La memoria viva no nació para
ancla. Tiene, más bien, vocación de catapulta”, dice Eduardo Galeano. No
convierte el pasado en un modelo que exige repetición, ni nos aplasta bajo el
peso de referencias en las que debemos reconocernos obligadamente, sino que más
bien acompaña e
inspira las búsquedas del presente.
La vida de Tomás
Ibáñez está marcada por el anarquismo desde su infancia: hijo del exilio
libertario en Francia, participó en los años 60 en los circuitos estudiantiles
anarquistas cuando aún casi nadie en el campo del antagonismo se atrevía a
cuestionar la hegemonía del Partido Comunista. En mayo del 68, integrado en el
Movimiento 22 de Marzo junto a compañeros anarquistas como Daniel Cohn-Bendit o
Jean-Pierre Duteuil, se sumerge en la cotidianeidad de los acontecimientos
hasta que es detenido el 10 de junio y confinado en destierro por su condición
de refugiado político.
En 1973 volvió a
España y participó en los fracasados intentos de reconstrucción de la CNT. Ha
sido catedrático de Psicología Social en el Departament de Psicologia Social de
la Universitat Autònoma de Barcelona hasta su jubilación en el año 2007. Es
autor de numerosos libros
y textos sobre anarquismo, ciencias humanas y, en especial,
psicología social.
Tomás Ibáñez trabaja
desde hace años para que la historia de anarquismo sea memoria viva y no lengua
muerta, catapulta y no ancla. Autor de referencia para las corrientes
libertarias en España y el extranjero, ha enriquecido los planteamientos
anarquistas básicos con las aportaciones del post-estructuralismo francés y,
muy en concreto, de Michel Foucault (no
sin escándalo de los "guardianes del templo" anarquista). Co-fundador
de la revista Archipiélago, en la que trabajamos juntos durante varios años, acaba de publicar en la
editorial Virus Anarquismo es
movimiento, donde se explora la reactualización contemporánea de
ideas y prácticas que algunos relegaron demasiado apresuradamente al museo de
la Historia.
El
virus anarquista
Citas en el libro a Christian Ferrer:
“el anarquismo no se enseña y tampoco se aprende por los libros, sino que se
propaga por contagio, y el contagio las más de las veces es irreversible”. En
tu caso ha sido así, es una historia de fidelidad que dura ya medio siglo.
¿Cuáles fueron tus primeros contactos-contagios con el anarquismo? Creo
recordar que hay historias familiares de por medio, ¿es así?
Tomás
Ibáñez. Sí,
Amador, hay efectivamente historias familiares de por medio y eso explica que
“los contactos” con el anarquismo fuesen muy precoces. En 1947 mi madre, activista de
las juventudes libertarias de Zaragoza, pasó a Francia llevándome en brazos por
una ruta pirenaica, y eso hizo que yo creciera en el cálido ambiente del exilio
libertario. Era un ambiente por donde circulaba una multitud de nostálgicos,
pero esperanzados, relatos de una lucha revolucionaria aún cercana, y donde la
ayuda mutua nunca se hacía esperar. Obviamente, la sensibilidad de un niño no
podía captar que ese ambiente también albergaba luchas fratricidas, rancios
dogmatismos e inevitables miserias, con lo cual la huella que me dejó sólo
podía ser positiva. Ese fue “el contacto”, sin embargo “el contagio” llegaría
más tarde.
¿Cuándo, por dónde?
Tomás
Ibáñez. Mi
temprano activismo anarquista hubiera podido agotarse y extinguirse sin más, de
no haber sido porque en el verano de 1963 arrastré mi saco de dormir hasta el
campamento que organizaba cada año la FIJL (Federación Ibérica de Juventudes
Libertarias). Fue una experiencia inolvidable que abrió de par en par las
puertas, ya definitivamente, al virus del anarquismo. Autoorganización, vida en
común, compañerismo, debates, sentimiento de vivir en otro planeta donde la
igualdad y la libertad se habían hecho realidad, pero también rabia y lucha.
Porque se daba la circunstancia de que la FIJL había emprendido recientemente
un línea de hostigamiento frontal al franquismo y la ejecución a garrote vil de
dos de sus militantes, Francisco Granado y Joaquín Delgado, que preparaban un
atentado contra Franco, cayó en el campamento como una indignante y dolorosa
noticia. Al recoger mi mochila y despedirme de mis compañeros, la idea de
volver a la “normalidad” se me hizo insoportable, en el tren que me devolvía a
casa miraba a los viajeros y me sentía como un absoluto extraño en un mundo que
ya no era el mío.
