Habrán oído hablar, tal vez, de la chica de la curva. Se trata de una joven misteriosa que algunos
conductores nocturnos dicen haber visto en la cuneta, haciendo señales antes de
una curva con peligro. Se deduce que la chica de la curva es alguien que
murió en un accidente registrado en ese tramo de la carretera, y que vuelve del
más allá para advertir a los vivos.
Pues bien, la teoría conocida como curva de Laffer se
parece bastante a la chica de la curva: en ambos casos se trata de
historias interesantes y completamente ajenas a la realidad.
Hay una diferencia, sin embargo. La chica de la curva no
hace daño a nadie. La curva de Laffer, en cambio, puede causar desastres en
las cuentas públicas de cualquier país. Esta es una de las ideas que han
contribuido a que, durante las últimas décadas, se hayan acentuado las
diferencias de renta entre más ricos y las clases medias y bajas.
El principal defensor de la teoría, Arthur Laffer (Ohio, 1940), se apoya en dos proposiciones de puro sentido común. La primera: en una sociedad capitalista, si no existen los impuestos, el Estado no recauda nada; si los tipos impositivos, por el contrario, son del 100%, el Estado tampoco recauda nada, porque nadie va a crear negocios ni a trabajar para que Hacienda se lo lleve absolutamente todo.
La segunda: dado que tanto el 0% como el 100% producen resultados nulos, debe existir a mitad de camino un punto óptimo en el que el Estado recauda el máximo posible sin asfixiar la economía.
El principal defensor de la teoría, Arthur Laffer (Ohio, 1940), se apoya en dos proposiciones de puro sentido común. La primera: en una sociedad capitalista, si no existen los impuestos, el Estado no recauda nada; si los tipos impositivos, por el contrario, son del 100%, el Estado tampoco recauda nada, porque nadie va a crear negocios ni a trabajar para que Hacienda se lo lleve absolutamente todo.
La segunda: dado que tanto el 0% como el 100% producen resultados nulos, debe existir a mitad de camino un punto óptimo en el que el Estado recauda el máximo posible sin asfixiar la economía.
La economía es una ciencia social, no una ciencia exacta, y
depende de múltiples variables. Si las cosas quedaran así, el asunto no sería
grave. Hay muchas teorías que no sirven para nada. Pero todo se complica de
forma alarmante cuando Laffer saca una conclusión de su teoría: subir los
impuestos no lleva a un incremento de la recaudación del Estado, porque
desanima la actividad económica, pero bajar los impuestos sí aumenta la
recaudación, porque hay más gente que invierte y más gente que trabaja y, por
ende, más gente que paga.
Puede sonar lógico. Pero no funciona. La
denominación curva de Laffer surgió en 1974, durante una reunión entre el
propio Laffer y dos altos funcionarios del Gobierno de Richard Nixon llamados Dick Cheney y Donald Rumsfeld. Con tales patrocinadores, no podía salir nada
bueno.
En 1979, Ronald Reagan prometió que bajaría los impuestos si alcanzaba la presidencia. Alguien sensato debió de señalarle que ese mismo año, con Jimmy Carter como presidente, el déficit presupuestario (la diferencia entre lo que ingresa el Estado y lo que gasta) había alcanzado ya los 79.000 millones de dólares, y que las cosas no estaban como para recaudar menos. Reagan, sin embargo, pensaba que Laffer había encontrado la fórmula mágica, y que era posible bajar impuestos y a la vez resolver el déficit.
En 1979, Ronald Reagan prometió que bajaría los impuestos si alcanzaba la presidencia. Alguien sensato debió de señalarle que ese mismo año, con Jimmy Carter como presidente, el déficit presupuestario (la diferencia entre lo que ingresa el Estado y lo que gasta) había alcanzado ya los 79.000 millones de dólares, y que las cosas no estaban como para recaudar menos. Reagan, sin embargo, pensaba que Laffer había encontrado la fórmula mágica, y que era posible bajar impuestos y a la vez resolver el déficit.
El director de la oficina presupuestaria de la Casa Blanca, David Stockman, un tipo que al principio creyó también con fervor en la magia de Laffer, dimitió y escribió un libro titulado ‘El triunfo de la política’ en el que, dentro de su liberalismo, recuperaba la cordura: los déficit y la deuda solo se reducen, decía, recortando razonablemente el gasto y manteniendo un nivel impositivo razonable. ¿Qué es lo razonable? Lo que funciona. No se sabe de antemano. Eso es la política. Y la economía.
Podría pensarse que, después de eso, la curva de Laffer habría quedado arrinconada en el desván de las ideas inútiles. Los ocho años de Bill Clinton, cuya política fiscal de puro pragmatismo convirtió el déficit en superávit y redujo a mínimos históricos la deuda pública, deberían haber confirmado la inutilidad de la dichosa curva. Ocurrió lo opuesto. Con George W. Bush, acompañado por Cheney y Rumsfeld, volvió a esgrimirse la curva y se redujeron los impuestos, casi exclusivamente a los más ricos.
Bush aseguró en 2001 que, gracias a esa política fiscal favorable a las rentas más altas, en 2012 se alcanzaría un superávit de 5,6 billones de dólares. No solo se iba a acabar con la deuda, sino que se iba a acumular un tesoro. Aun considerando todo lo que Estados Unidos gastó a lo largo de los años siguientes en guerras y otros destrozos, y teniendo en cuenta la crisis que estalló en 2007, las proyecciones de Bush se demostraron absurdas. La deuda estadounidense roza hoy los 17 billones de dólares. Da lo mismo. La derecha ultraliberal sigue preconizando bajadas de impuestos, especialmente a los ricos.
Es como la chica de la curva: siempre habrá quien la vea.
Enric González
Alternativas Económicas, septiembre de 2013
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