Justo Bueno (1907-1944)
Tornero. Justo
Bueno Pérez, nació en Munébrega (cerca de Calatayud) en 1907, hijo de Justo y
de Vicenta. Su familia emigró a Barcelona cuando aún era un niño. Destacó como
hombre de acción en los comités de defensa durante las luchas de los
tranviarios en los años treinta. Se le atribuyó el incendio de tranvías y su
lanzamiento por calles en pendiente, así como el asalto y sabotaje de cocheras.
El 22 de octubre de 1933 ocho mil miembros uniformados de los escamots de las JEREC
(Juventudes de ERC-Estat Català) desfilaron militarmente en Montjuic, imitando
el modelo nazi-fascista. Vestidos con camisa militar verde, pantalones oscuros
de pana, correajes de cuero y botas claveteadas, vitorearon los discursos de
Miguel Badia, de Josep Dencàs (según la “Soli” ridículo imitador de Hitler) y
del tan manipulado como ambicioso presidente Macià.
Tal desfile provocó al día siguiente un encendido debate en el
Parlamento catalán, que rechazaba en su mayoría tales manifestaciones totalitarias,
aunque todo quedó en mera palabrería y en la mayor pasividad.
El 24 de octubre de 1933 un grupo de escamots [pelotones armados] asaltaron a
punta de pistola la imprenta donde se imprimía el semanario humorístico
catalanista y liberal El
Be Negre, dirigido por Planes, provocando algunos desperfectos, al
tiempo que destruían y secuestraban los cinco o seis mil ejemplares del número
de esa publicación, en curso de impresión. No se detuvo a nadie. El redactor
que había ofendido a algunos dirigentes de ERC y Estat Català huyó
prudentemente a un lejano país y el propietario de la imprenta presentó cargos
por destrucción de algunos enseres y deterioro de maquinaria contra el confeso
participante en el asalto, el señorito Jaume Aiguader (hijo del alcalde de
Barcelona y dirigente de ERC del mismo nombre), que estuvo al mando, con su tío
Artemi, del escamot
de los 15 asaltantes del semanario. La “Soli” advirtió que si los escamots les atacaban se
defenderían adecuadamente, muy lejos de la pasividad mostrada por El Be Negre.
En los meses siguientes la emulación fascista de los escamots incluyó también
reventar huelgas y boicotear los mítines de los partidos rivales, al mismo
tiempo que Badía y Dencás se hacían con los resortes efectivos de Gobernación y
Orden Público, torturando sistemáticamente a los cenetistas detenidos por la
huelga de tranvías en Barcelona.
El binomio Dencàs-Badia, desde principios de 1934, había
instaurado en el departamento de Gobernación de la Generalidad un aparato de
represión y persecución obrera y anticenetista, que normalizó la implantación y
uso de métodos policiacos fascistas y racistas. En menos de un año (diciembre
de 1933 a septiembre de 1934) la acción concertada de las fuerzas policiales y
los escamots habían
causado, entre los obreros, numerosos presos y muertos, millares de palizas y
centenares de torturados. Ese era “el oasis catalán” que nos vende la Historia
Sagrada de la burguesía.
Sin la participación de la CNT, dado que era imposible la
colaboración con quienes ejercían una durísima represión antisindicalista, la
insurrección catalanista del 6 de octubre de 1934 levantó bandera blanca al oír
los primeros cañonazos del ejército. Los cenetistas recogieron y guardaron las
armas abandonadas por los escamots.
Companys y su gobierno fueron a prisión; Dencás, Rodríguez Salas, Menéndez y
Miquel Badia huyeron por las cloacas para exiliarse en París.
El 28 de abril de 1936, según confesión realizada por Justo Bueno
en el sumario incoado por la judicatura franquista, intervino con el argentino
Lucio Ruano (seudónimo de Rodolfo Prina), José Martínez Ripoll y Vicente Tomé
Martín, también argentino, en el grupo de acción que dio muerte a los hermanos
Badía, alcanzando por ello cierta celebridad. Jaime Riera (que en el verano del
36 fue miembro cenetista del Tribunal de las Patrullas de Control) facilitó las
armas y el coche de huida. A la altura del número 38 de la calle Muntaner,
Justo Bueno asesinó a Miquel Badia con tres disparos; Ruano a Josep Badía;
Martínez Ripoll que había señalado el objetivo, caminando por la acera opuesta,
protegió la huida de Bueno y Ruano, con su pistola ametralladora. Vicente Tomé
conducía el auto de fuga, un Ford rojo oscuro matrícula B-39763.
