo fascista» y «racista». El
juez ordenó que se atase y amordazase a Seale durante el juicio. Fue
sentenciado a 4 años de prisión por desacato al tribunal. Los yippies Hoffman y
Rubin se mofaron del decoro del tribunal al presentar ataviados con togas de juez
y su desafío tuvo una amplia difusión. El juicio se alargó durante meses y
fueron llamados a testificar muchos personajes públicos de la izquierda USA y
de la contracultura (incluyendo a Arlo Guthrie, Norman Mailer, Timothy
Leary y el reverendo Jesse Jackson). Durante la sentencia, Hoffman
sugirió a los miembros del jurado que probasen el LSD y se ofreció para ponerles en contacto
con un «dealer enrrollao» que conocía en Florida.
El 18 de febrero de
1970, los siete acusados fueron encontrados no culpables de los cargos de conspiración,
dos de ellos fueron absueltos, y cinco fueron declarados culpables de
sobrepasar las reglas estatales con la intención de incitar a la violencia. Estos
cinco fueron sentenciados a cinco años de prisión cada uno y multados con 5.000
dólares el 20 de febrero de 1970. Las condenas fueron todas revocadas por la
apelación del United States Court of Appeals for the Seventh Circuit el 21 de
noviembre, 1972.
Sólo hay que echarle
un vistazo al dossier que el FBI recopiló sobre Hoffman (se dice que es el más
extenso de un ciudadano norteamericano) para asegurar que los yippies fueron
considerados enemigos públicos número uno durante su periodo más activo. Las
razones no son otras que su disposición a la militancia, su capacidad de llevar
a las barricadas a la juventud blanca de clase media y la voluntad de
establecer vínculos operativos con grupos afroamericanos como los Black
Panther y otras minorías radicales organizadas.
All we are singing, is shoot Spiro first
Los yippies, mal
vistos por la miopía izquierdista norteamericana, recurrían al Pop-Art y
a técnicas dadaístas en vez de atacar abiertamente el «mal inherente al sistema
capitalista», pero declaraban que «los yippies somos marxistas». Estamos en la
tradición revolucionaria de Groucho, Chico, Harpo y Karl»
(Rubin).
Afirman que eran
considerados enemigos de la teoría. «¡Solipsistas y de orientación
subjetivista!», añadiría el intelectual. El escrito de acusación contiene toda
una letanía de reproches como «escepticismo lingüístico, crítica de la civilización
y negación del discurso intelectual». «Le hacían el juego al fascismo al
preferir esloganes fáciles en vez de explicaciones laboriosas e imágenes
caricaturizadas en vez de críticas clarificadoras». La preferencia por las
acciones de efectividad mediática les reportó a los yippies con frecuencia la
acusación de ser unos simples bufones de la sociedad capitalista mediática y
unos suministradores de la industria sensacionalista.
Esto se puede
resumir en que propagaban la acción en vez de la mera charlatanería.
Consideraban la acción no sólo como medio de propaganda, sino como acto
liberador en sí mismo. Aún así la bibliografía yippie rebosa de erudición trastornada
y lucidez política. Desde Roba este libro volumen autoreferencial
redactado por Abbie Hoffman para uso y usufructo de los jóvenes que deseaban
vivir felizmente sin soltar un centavo (con técnicas para dormir comer y
comunicarse gratis o mediante el saboteo) a School Stoppers Textbook - A
Guide To Disruplive Revolutionary Tactics for High Schoolers. Volúmenes
dirigidos a los chicos y chicas blancos de clase media hasta entonces
apolíticos. Las 81 ways to trash the school tenían por trasfondo un
rechazo general a todo tipo de poder y autoridad.
Estetizar la resistencia política. Bleeding my time y el Media
Freaking
Los yippies se
propusieron estetizar la resistencia política. Con su «teatro de guerrilla»
(happening y teatro invisible según los manuales de guerrilla de la
comunicación) elevaron la «teatralización de la política» a programa. Un
efectivo ejemplo de esto es el Media Freaking. Nueva York.
Manifestación. Los yippies habían repartido sangre en pequeñas bolsas de
plástico. Armados como si hubieran atracado un banco de sangre, buscaron el
enfrentamiento con la policía. En los primeros golpes, los manifestantes
rompieron las bolsitas de sangre en la cabeza. El decorado bélico se completó
con los penachos de varias bombas de humo y el agradable sonido de las
ametralladoras deletreando muerte desde algún casette. Los transeúntes admiraban
la escena con estupefacción. Toda la plaza rebosaba de sangre. Estas acciones
afirmarían más rotundamente y con más efecto que cualquier pancarta exigiendo
el final de la guerra en Vietnam.
Afirmaban: «The myth
makes the revolution» (el mito hace la revolución) e intentaron
instrumentalizar para este mito la fijación por los acontecimientos de la
prensa estadounidense: «¡Todo guerrillero ha de saber cómo puede valerse del
terreno de la cultura que intenta destruir!» (Rubin).
El mito del yippie
no debería describir ninguna posición concreta, sino crear un escenario
abierto, perfilado por alusiones, en el que se puedan vivir los sueños y
fantasías. Los eslóganes como «Fuera del Vietnam», según su concepción de la
política, pueden ser informativos, pero no pueden crear mito. Justamente la
aparente falta de sentido de muchas acciones así como las imágenes drásticas y
efectistas son la materia a partir de la cual se tenía que tejer este mito.
Rubin y Hoffman estaban convencidos de que del solo hecho de que se informase
públicamente de sus actividades opositoras ya resultaría un efecto de cambio de
la sociedad y de las conciencias. «La simple idea de crear una “historia” ya es
en sí misma revolucionaria; puesto que esa "historia" ya implica la
destrucción de la vida normal. [...] El medio de comunicación no transmite
"noticias", sino que las crea. Un acontecimiento no sucede hasta que
aparece en la pantalla, entonces se vuelve mito [...]. Es igual lo que puedan
decir de nosotros. Las imágenes son las que hacen la historia» (Rubin).
Es demasiado tarde. No podemos ganar. Se han hecho demasiado poderosos
Rubin acabó
convirtiéndose en alguien parecido a aquellos que recogían dinero falso del
suelo años antes. Murió en 1994 cuando fue atropellado por un coche.
Hoffman, buscado por
las autoridades federales, estuvo escondido durante siete años en México,
Francia y los Estados Unidos. Mientras estaba huido, Hoffman continuó
escribiendo y publicando, con la ayuda de simpatizantes, en la prensa underground
norteamericana.
Hoffman sobrevivió
gracias a tarjetas de identidad falsas y trabajos intermitentes. Finalmente, se
hizo la cirugía plástica y adoptó una personalidad totalmente nueva: Barry
Freed. Fue encontrado muerto el 12 de abril de 1989. 52 años. 150 píldoras
de Fenobarbital. Su nota de suicidio decía: «Es demasiado tarde. No podemos
ganar. Se han hecho demasiado poderosos»
Wu Ming 6½
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