El sistema catalán de salud es una de las
mejores creaciones de la democracia. Y puede autodestruirse no solo por los
recortes y las progresivas privatizaciones también por el pozo sin fondo, o si
lo prefieren los fondos de reptiles, de la corrupción. Una corrupción que
funciona por medio de dos círculos viciosos, nunca tan bien dicho. Uno entre
sector público y sector privado. El otro entre convergentes y socialistas. Una
expresión muy visible de ello es como los cargos públicos pasan fácilmente al
sector privado sobre el cual tenían responsabilidades y al contrario, como es
el caso del conseller actual. Y también, y es lo más curioso, es muy frecuente
que si cambia el gobierno algunos cargos nombrados por los socialistas son
substituidos por convergentes y viceversa, pero los cesados pasan a otro
cargo público dentro del ámbito sanitario. Pasó tanto con los gobiernos
convergentes como con el tripartito. El partido hegemónico siempre se reservará
la consellería correspondiente.
La corrupción es un cáncer de la política. Genera
descrédito y desconfianza de la ciudadanía en las instituciones, desmoraliza a
los trabajadores de los servicios públicos, corrompe a los proveedores que
deben convertirse en corruptores y facilita la entrada en el circuito a empresarios
delincuentes, facilita los procesos de privatización y a la larga afecta al
conjunto de los ciudadanos contribuyentes que deben optar entre pagar servicios
básicos como la sanidad o la educación al sector privado o aceptar la
progresiva degradación de los servicios públicos que acaban siendo residuales.
La corrupción sociovergente en la sanidad no solo es corrupción, es un atentado
directo a la calidad de vida de los ciudadanos.
El escándalo más reciente se ha generado en la
Sindicatura de Cuentas debido al veto de CiU, con el apoyo de ERC y del
PSC al ex síndico Agustí Colom. Los socialistas, por las relaciones peligrosas
que mantienen con la derecha en el ámbito de la sanidad pública, han sido
cómplices interesados en el veto. Pero añadieron una circunstancia agravante,
la alevosía, la traición, aprovecharon la oportunidad para colar al último
momento a un candidato propio en detrimento del obligado y necesario pluralismo
de los órganos de control. En la renovación parcial de la Sindicatura le correspondía
por riguroso turno un puesto a Iniciativa-EUiA. Los socialistas ya tenían un
síndico, ahora han podido colocar a otro, con afán de ocupar cuantos más cargos
sea posible. Lo cual nos hace sospechar que prefieren apoyarse en
oportunistas vinculados por los cargos en lugar de militantes con convicciones,
que los hay y son seguramente la mayoría.
Ciertamente Agustí Colom no debe ser cómodo. Uno le
mira a la cara, o la foto, y más que economista, que lo es, nos
hace pensar en un fiscal puro y duro. Cuando agarra un expediente sospechoso
debe clavarle el diente hasta encontrar el fallo, las cuentas mal hechas, los
gastos no justificados, los olvidos dudosos, las relaciones poco lícitas, los
contratos viciados. Su expresión también nos hace pensar en un sindicalista con
cara de mala leche cuando se entera de lo que ganan los miembros del consejo de
administración y los dividendos que reciben los accionistas y lo compara con la
situación de los compañeros despedidos y los precarios mal pagados. Es una persona
de izquierda que cree que la política debe estar al servicio de la
ciudadanía y que la democracia solo puede mantenerse si evita o
corrige el mal uso que se hace de ella cuando desde los cargos públicos se
favorecen intereses privados en detrimento de los públicos. Es una persona
honesta, transparente, valiente y muy dedicada a su labor. Cuando fue síndico
actúo en consecuencia. Destacó por sus numerosos informes y por buscar en zonas
medianamente oscuras que la mayoría de sus colegas evitaban, como el caso de la
Sanidad. Entre otros casos intervino en la fiscalización de los gastos del
Hospital Moisés Broggi, en la gestión de los Servicios de Emergencias Médicas
(ambulancias), en la cesión de la Inspección veterinaria a los responsables de
las mataderos, en la contratación de los servicios de catering a un ex alcalde
y ex cargo público de la Generalitat y ex dirigente de CiU. La última actuación
de Colom y la más mediática fue el Informe Crespo, que fue tapado
por la Sindicatura y más tarde explotó y se demostró la existencia de una
trama. Estos casos y otros molestaron especialmente a CiU, pero
también a los socialistas.
Agustí Colom pasó el correspondiente hearing,
la audiencia que permite evaluar la idoneidad profesional del candidato. Pasó
la prueba sin que hubiera ninguna oposición ni se manifestara ninguna
reticencia sobre sus conocimientos técnicos. Ha habido pues un veto político,
no argumentado y contrario al acuerdo parlamentario de rotaciones con el fin de
garantizar el pluralismo y la presencia de síndicos de confianza de los
partidos opositores al gobierno. La actual sindicatura queda ahora marcada, sea
más o menos cierto, como proclive a dejar pasar o tapar aquellos casos que
afecten al gobierno, a los partidos que lo apoyan y a los socialistas.
El comportamiento de los socialistas es propio de
aquellos que tienen algo que ocultar, que probablemente no es mucho en
comparación con CiU o con el PP. Es una traición a la izquierda, es romper la
natural alianza parlamentaria entre partidos opositores y es favorecer la idea
de que casi todos o gran parte de los políticos están en las
instituciones para forrarse como dijo el delincuente del PP, ex
presidente de la Comunitat Valenciana y ex ministro Zaplana. En un período
crítico como el que vivimos el PSC no podía hacerlo peor. Aparece confabulado
con el gobierno conservador, se hace cómplice de una operación destinada a
silenciar la sindicatura, apuñala por la espalda a su potencial aliado para
forjar una alternativa de izquierda, rompe el pacto que hace posible el
pluralismo parlamentario y que evita que se bloqueen las instituciones y actúa
de forma sórdida, mezquina y alevosa, en resumen indecente, en un momento en
que la dimensión moral se ha convertido en la clave para salvar y desarrollar
la democracia.
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