El juez Márquez, sometido a fortísimas presiones, liberó el 25 de
junio a los anarquistas que habían sido detenidos como sospechosos del
asesinato de los Badía: Justo Bueno, Ignacio de la Fuente, José Villagrasa y
Manuel Costa Ribero. Los periodistas Avel·li Artís Gener (“Tísner”), de La Rambla, y Josep Maria
Planes, de La Publicitat,
protestaron por tal decisión judicial, sin
denunciar que esas presiones procedían de las más altas autoridades de la
Generalidad. El comisario de policía Escofet había desviado la
atención, con la falsa acusación y arbitraria detención de varios falangistas.
Un Justo Bueno, joven, locuaz, apuesto, elegante y audaz, visitó a Tísner en su
despacho, para contarle todo lo sucedido y pedirle silencio.
Numerosas preguntas sin respuesta: ¿Quién había informado al grupo
de acción anarquista dónde vivía Miquel Badia? ¿Quién había avisado que la
pistola de Miquel Badia (clandestina, puesto que la Generalidad no le había
concedido permiso de armas) estaba averiada desde el día anterior y que había
sido entregada a una armería para su arreglo?
Al día siguiente del asesinato de los hermanos Badia, un grupo
clandestino de acción de los mossos,
camuflados de paisano, había acribillado a balazos, a la puerta de su
domicilio, al travestí y director de varios antros de prostitución, juego y
venta de drogas, conocido como Pepe el de La Criolla, que además era confidente
de la policía y del mejor postor. Unos decían que para vengar a los Badía,
otros que se trataba de cortar todos los hilos que relacionasen a las más altas
instancias de la Generalidad con ese asesinato, de forma que las posibles
pruebas quedasen sólo en rumores y cábalas de sucias y mezquinas rivalidades
sexuales. Quizás alguien había manipulado la sed de venganza del “rondín
especial” de Badía en los mossos.
Un prudente y taimado periodista de la revista Crónica glosaba, en el número del 17 de
mayo de 1936, con profundo conocimiento, la figura de Pepe el de La Criolla, y relacionaba su asesinato con el de
Miquel Badia el día anterior, para terminar irónicamente con un
travieso guiño al lector: “ya verán cómo no es por eso”.
Cuando las noticias y certezas sólo pueden quedarse en rumores,
porque al informador le va en ello el trabajo o la vida, los rumores se
convierten en calidoscopio de las posibles verdades.
El asesinato de Miquel Badia había sido planificado,
verosímilmente, mediante la necesaria colaboración de diversos estamentos,
intereses y personas, muy dispares entre sí, que intercambiaron información,
capacidades y ocasiones. Miquel Badía había perjudicado a su antiguo
confidente, Pepe el de la Criolla, con la persecución efectiva del juego; a los
cenetistas por las torturas sistemáticas (con numerosas muertes) y el uso de la
fuerza pública para romper las huelgas, especialmente en el transporte urbano;
a Companys por los derechos que Miguel Badia creía poseer sobre Carmen
Ballester y por haberle cesado en septiembre de 1934 como comisario de Orden
Público, tras la chulesca detención del fiscal y del juez que procesaba a su
amigo Xammar. Y, sobre todo, por incumplir la promesa de restablecerlo en el
cargo, tras el abrazo público entre ambos, en el acto de desagravio del 23 de
septiembre de 1934.
Las JEREC, ante los escandalosos rumores o certezas, y ante tanta
mezquindad, se escindieron porque un amplio sector quería fusionarse con Estat
Català y romper con Companys, a quien consideraban responsable último del
asesinato de Badia. Un hilo unía esta escisión, contra Companys y pro-Badia,
con la intentona de golpe de estado de noviembre de 1936, en la que el servicio
de información del cenetista Manuel Escorza desbarató un complot catalanista
que intentaba asesinar a Companys y a destacados militantes anarquistas, como
Aurelio Fernández, proclamando la independencia de Cataluña con el apoyo de las
potencias fascistas. El complot finalizó con la ejecución de Reverter, otro
comisario de orden publico nombrado por Companys. De nuevo escandalosos rumores
sexuales sobre la mujer de Reverter que, infundados o no, desprestigiaban al Govern de la
Generalidad.
