Asistimos sin casi darnos
cuenta a una profundísima mutación también en la cultura, cada día más
concebida como espectáculo o entretenimiento. ¿En qué ha quedado la antigua
creencia popular en que la cultura nos haría libres?
The Country Formerly known
as Great Britain, un libro de lan Jack, columnista del The Guardian, el
diario de referencia del laborismo británico, repasa con melancolía los restos
de lo que fue una cultura obrera hoy en vías de desaparición.
Fue, en paralelo al
industrialismo en que se consolidó el imperio británico en el siglo XIX,
un background de donde surgieron tanto Chaplin como los Beatles,
sustituido hoy por el capitalismo financiero (téngase en cuenta que la City
ahora olímpica ya genera por si sola una parte muy importante del PIB del Reino
Unido).
Pues bien, lan Jack (fiel a
un comunitarismo del trabajo que hunde sus raíces en una época de prosperidad
relacionada con la navegación, con sus astilleros, sus emigrantes y su gran
trajín comercial), siente que la decadencia de la Gran Bretaña va unida a la
decadencia de la cultura obrera, tan solidaria como respetuosa con la tradición
y con sus convicciones morales.
lan Jack describe la
desaparición de los cines de barrio, de esos cines que aquí en los cuarenta y
en los cincuenta, sobre todo, fueron importantísimos centros de socialización
popular, como antes lo fueron los ateneos. Hay una cultura popular de cine de
barrio cuyas sombras de caverna de Platón difícilmente llegaron a poderse
pensar como ideas. Y cuando se fueron apagando las luces de las estrellas de
Hollywood no quedó más que frustración y
desengaño por unas ilusiones que no merecían ser creídas. Hoy nos impactan
mucho más los efectos especiales, las truculencias, los escándalos y aquí la
coñita que hemos convertido casi en imagen de marca. Desde que una cierta
impotencia se ha ido disfrazando de huida hacia adelante, se da en Catalunya
una cultura del desengaño popular que se ha visto reforzada con este gran
apagón de los cines de barrio —o de las pequeñas librerías— y su substitución
por la televisión y el fútbol.
El día que se haga un
estudio psicosociológico sobre los marcos mentales inoculados por nuestros
culebrones televisivos o por ese humor de brocha gorda tan sociopolíticamente
demoledor como alejado de la sabia ironía británica, se entenderán mucho mejor
las claves del fatalismo y del conformismo propios de esta nuestra vieja
sociedad desengañada que desde los tiempos de Pitarra ha ido sublimando la
frustración en sarcasmo.
Pero la cultura
puede ser también la codificación de un orden. En otras épocas fue un orden
explícito, impuesto o soñado. Ahora ya no. Y los llamados sectores culturales
continúan instalados mayoritariamente en la cultura —subalterna— del pasar el
rato, la risita o la queja. Sin proyecto enaltecedor, no acaban de salir de su
habitual reacción (auto)destructiva.
Oriol Pi
de Cabanyes
La Vanguardia, 30 de julio
de 2012