La lucha de clases en Europa, como ha ocurrido en otras partes del
mundo, se manifiesta y se concentra hoy en torno a la deuda. La crisis de la deuda amenaza
también a los Estados Unidos y al mundo anglosajón, países en los cuales se
originó no solo la última crisis financiera, sino también —y sobre todo—
el neoliberalismo.
La relación acreedor-deudor, que define la relación de poder
específica de las finanzas, intensifica los mecanismos de explotación y
dominación de manera transversal, sin que pueda hacerse diferencia entre trabajadores y desempleados,
consumidores y productores, activos e inactivos. Todos
son deudores, culpables y responsables frente al capital, que aparece
como el Gran Acreedor, el Acreedor universal. Uno de los mayores mecanismos políticos del
neoliberalismo sigue siendo, como muestra inequívocamente
la crisis actual, la propiedad, puesto que la relación acreedor-deudor
expresa una correlación de fuerzas entre propietarios (del capital) y no
propietarios (del capital). A través de la deuda pública, la sociedad entera
está endeudada, lo cual no impide, sino que agrava todavía más las desigualdades,
es decir, las diferencias de clase.
Las ilusiones políticas y económicas de estas últimas décadas caen
unas tras otras, manifestándose más brutalmente las políticas neoliberales. La
New Economy, la sociedad de la información, el capitalismo cognitivo, se
disuelven en la economía de la deuda. En las democracias triunfantes del
comunismo, muy pocas personas (funcionarios del FMI, del Parlamento europeo,
del BCE y políticos) deciden por todos siguiendo los intereses de una minoría.
La gran mayoría de los europeos han sido triplemente despojada por la economía de la deuda: despojada de un poder
político (a todas luces débil) concedido por la democracia representativa;
despojada de buena parte de la riqueza que las luchas pasadas habían arrancado
a la acumulación capitalista; y despojada sobre todo del porvenir, es decir del
tiempo, como decisión, como elección, como posible.
La sucesión de crisis financieras han hecho emerger violentamente una
figura subjetiva que estaba ya presente pero que ahora ocupa la totalidad del
espacio público: el hombre endeudado. Las figuras subjetivas que el neoliberalismo
había prometido (todos accionistas, todos propietarios, todos
emprendedores) se transforman y nos llevan a la condición existencial del
hombre endeudado, responsable y culpable de su suerte. Por tanto, es urgente
proponer una genealogía y una cartografía de la fábrica económica y subjetiva
que lo produce.
Desde la crisis financiera precedente provocada por la burbuja de
Internet, el capitalismo ha abandonado las narraciones épicas que había
elaborado en torno a los personajes conceptuales del empresario, el
creativo, el trabajador cognitivo o el trabajador independiente «orgulloso de
ser su propio jefe» que, persiguiendo exclusivamente su interés personal,
trabaja por el bien de todos. La implicación subjetiva y el trabajo sobre sí mismo, predicados por la retórica de gestión a partir de los años
ochenta, se han transformado en una orden judicial que hace recaer sobre uno
mismo los costes y riesgos de la catástrofe financiera y económica. La gente
debe hacerse cargo de todo lo que las empresas y el Estado asistencial externalizan
a la sociedad y, en primer lugar, de la deuda.
Para los empresarios, los medios de comunicación, los políticos y los
expertos, las causas de la situación no hay que buscarlas ni en las políticas
monetarias y fiscales, que aumentan el déficit, operando una transferencia
masiva de riqueza a los más ricos y a las empresas, ni en la sucesión de crisis
financieras, que tras haber prácticamente desaparecido durante los primeros treinta
años de posguerra, se repiten regularmente extorsionando ingentes sumas de
dinero a la gente para evitar lo que llaman una crisis sistémica. Las
verdaderas causas de estas crisis consecutivas se encuentran para ellos en las
excesivas exigencias de los gobernados (especialmente los del sur de Europa)
que quieren vivir como vagos y en la corrupción de las élites que, en
realidad, siempre han jugado un rol en la división internacional del trabajo y
del poder.
Nos estamos moviendo hacia una profundización de la crisis. El bloque
de poder neoliberal no puede y no quiere regular los excesos de
las finanzas, ya que su programa político obedece siempre a las opciones y
decisiones que nos han llevado a la esta crisis financiera. Por el contrario,
con el chantaje la quiebra de las deudas soberanas (que de soberanas
solo tienen hoy el nombre), quiere llevar hasta las últimas consecuencias su programa soñado desde los años setenta: reducir los salarios a su
mínima cuantía, recortar los servicios sociales para poner el welfare al servicio de los nuevos necesitados
(las empresas y los ricos) y privatizar todo lo que aún no se haya vendido a
los particulares.
Carecemos de los instrumentos teóricos, los conceptos, los enunciados,
para analizar no tanto las finanzas como la economía de la deuda que las
incluyen y va más allá, así como su política y sus dispositivos de control. La
crisis que estamos viviendo nos obliga a redescubrir la relación
acreedor-deudor elaborada por El Anti-Edipo de Deleuze y Guattari. Publicado en 1972,
anticipó teóricamente el cambio de iniciativa del capital que se producirá
algunos años después, nos permite, a la luz de una lectura de la Genealogía de la moral de Nietzsche y de la teoría marxiana sobre
el dinero, reactivar dos hipótesis.
En primer lugar, la hipótesis de que el paradigma social no se da por
el cambio (económico y/o simbólico) sino por el crédito. En la base de las
relaciones sociales no hay igualdad (de cambio) sino la asimetría de la
deuda/préstamo que precede, histórica y teóricamente, a la de la producción y
el trabajo asalariado.
En segundo lugar, la hipótesis según la cual la deuda es una relación
económica inseparable de la producción del sujeto deudor y de su moralidad. La economía de la
deuda añade al trabajo en el sentido clásico del término un trabajo sobre sí mismo, de modo que la economía y la ética funcionen conjuntamente.
La economía de la deuda hace coincidir la producción económica y la producción
de subjetividad. Las categorías clásicas de la secuencia revolucionaria del
siglo XIX y XX —trabajo, social y político— son atravesadas por la deuda y
ampliamente redefinidas por ella.
Por tanto, es necesario aventurarse en territorio enemigo y analizar
la economía de la deuda y la producción del hombre endeudado para tratar de
construir una herramienta que nos sirva para afrontar las luchas que se
avecinan. Porque la crisis, lejos de terminar, amenaza con extenderse.
Maurizio
Lazzarato
Este texto es la introducción del libro La
fabrique de l’homme endetté. Essai sur la condition néolibérale (2011) de Maurizio Lazzarato
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