miércoles, 8 de enero de 2014

CIENCIA Y CIVILIZACIÓN



En época de necesidad económica como la que experimentamos actualmente en todos los países, es cuando uno puede darse cuenta claramente del vigor de la fuerza moral que vive un pueblo. Esperemos que un historiador que pronuncie juicios en el futuro, pueda decir que la libertad y el honor se salvaron gracias a las naciones de Occidente que, en épocas difíciles, se opusieron rotundamente al odio y a la opresión; y que fue Europa Occidental la que defendió con éxito la libertad individual que nos ha proporcionado todos los avances en el conocimiento: esa libertad sin la cual la vida de un hombre no tiene valor. 

No es mi intención actuar como juez de una nación que por muchos años he considerado como la mía; por otro lado es una pérdida de tiempo juzgar en una época en que sólo los hechos cuentan. 

Hoy la cuestión que nos interesa a nosotros es la siguiente: ¿cómo podemos salvar a la humanidad y todas sus adquisiciones espirituales que hemos heredado? ¿Cómo podemos salvar a Europa de un nuevo desastre? 


No hay duda de que la crisis mundial, los sufrimientos y privaciones que ha ocasionado en las personas son, en gran medida, responsables de las peligrosas convulsiones de las que hemos sido testigos. En dichos periodos el descontento engendra odio, y el odio conduce a actos de violencia y revolución y, a menudo, incluso a la guerra. Esta necesidad y esta perversidad crean más necesidad y más perversidad. Los hombres de Estado se ven de nuevo cargados de tremendas responsabilidades, exactamente igual que hace veinte años. Cabe la posibilidad de que ellos logren a través de un oportuno acuerdo establecer una unidad en las obligaciones internacionales en Europa, a fin de que cualquier intento de guerra que se produzca en un estado sea anulado por completo. Pero la labor de los representantes del Estado sólo puede tener éxito si se ve respaldada por una voluntad seria y determinante por parte de los hombres. 

No estamos preocupados exclusivamente por los problemas técnicos que debemos de resolver para obtener la seguridad y el mantenimiento de la paz, sino también por el importante trabajo que conlleva la educación y la ilustración. Si queremos oponernos al poder que amenaza con suprimir la libertad intelectual e individual debemos dejar claro primeramente que es lo que está en juego, y qué es lo que le debemos a esa libertad que nuestro antepasados ganaron después de tantas y arduas luchas. 

Sin esa libertad, no hubieran existido ni Shakespeare ni Goethe, ni Newton ni Faraday, ni Pasteur ni Lister. No habría tampoco comodidades en los hogares de la gente normal, ni trenes, ni telégrafo, ni protección contra las epidemias, ni libros baratos, ni cultura y ni tan siquiera un simple goce por el arte. No habría máquinas para liberar al hombre de la dura tarea necesaria en la producción de las necesidades fundamentales de la vida. La mayoría de las personas llevarían una vida de esclavos como la que existió en las dictaduras de la antigua Asia. Son únicamente los hombres libres los que inventan y los que crean el trabajo intelectual que da valor a nuestra vida actual. Sin duda, las dificultades de la presente economía nos conducirán a una situación en la cual no habrá más remedio que establecer, por medio de leyes, un equilibrio entre la oferta y la demanda de trabajo, entre la producción y el consumo. Pero incluso este problema debemos resolverlo como hombres libres y no debemos convertirnos en esclavos por su causa, puesto que a la larga sólo nos traería una paralización del desarrollo saludable. 

[...]

¿Debemos estar preocupados por el hecho de que estamos viviendo una época de peligros y necesidades? Yo no lo creo. El hombre, como cualquier otro animal, es indolente por naturaleza. Si nada le motivara, apenas pensaría, y terminaría comportándose como un autómata. Yo ya no soy un joven y por esa razón puedo decir que cuando fui un niño experimenté esa fase en al que uno sólo piensa en las trivialidades de la existencia personal; hablamos y nos comportamos como nuestros semejantes. Sólo con dificultad, uno puede ver lo que hay detrás de toda esa máscara de convencionalismos. A causa del hábito y de la lengua, nuestra personalidad se ve como envuelta en algodón. 

¡Qué diferente es hoy en día! En los momentos de lucidez de nuestros tempestuosos tiempos, uno ve al ser humano en su desnudez. Cada nación y cada ser humano revela claramente sus propósitos, sus puntos fuertes y sus puntos débiles, y también sus pasiones. La rutina no es de ningún provecho ante el rápido cambio de las condiciones; las convenciones se resquebrajan. 

Los hombres, en su congoja, comienzan a pensar en el fracaso de la economía práctica y en la necesidad de una combinación política que sea supranacional. Únicamente asumiendo este riesgo se puede llevar a las naciones a un progreso más avanzado. Por eso, las convulsiones presentes pueden conducirnos a un mundo mejor. Por encima de esta evaluación de nuestro tiempo, tenemos el deber de cuidar lo que es eterno y de todo lo que está por encima de nuestras posesiones, de todo eso que le da a nuestra vida su importancia y que deseamos entregar a nuestros hijos de una forma más pura y rica que las que nos dieron nuestros antepasados.

Albert Einstein
Octubre de 1933


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