Por supuesto, soporté
esa “normalidad”, pero el sentimiento de que era intolerable nunca me
abandonaría. Desde entonces estoy convencido de que lo que de verdad deja
huella en las personas y las transforma en profundidad es su inmersión en un
escenario de vida, de experiencias y de lucha que se construye en común y en
unos espacios arrebatados a las reglas de la sociedad instituida.
La “A” dentro de un círculo: el origen
desconocido de un símbolo
Luego te moviste en los
circuitos del anarquismo estudiantil previo a Mayo del 68, ¿qué recuerdos te
vienen de aquella época?
Tomás
Ibáñez. Lo
que evoca en mí, como un primer flash, es la imagen de un inacabable desierto.
Durante mi primer año de universidad, en 1962 cerca de Marsella, me movía en el
potente sindicalismo estudiantil de aquellos años sin conseguir dar con ningún
otro estudiante libertario. Al año siguiente me trasladé a la universidad de
París donde, al inicio del curso, unos estudiantes trotskistas me informaron,
entre risas, que conocían “al otro” estudiante anarquista de la Sorbona y que
podían ponernos en contacto.
A partir de ahí,
pensando que siendo dos ya éramos invencibles removimos cielo y tierra hasta
encontrar a otro par de compañeros… Y así nació en 1963 una exigua coordinación
de estudiantes anarquistas parisinos que tenía nombre de mujer, LEA, que creció
poco a poco y que atraería, algún tiempo más tarde, a estudiantes de la recién
creada universidad de Nanterre, como Daniel Cohn-Bendit o Jean-Pierre Duteuil,
quienes contribuirían a la creación del Movimiento 22 de Marzo que encendió la
mecha de Mayo del 68.
¿Y qué hay de esa historia
que te sitúa en el origen del símbolo anarquista por excelencia, la “A” dentro
de un círculo?
Tomás
Ibáñez. Es
bien cierta, y es una historia muy sencilla. Al llegar a París me hice el
propósito de ayudar al acercamiento entre los diversos grupos y tendencias en
las que se fragmentaba el menguado movimiento anarquista, lo que me llevó a
lanzar iniciativas de coordinación en los sectores más jóvenes. Se me ocurrió
entonces que una forma de propiciar una confluencia consistía en hallar un
denominador común que, al no pertenecer en exclusiva a ninguna de las
organizaciones, pudiera constituir un punto de coincidencia. Se trataba también
de multiplicar la presencia percibida del movimiento anarquista por el simple
hecho de la repetida aparición de ese denominador común en las expresiones
públicas (pasquines, pintadas, etc.) de los diferentes colectivos anarquistas.
Propuse esa idea en
uno de los grupos a los que pertenecía, insistiendo en que debía ser un símbolo
que fuese fácil y rápido de dibujar, y que pudiese evocar el anarquismo de
forma suficientemente directa. La propuesta fue aceptada, nos lanzamos a una
lluvia de ideas y a altas horas de la noche convenimos que una “A” en un
círculo podía ser un buen logo. Fue así como, en abril de 1964, salía a toda
plana en el nº 48 de
nuestro boletín “Jeunes Libertaires”, la primera “A” en un círculo.
Le acompañaba un editorial donde explicaba el sentido de la propuesta y en el
que se invitaba a todos los grupos anarquistas a apropiarse ese símbolo.
Pero ojo, en realidad
sólo habíamos creado una imagen y formulado una propuesta, no habíamos creado
un símbolo. La A en un círculo sólo se convertiría en un símbolo del anarquismo
mediante la acción de miles y miles de manos que la pintaron en las calles del
mundo, se trata pues de una creación colectiva multitudinaria de la que nadie
tiene la paternidad.
Mayo del 68: tecnologías, liderazgos y logros
Y de pronto Mayo del 68.
Hablas de Mayo del 68 como un “regalo”. ¿Por qué un “regalo”? ¿Cuál fue el
contenido del regalo?
Tomás
Ibáñez. Un
auténtico regalo es algo que te ofrecen para darte placer, sin obligación y sin
pedir nada a cambio. Si no lo esperas, si es una sorpresa y si te colma de
satisfacción, el regalo aún se crece más en su condición de “auténtico” regalo.
Eso fue para mí Mayo del 68. En lo inmediato, el contenido del regalo fue la
oportunidad de vivir durante varias semanas un verdadero sueño, de presenciar
unas escenas que usualmente sólo alcanzamos a ver cuándo los sueños nos
transportan lejos de las realidades cotidianas. Y también consistió en
demostrar, fácticamente, que aquello que, increíblemente, estaba ocurriendo era
posible puesto que, precisamente, estaba ocurriendo.
Con posterioridad, el
regalo consistió en dejar un recuerdo que sigue trasladando aquel periodo al presente
como si el tiempo no existiese, sin alterar la intensidad de las vivencias que
allí acontecieron. Y también consistió en arraigar el convencimiento de que si
aquello había ocurrido podía volver a ocurrir, con otros matices, en otros
contextos, pero con las mismas características básicas.