En mayo y junio de 1936, los periodistas Tísner y Planes
prosiguieron e incrementaron su campaña de difamaciones contra la CNT,
considerada como una asociación de gángsters, así como de acusaciones directas
contra Bueno y su grupo. Acusaban también a la Generalidad por su pasividad,
pero nada decían sobre la corrupción
en las altas esferas y el terror represivo que practicaba el Govern contra la CNT.
También encubrían el enconado antagonismo que había existido entre gerifaltes
del gobierno, es decir, entre Companys y Badia, esto es, entre el presidente de
la Generalidad y el organizador de las fuerzas armadas catalanistas,
insurrectas en octubre de 1934, enfrentados y enemistados por una cuestión de
faldas.
Planes fue asesinado en agosto de 1936 por un grupo de acción
(ajeno a Bueno); Tísner tuvo un inesperado encuentro en el frente de Aragón con
Bueno, que conducía una tanqueta. Tras reconocerse e intercambiar algunas
palabras, Justo Bueno, muy gentilmente, se apartó del camino para que el camión
que conducía el periodista catalanista pudiera proseguir su camino. Y es que
ahora luchaban, de
momento, en el mismo bando.
El 20 de julio de 1936 Justo Bueno había participado en el asalto
del cuartel de Atarazanas, junto a Francisco Ascaso, García Oliver, Antonio
Ortiz, Pablo Ruiz, Lucio Ruano, y otros. Marchó a Aragón con la Columna
Durruti, el 24 de julio, formando parte del Comité de Investigación de la
Columna. Desempeñó el cargo de delegado general de orden público, y luego de
subsecretario del mismo departamento, del Consejo de Aragón. Se le acusó del fusilamiento
de 29 franquistas en Gelsa, en la retaguardia inmediata al frente militar.
Un grupo de acción, constituido por José Martínez Ripoll, Rafael
Ginesta, Vicente Ferrer Cruzado, Rafael Selles y Antonio Moreno López, sin la
participación de Justo Bueno, había asesinado el 18 de septiembre de 1936, a un
agente de policía, llamado Jaume Vizern Salabert, que se había enterado del
nombre de los responsables del asesinato de los Badía. El tal Vizern fue
localizado en el bar Velódromo, y engañado para subir a un coche, en el
interior del cual fue tiroteado. Su cuerpo fue arrojado de inmediato a la vía
pública. El autor de los disparos fue Martínez Ripoll, resultando herido
accidentalmente Vicente Ferrer. Bueno fue acusado erróneamente de participar en
tal asesinato.
Justo Bueno estuvo tres meses en el frente, al cabo de los cuales
fue encargado de organizar los talleres Labora, dedicados a la fabricación de
material de guerra.
El 27 de enero de 1937 Lucio Ruano y Pedro Campón habían sido
condenados a muerte en una reunión del sindicato de la metalurgia, a causa de
los desmanes, robos y asesinatos cometidos entre los campesinos de los pueblos
aragoneses cercanos al frente.
En los primeros meses de 1937 Justo Bueno planificó el asesinato
de Franco, en colaboración con un periodista inglés al que debía acompañar como
fotógrafo, con una cámara trucada capaz de disparar una bala. Pero el suicida
plan no superó la fase del mero proyecto, por abandono del periodista.
Justo Bueno no quiso participar directamente en la ejecución de su
amigo Ruano, pero le llamó telefónicamente para que acudiera al garaje de la
calle Casanova, casi esquina Gran Vía, donde le esperaba el grupo de acción que
lo ejecutó, junto a su hermano y las compañeras de ambos, en el momento en que
estaban planificando su fuga del país. El grupo de acción, que ejecutó a los
Ruano el 15 de julio de 1937, estaba formado por Luís Latorre Mestres, Vicente
Ferrer Cruzado, Antonio Moreno López, José Martínez Ripoll, Rafael Ginesta,
Rafael Selles y José Parés, todos ellos (incluido Bueno) empleados del garaje,
sumándose además los sindicalistas metalúrgicos Liberto Ros Garro, José Mariño
Carballada y Lucio José Gómez Arnáiz, presidente del Sindicato de la Metalurgia
y miembro del Servicio de Información e Investigación dirigido por Manuel
Escorza.. Unas semanas antes Lucio Ruano había asesinado a un piloto francés,
llamado Moreau, sin conocimiento alguno de Justo.
