Se necesita una enorme dosis de cinismo intelectual para negar, en nombre de la libertad y la democracia, el derecho inalienable a la autodeterminación de cualquier pueblo, y el pueblo catalán no es una excepción. Este ejercicio de malabarismo retórico sólo está al alcance de todo un Vargas Llosa, cuyo secuestro de la palabra “libertad” le vale tanto para ver en Esperanza Aguirre una campeona de la democracia como para pontificar sobre la cuestión catalana.
No obstante, y
sin que afirmar esto signifique bajo ninguna circunstancia suscribir las tesis
del españolismo más rancio, se necesita una considerable dosis de servilismo y
actitud acrítica para adherirse sin matices al discurso nacionalista formulado
desde arriba en Cataluña. Y es que, pese a su apelación constante a los valores
democráticos y la lucha contra la dominación, este discurso tiene poco o nada
que ver con la fundación de una comunidad política igualitaria basada en la
soberanía popular.