domingo, 17 de noviembre de 2013

ALGUNAS NOTAS SOBRE LA HUELGA DE LIMPIEZA


Aunque los trabajadores de la limpieza de Madrid han ratificado en asamblea el acuerdo al que llegaron anoche sus representantes sindicales con la patronal, la huelga, en realidad no habrá concluido. En torno a ella se va a montar una gran campaña de propaganda. La derecha va a intentar crear el espejismo de que la huelga ha fracasado, y ciertos sectores de una izquierda falsamente radical que busca permanentemente mantener la tensión, siempre que los que expongan sus puestos de trabajo y sus salarios sean otros, también intentarán presentarla como una traición de los sindicatos a los trabajadores.

Ana Botella, derrotada por los huelguistas

La huelga de barrenderos de Madrid ha sido un hito muy importante. La agresión de la que iban a ser víctimas estos 6.000 trabajadores estaba plenamente amparada por la ley. Las empresas no tenían obligación de negociar nada con ellos, y simplemente, podían haber esperado al lunes para empezar a despedir a 1.134 trabajadores y bajar el salario al resto hasta un 43 por ciento. Es decir, los trabajadores los barrenderos de Madrid y el resto están inermes contra las decisiones de sus patronos, les afecten o no, y esto es así como consecuencia de de una serie de reformas laborales que tienen su guinda en la última realizada por el gobierno actual, y cuyo objetivo es eliminar todas las garantías que amparaban a los trabajadores frente a decisiones unilaterales y lesivas de los patronos, así como restar poder a la negociación colectiva y colocar el poder efectivo en el ámbito laboral del lado de la patronal, sin equilibrio alguno.

La agresión a los barrenderos quizás no haya sido la primera que sufre la clase trabajadora desde que se aprobó la reforma laboral, pero sí ha sido la más visible por las consecuencias que ha tenido en la vida cotidiana de la ciudadanía madrileña. También ha sido la primera huelga que ha trasladado ampliamente al ámbito ciudadano el debate sobre las condiciones de desventaja en que quedan los trabajadores frente a los empresarios tras las reformas laborales. Ya no se trataba de sindicalistas agoreros a los que atacar con demagogia reaccionaria antisindical, sino que las consecuencias de la reforma laboral se percibían en la destrucción de las condiciones de vida de un colectivo de 6.000 trabajadores cercanos barren nuestras calles, les conocemos, suelen ser siempre los mismos.

No sé ustedes, pero yo jamás había oído a un comerciante apoyar una huelga como ésta, y en esta ocasión he escuchado varias opiniones favorables de comerciantes. Me llamó la atención especialmente el propietario de un comercio del barrio de las Letras diciendo, con su calle llena  de mierda y oliendo fatal, que daba las pérdidas de estos días por bien empleadas, si los barrenderos conseguían mantener sus salarios y el empleo. A otro, propietario de un bar, le preguntaron por su opinión «como comerciante», y respondió casi literalmente: «mi opinión como comerciante cede ante mi posición como ciudadano, y lo que les quieren hacer a los barrenderos es intolerable».

Ha sido una huelga muy potente en todos los sentidos, y por eso desde la derecha van a tratar de presentarla como un fracaso. No quieren que cunda el ejemplo, no quieren que otros colectivos sigan a los barrenderos y decidan plantarse y defender sus condiciones laborales y sus empleos. Y por eso se han empleado a fondo contra la huelga, violando incluso sus propias leyes al contratar personal esquirol.

La huelga ha sido claramente un éxito: la patronal pretendía despedir a 1.134 barrenderos y bajar el sueldo al resto hasta un 43 por ciento, dejándolos en 650 euros. Y podía haberlo hecho tranquilamente, con la ley en la mano y sin negociar nada con nadie, cumpliendo el único requisito de informar con un plazo de antelación que se cumplió anoche. Es decir, si los trabajadores no se hubiesen puesto en huelga, mañana, lunes, 1.134 de ellos habrían sido despedidos y el salario del resto se habría quedado entre los 300 y los 600 euros, dependiendo de sus jornadas.

La huelga ha sido un éxito también por otras razones. Quizás no sea una de las menos importantes que ha puesto de manifiesto bien a las claras la complicidad con la que actúan el Partido Popular y las empresas concesionarias, todas ellas divisiones o filiales de constructoras y «donantes» del Partido Popular. Desde la baja en las pujas del concurso, hasta la coordinación entre empresas y Ayuntamiento para ralentizar la negociación mientras los esquiroles reventaban la huelga escoltados por la policía, pasando por el blindaje de los beneficios antes de fijar los salarios y las plantillas, o incluso la desfachatez de las empresas de intentar colar que fuesen los trabajadores los que pagasen las multas que les corresponden a las empresas por no haber podido garantizar los servicios mínimos, todo ello ha dejado bien a la vista ante la ciudadanía que el Partido Popular y el Ayuntamiento de Madrid representan el interés empresarial y no el general. Ni el ahorro para erario público, ni la prestación de servicios son criterios que el partido Popular considere importantes, salvo como pretexto para imponer sus intereses y los de sus empresas amigas.

Las huelgas se ganan si hacen daño: ese es el objetivo que tienen y no otro. No se trata de dar testimonio, ni de averiguar el apoyo social que tienen los sindicatos: las huelgas son episodios de enfrentamiento radical en los que se busca hacer cuánto más daño mejor al contrario para obligarle a negociar y obtener en la negociación la mayor parte de tus objetivos. Y esta huelga ha hecho daño. Según los cálculos que circulan por ahí, las empresas han perdido directamente medio millón de euros en 12 días de huelga, a los que hay que sumar otro medio millón en reparación de mobiliario urbano y contenedores, además de 672.000 euros por cada uno de los dos días que han trabajado los esquiroles. El Ayuntamiento y su alcaldesa han sufrido además un importante daño de imagen, por no haber podido garantizar los servicios mínimos más que violando la ley. Esa presión es la que les ha obligado a negociar y a ceder en prácticamente el 100 por 100 de sus pretensiones.

Hay otra conclusión que debemos sacar de esta huelga, y estaría bien que sobe ello reflexionasen los sindicatos mayoritarios: el estado social, si es que existió alguna vez, está disuelto: no hay garantías, y todo el poder, en el ámbito laboral, está en manos patronales. Las leyes han abandonado a los trabajadores, y si alguna vez les dieron algún amparo, ahora se lo niegan. Además, la derecha controla férreamente las instituciones en las que gobierna y no duda en utilizarlas directamente contra los intereses de los trabajadores, como han hecho, violando manifiestamente la Ley para vaciar de contenido el derecho de huelga contratando esquiroles. Sencillamente, no podemos seguir acatando la Ley.

Ricardo J. Royo-Villanova y Martín

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