El 16 de julio de 1937 Justo Bueno, José Martínez y Luís Latorre
se exiliaron en Francia, entre Auch y Toulouse, de donde regresaron
clandestinamente, y por separado, al enterarse de la orden de extradición
existente contra ellos por el asesinato del aviador francés. A su regreso,
Bueno fue en carcelado por las autoridades republicanas, y condenado por los asesinatos
del garaje de la calle Casanova.
En la reunión del Comité Regional con otros comités superiores,
celebrada el 28 de agosto de 1937, se leyó “el informe que nos manda el
compañero Bueno, sentenciado a treinta años de presidio; en el mismo nos explica
su triste situación, y los motivos que dieron origen a ella, explicando su
actuación y el por qué de la injusta causa, que ha dado motivos para que
nuestros adversarios políticos influyeran para que fuera más cargada”.
El 7 de octubre de 1937 se le inició proceso por posesión de
pasaporte falso, instando al juzgado de evasión de capitales que se investigara
su posible participación en la venta de valores artísticos de la República. El hacinamiento
y las frecuentes protestas que se producían en la Modelo facilitaron su
traslado a Manresa. El 8 de enero de 1938 se fugó de esa cárcel,
estableciéndose en Marsella y París como espía al servicio de la organización
de Manuel Escorza.
La fuga del Preventorio de Manresa fue planificada y ejecutada
mediante la colaboración de las organizaciones interior y exterior de la CNT,
que habían preparado y ejecutado metódicamente un excelente plan de evasión. Se
fugaron dieciocho presos, algunos de ellos de “notoria peligrosidad”, como
Ordaz, mano derecha de Aurelio Fernández, y el propio Bueno. He aquí la lista
completa de los evadidos, por orden alfabético: Juan Artero, Roberto Bigliani
Boco, Justo Bueno Pérez, Pío Coletas Robira, Antonio Céspedes Asencio,
Silvestre Egea Fernández, Andreu Froment, José Giménez Herrero, Francesc Massip
Valls, Salvador Mellado Fernández, Antonio Ordaz Lázaro, Jaume Orriols Cases,
Josep Queral Miró, Santiago Queralt Brusi, Caricio Romero Corrador, Manuel
Sidoncha Gómez, Doménech Vaca González y Richard Winger.
Artero y Bigliani estaban presos por denuncias de las Brigadas
Internacionales, Bueno, Egea, Massip, Mellado, Queral y Romero por asesinatos;
Ordaz por desapariciones; Queralt y Coletas, por robo; Vaca y Orriols por
espionaje; Céspedes y Giménez por tenencia ilícita de armas; Winger y Froment
en espera de ser expulsados del país; y finalmente Sidoncha por hechos
acaecidos en el frente de Sariñena.
Los comités superiores encargaron a Bueno, y un equipo de
ayudantes, el asesinato de Joaquín Ascaso y Antonio Ortiz, en Francia, acusados
injustamente de robo de joyas y divisas evadidas al extranjero, que
comprometían a la Organización. Justo Bueno intentó envenenarlos con una ínfima
dosis de arsénico en agosto de 1938, pero fracasó, más o menos conscientemente,
y no consiguió finalizar nunca su misión.
Hombre de acción, al que se encargaron los trabajos más sucios,
peligrosos y/o desagradables, al parecer no actuó nunca por cuenta propia, ni
para obtener beneficios personales, sino que siempre operó al servicio de la
Organización, ciega y disciplinadamente. Y esa ceguera fue su peor blasón.
Olaso, África de las Heras, Eusebio Rodríguez Sala y José Gallardo desempeñaron
en el PSUC-UGT tareas similares y paralelas a las de Bueno en la CNT, pero allí
a la ceguera la llaman disciplina y la premian con medallas.