Me gustaría citar aquí
la descripción de la vivencia de Mayo del 68 que hiciste en el número de
Archipiélago que
dedicamos a Mayo del 68:
Un proceso de reacción
en cadena, imparable e imprevisible, que detonaron los estudiantes pero que
alcanzó enseguida al movimiento obrero, desembocando en pocos días en una
huelga general masiva que paralizó durante un mes el país entero. La velocidad
e intensidad de la comunicación entre distintos sujetos fue potentísima.
Pero... ¿dónde estaba Twitter?
Tomás
Ibáñez. Acontecimientos
como los de Mayo del 68 se han producido en otros momentos de la historia,
efervescencias populares que estallan de imprevisto y donde la gente “actúa por
sí misma“ no han esperado al surgimiento de las nuevas tecnologías ni a la
constitución de las redes sociales. Creo, eso sí, que en cada época esas
efervescencias populares, a la vez destructivas y constructivas, han sabido
apropiarse y utilizar las tecnologías existentes, la radio fue importante en
Mayo del 68, y los talleres de serigrafía, entre otras cosas. Sin embargo, en
todas esas situaciones de efervescencia creadora nada puede sustituir la
copresencia física de las personas, los gestos, las voces, las miradas, las
palabras, los roces.
También creo, como lo
explico en mi libro, que las nuevas tecnologías y las redes sociales tienen
unas características que fomentan el proceso de auto-organización de la gente
en situaciones de efervescencia popular, pero no porque se usen con fines y resultados
autorganizativos, sino simplemente porque propician confluencias masivas sin
que exista una estructura previa, un plan preestablecido, una dirección que
ordene y canalice las actividades.
Mientras que el primer
15M se caracterizó por el anonimato (ningún “rostro” en particular se convirtió
en el símbolo de la protesta), hoy se da, en torno a las figuras (tan
distintas) de Ada Colau o Pablo Iglesias, un debate sobre la necesidad o
pertinencia de los liderazgos. Te quería preguntar tu opinión sobre el particular
y sobre el “liderazgo” de Daniel Cohn-Bendit en Mayo del 68, el líder
paradójico de un movimiento que se caracterizaba por su rechazo de la
delegación y la representación. ¿Qué aportaba el lidererazgo de Cohn-Bendit y
qué limitaba?
Tomás
Ibáñez. Los
liderazgos siempre son tanto más peligrosos cuantos más carismáticos, y es
innegable que todo el sistema actual concurre para instituir y potenciar
liderazgos. En la sociedad del espectáculo los rostros venden, y también
tranquilizan cuando sustituyen al anonimato de las efervescencias colectivas.
Ciertamente, los liderazgos ayudan a visualizar los movimientos y a ampliar su
presencia mediática pero el precio a pagar es altísimo. ¿Cuántos líderes
aceptan volver al anonimato antes de que se agoten sus posibilidades de seguir
siendo líder? Ada Colau
constituye sin duda una grata excepción.
El liderazgo en
movimientos basados en la democracia directa constituye una aberración. Daniel
Cohn-Bendit tuvo, indiscutiblemente, un papel de líder, pero era un líder
atípico, no pretendía “representar” al Movimiento del 22 de Marzo que, además,
no tenía cargos ni ningún portavoz oficial permanente y que decidió auto
disolverse al cabo de unos meses. Dany también era atípico porque participaba
políticamente de la idea de que no debía haber líderes, lo que le situaba en
una difícil posición qué chirriaba con sus convicciones y con las de sus
compañeros. Su papel de líder suscitaba críticas internas y se tomaban medidas
para cuestionar ese liderazgo, como por ejemplo convocar ruedas de prensa
utilizando su nombre para que acudieran los medios, pero donde era otro
compañero el que intervenía finalmente, explicando que Cohn-Bendit era un
nombre colectivo (“todos somos Cohn-Bendit”) bajo el cual podía hablar
cualquier miembro del 22 de Marzo.
En algún sitio dices
que no tiene mucho sentido hablar de Mayo del 68 en términos de “éxito” o
“fracaso”, ¿por qué?
Tomás
Ibáñez. No se
puede hablar de éxito o de fracaso porque esos términos sólo se aplican a
acciones intencionadas y Mayo del 68 no fue un proyecto, ni se fraguó para
alcanzar unos objetivos, fue un ”acontecimiento“ en todo el sentido de la
palabra. Ahora bien, los acontecimientos suele tener efectos y producir cosas.