Justo Bueno fue reconocido casualmente en Marsella por la viuda de
Moreau, y fue detenido en la cárcel de esa ciudad el 9 de marzo de 1939. El 12
de agosto de 1939 el gobierno francés concedió la extradición de Bueno y de
Martínez Ripoll, que fueron entregados a las autoridades franquistas en
Port-Bou, el 12 de marzo de 1940. Estuvo detenido, con José Martínez Ripoll, en
la prisión de Figueras, de donde paso a Madrid, a disposición de la Dirección
General de Seguridad, desde el 12 de mayo hasta el 30 de julio de 1940,
liberados por la Comisión de encarcelamiento porque no estaban reclamados por
ningún juez. José Martínez Ripoll ya no fue localizado. Justo Bueno entró a
trabajar en la Maquinista Terrestre y Marítima de San Andrés. El comisario
franquista Pedro Polo y el inspector Eduardo Quintela Boveda, ambos formados profesionalmente con el
comisario catalanista de Orden Público Miquel Badia,
reconocieron y detuvieron a Justo Bueno en las Ramblas barcelonesas el 29 de
junio de 1941, registrándose su domicilio, sito en la calle Borrell 57,
tercero, primera. La
Vanguardia del 3 de julio dio noticia de la detención. Quintela se
encargó del papeleo para imputar a Justo Bueno.
El 1 de diciembre de 1942 fue trasladado en tren al penal de
Burgos, en compañía de Joaquim Maurín Julià (POUM), de José María Batlle Salvat
(Oficina Jurídica de la CNT) y de un tal Martorell, para ser encarcelado en el
Departamento de Peligrosos.
El 14 de julio de 1943 se abrió el sumario 27059, por auxilio a la
rebelión, contra Justo Bueno Pérez, Luis Latorre Mestres, ambos en prisión, y
José Martínez Ripoll, en rebeldía. El 22 de julio de 1943 fue trasladado a
Barcelona, procedente del penal de Burgos, para ser puesto a disposición del
Juzgado Militar.
El 16 de agosto de 1943 se le aplicó a Bueno el régimen especial
por petición de pena de muerte, que fue confirmada al día siguiente en el
Consejo de Guerra celebrado en el Gobierno Militar. El mismo día se pedía pena
de muerte al recluso Luis Latorre Mestres. Tras una espera inusitadamente
larga, quizás con la intención de obtener información adicional, a primera hora
de la mañana del 10 de febrero de 1944 Justo Bueno fue entregado al pelotón de
ejecución y fusilado en el Campo de la Bota. Una ironía del destino quiso que
compartiese capilla y puro con Miguel Arenas, que pocas horas antes había
festejado con sus camaradas de Estat Català la noticia de la inmediata
ejecución de Justo. Ese mismo día fueron fusilados Miguel Arenas Pons y Alfonso
Palau Font, por delitos cometidos durante la guerra civil; así como José Guía
Cruceta y Feliciano Blaya Junta por atracos a mano armada, según explicaba La Vanguardia del día 11
de febrero.
Justo Bueno fue enterrado en el Fossar de la Pedrera. Su nombre
figura en una de las columnas que preceden la entrada al Foso, borrado
periódicamente por acciones de Estat Català (en abril de 2008, diciembre de
2008 y mayo de 2010) y restaurado, una y otra vez, por el Ayuntamiento de
Barcelona. Polémico, pues, más allá de la muerte; convertido en absurda disputa
entre gentes a las que siempre fue ajeno. Quizás Justo Bueno hubiera
considerado, como la peor de sus pesadillas, que sus restos se pudriesen en una
fosa común presidida por la tumba de Companys, para mejor gloria y
magnificencia de éste.
Ya nos han anunciado que si algún día se crean y consolidan las
estructuras de un Estado catalán, la plaza de España cambiará su nombre por el
de plaza de los Hermanos Badia, y el nombre de Justo Bueno Pérez será borrado,
para siempre, de la columnata del Fossar, y si pueden, de la faz de la Tierra.
Que esta nota biográfica sea intolerable epitafio para muchos,
duro como la realidad y la piedra; contradictorio y quebradizo homenaje para
los menos; provocativo e indeleble recuerdo para todos, sin cincel ni columnas,
sin fáciles condenas ni forzadas alabanzas. A fin de cuentas, Justo Bueno y tantos otros
justicieros surgieron como respuesta a la existencia de represores y
torturadores fascistas como Miquel Badia. Que sea el esbozo
biográfico de un luchador sindicalista, fruto amargo del despiadado tiempo que
le tocó vivir. Un tiempo en el que algunos combatían, entusiastas, con las
armas en la mano, para ser y sobrevivir, sin más alternativa que la de morir o
someterse, porque se sabían incondicionales militantes obreros de la guerra de
clases en curso.
Agustín Guillamón
Publicado en Catalunya, núm. 157 (enero 2014)
Catalunya es el órgano en catalán de la CGT
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