Mayo del 68 fue un acontecimiento de cierta magnitud, objetivable en términos
cuantitativos de participación popular o de duración, etc. Sin embargo, sus
efectos, al igual que ese batir de alas de una mariposa en Australia que
provoca una tormenta en Europa, fueron infinitamente superiores a su magnitud y
aún se manifiestan al cabo de medio siglo. Sencillamente, Mayo del 68 cambió la
cultura política, practicas incluidas, de la disidencia, por una parte, y
muchos de los supuestos culturales de la sociedad por otra parte. En efecto,
las actuales prácticas del antagonismo social popular enlazan en buena medida
con las que alentó Mayo del 68 y el efecto que tuvo sobre los cambios
culturales respecto de la identidad sexual, por ejemplo, son innegables.
Actualidad
del anarquismo: transformar la sociedad sin tomar el poder
¿Qué puede aportar el
anarquismo a los movimientos actuales?
Tomás
Ibáñez. Una
de las claves más interesantes que puede aportar a mi juicio es la relevancia
de “lo prefigurativo” frente a la escisión entre medios y fines típica de la
política clásica. Es un principio básico del anarquismo: no sacrificar ni
supeditar los valores que se defienden en el presente a unas promesas que, por
definición, siempre apuntan al futuro. En cualquier caso, ese futuro que se
anhela debe estar “ya presente” en los pasos que se dan para construirlo, lo
“prefigurativo” no significa otra cosa que esa necesaria presencia.
El anarquismo siempre
ha propuesto una “revolución en el presente” que remite a la desconfianza hacia
cualquier discurso que base su fuerza persuasiva en las promesas que ofrece y a
la prevención hacia cualquier práctica que sólo se oriente a preparar el
futuro. Su ética está atravesada de cabo a rabo por la exigencia de reducir al
máximo la distancia entre lo que se dice y lo que se hace, o entre lo que se
quiere ser y lo que se es.
Otra clave sería
sustituir la idea de “toma del poder” por la de "transformación de la
sociedad”. ¿Te parecen dos términos dicotómicos, vasos comunicantes?
Tomás
Ibáñez. Una
vieja idea anarquista dice que nunca se toma el poder, que el poder siempre te
toma a tí tan pronto como crees haberlo tomado. Agustín García Calvo lo
sintetizaba muy bien cuando declaraba que “el enemigo está inscrito en la forma
misma de sus armas”, tomar sus armas es transformarse ya en el enemigo. Una de
las lecciones básicas del anarquismo pasa por asentar la convicción de que
quizás no haya camino, pero que, en cualquier caso, el camino del poder nunca
puede ser el camino.
La idea de transformar
la sociedad sin tomar el poder, que goza hoy de cierta popularidad, siempre ha
inspirado al anarquismo y, claro, le ha puesto en la delicada situación de
tener que conciliar el sensato posibilismo que exige mejorar lo mejorable o,
también impedir lo peor, y el indispensable radicalismo que apunta hacia la
incongruencia de comprometerse con aquello mismo que se cuestiona. La solución
más satisfactoria siempre ha sido de tipo “indexical”, es decir, hacer una
valoración en función de cada contexto particular, o, dicho de otra forma, no
“escindir” radicalmente los valores de las situaciones en las que intervienen,
lo que no significa, por supuesto, “supeditarlos” a las situaciones, cosa que
nos haría vulnerables a la seducción ejercida por “los atajos del poder”.
Para terminar, Tomás,
¿no crees que muchas veces el anarquismo (como movimiento organizado, como
ideología o como identidad) es el principal enemigo de las ideas/prácticas
anarquistas?
Tomás
Ibáñez. Yo no
diría que “el principal enemigo”, hay muchos otros y mucho más letales,
empezando por la represión, pero sí que el hecho que el anarquismo constituya
unas organizaciones que reproducen inevitablemente las características, más o
menos acentuadas según los casos, de todas las organizaciones (estructuras,
luchas y apetencias de poder, tendencia a convertir la organización en un fin
en sí mismo, patriotismo de organización, etc.), el hecho de que el discurso
anarquista se petrifique en ideología y que el peso de la historia construya
una identidad anarquista enquistada en un patrón fijo e inamovible, no sólo
limita la proliferación del anarquismo encerrándolo en un gueto, sino que
representa, además, cierto cuestionamiento de sus propias premisas.
Por eso es necesario
actuar constantemente para que el anarquismo sea movimiento, para que sus aguas
se mantengan siempre turbulentas y para que no se aparte nunca de una
sensibilidad crítica dirigida, incluso, hacia sí mismo. Si de una cosa estoy
seguro, y puede que sea la única, es que no hay anarquismo más genuino que
aquel que está dispuesto a poner constantemente en peligro sus propios
fundamentos volviendo hacia sí mismo la más irreverente de las miradas críticas.
Entrevista realizada por Amador Fernández-Savater
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